¿Cómo comenzó el papado?

Durante los siglos cuarto y quinto, se usaba la palabra papa que significa padre, para designar a todos los obispos o pastores de las iglesias, con particularidad en el Occidente. Y en Oriente, sólo el obispo de Alejandría reclamaba para sí ese título. Y hoy día los ministros o pastores de las iglesias de Rusia y Grecia son llamados «papas”.

El obispo de Roma, por hallarse a la cabeza de la iglesia más renombrada, y estando establecido en la capital del mundo, asumió poco a poco una cierta superioridad sobre sus colegas y fue reclamando una ascendencia inquietante y molesta para los demás pero a la que cedieron en el curso de los años ora por conveniencia propia, ora por amor a la paz y a la concordia, o bien porque veían que los emperadores de Roma, que lo eran del mundo, secundaban y apoyaban las pretensiones de los obispos queriendo que Roma sobrepujase y dominase en todo.

Hasta ese tiempo los obispos de Roma habían sido iguales a los demás. Lino, que fue el primero, no fue sino un simple servidor de la iglesia. Y lo mismo fueron sus sucesores Clemente, que se llamaba a sí mismo «el niño judío” y quien fue, como Lino, compañero de los apóstoles, 2 Tim. 4:21; Telésforo, a quien se le atribuye haber fundado la celebración de la cuaresma; Sotero, famoso por su caridad hacia los pobres y perseguidos de otras iglesias; Víctor, que fue algo débil, y que pretendió dominar sobre todos los demás pastores sembrando las primeras ideas de superioridad y mostrando sus tendencias de ser reconocido como jefe de la iglesia visible; Zeferino, que se halló en grandes dificultades para unir y armonizar las varias sectas en que se hallaba dividida la iglesia romana; Urbano, quien fue el primero en aceptar dádivas de haciendas y fincas de parte de cristianos ricos, y Anteros, que introdujo en la iglesia la costumbre de venerar a los mártires.

Los demás obispos en Milán, Alejandría y Asia Menor, seguían como sencillos pastores evangélicos ocupados en la ministración de la Palabra de Dios. Y veían con ansiedad a los de Roma crecer en orgullo, e introducir reformas que afectaban la sencillez del culto y ofendían a la puridad de la religión. Pero no protestaban sino que aumentaban su celo en las iglesias locales, creyendo así contrarrestar la influencia perniciosa de los de Roma.

Los romanos siguieron a grandes pasos por su soñado camino de grandeza y no tardaron en inventar fábulas para disfrazar mejor sus intentos. La degeneración de ellos fue gradual, y bien disimulada, como todos los actos diabólicos, para no despertar alarma y oposición entre los fieles. Al elegir a Fabián, dijeron que habían tenido mucha dificultad para hallar un obispo idóneo, pero que, en las elecciones, mientras los miembros de las iglesias, clérigos y laicos, mencionaban varios nombres de los candidatos que iban a ser considerados, nadie se había fijado en Fabián que era un humilde creyente, sino hasta que vieron, con “gran sorpresa” que una paloma blanca descendió sobre él y se posó en sus hombres.

Por este tiempo la persecución de Diocleciano purificó la iglesia y echó por tierra las pretensiones de los obispos de Roma. No hubo obispo por dos años consecutivos. Y al volver la tranquilidad a los dominios de la iglesia dos obispos se disputaron el lugar de Roma, Cornelio y Novaciano. Surgieron después otros obispos entre los cuales hubo hombres piadosos que servían a la grey con sinceridad y amor, pero siguió en ellos el deseo de dominar y ejercer superioridad sobre todas las iglesias del mundo conocido. Esta tendencia mostraron Lucio, Esteban, Sixto II, y muy particularmente el viejo Silvestre que fue electo obispo en el siglo cuarto. El emperador Constantino hizo cuanto pudo por sostener y engrandecer a Silvestre. Expidió su famosa «donación de Constantino» que defendieron con mucho calor Adriano y otros papas del siglo octavo en adelante, para aprovecharla como argumento en favor de su dominio temporal y de su pretensión de ser ellos la cabeza de la Iglesia y vicarios de Jesucristo.

Esa “donación” fue otorgada por el emperador Constantino cuatro días antes de su bautismo, en la primavera del año 324. Los romanos hicieron circular la versión de que Silvestre se vio repentinamente atacado de lepra, a causa de sus crímenes, y que los judíos le aconsejaban que se limpiase bañándose en una tina llena de sangre de niños. Pero él antes de probar este cruel experimento, y en obediencia a una visión celestial, se acercó al emperador y le persuadió a que recibiese el bautismo cristiano. Por este hecho quedó sano de su lepra, y el emperador en agradecimiento a Silvestre le concedió a él y a sus sucesores, para siempre, el dominio sobre Roma, Italia, y el imperio de Occidente. Después de estas declaraciones precursoras de la famosa “donación”, Constantino se retiró a Grecia para dejar a Italia enteramente bajo el dominio del papa

Entonces el uso de la palabra papa fue restringido y legado sola y exclusivamente al obispo de Roma. Se constituyó él el único padre de la iglesia, ¡y de allí partió para llegar, en nuestros días, a la temeridad de hacerse adorar, y besar los pies, y llamarse representante de Dios en la tierra, y con poder en el cielo, en la tierra y en el infierno!

La «donación» entre otras concesiones comprende las siguientes.

1. Constantino desea promover la silla de Pedro sobre el imperio, dándole y honor.
2. La silla de Pedro tendrá autoridad sobre las sillas patriarcales de Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla, y sobre todas las iglesias del mundo.
3. Será juez de todas las cuestiones concernientes al servicio de Dios y a la fe cristiana.
4. En vez de la diadema que el emperador quiso colocar sobre las sienes del papa, y la cual él rehusó, Constantino le confiere a él y a sus sucesores el frigio, o sea, la tiara, y el collar que usa el emperador, y otras vestiduras esplendorosas, y la insignia de la dignidad imperial.
5. Todas estas y las demás concesiones, Constantino las confiere al papa Silvestre y a sus sucesores, para siempre.

A partir de esta fecha el descaro de los de Roma no conoció límites. A fuerza de intrigas hicieron prevalecer sus planes por sobre las deliberaciones y juicios de los concilios, y finalmente se declararon superiores a todos los reyes de la tierra y reclamaban para sí autoridad de coronar y deponer príncipes y sojuzgar al mundo, alejándose para siempre del espíritu del evangelio y de la palabra de Cristo, que dijo: «Mi reino no es de este mundo».

En el transcurso de los siglos introdujeron las indulgencias, el culto de los muertos, la confesión auricular, la adoración a los santos, y a últimas fechas el dogma de la inmaculada concepción y la infalibilidad de los papas.

La voz de Lutero en el siglo XVI no es sino la voz de los fieles acallada por siglos de opresión, de indiferencia, y de mansedumbre y tolerancia, pero al fin, la voz que rompió el silencio y que desafió la ira de los papas para reclamar para la iglesia más pureza, más sencillez y más apego a las Santas Escrituras. Y la Reforma se abrió paso. A pesar de todas las amenazas el papado quedó herido de muerte, los cristianos avanzaron con fe y valor, y la máscara de Roma quedó rota dejando ver al falso profeta que usurpó el lugar de Dios, que pretendió robarle la gloria que a Él solo pertenece y … en nuestros días el papado sólo representa un sistema de religión que es culpable del delito de engaño, que es responsable del atraso y de la humillante ignorancia de los pueblos en donde impera, y que encarna en un viejo achacoso, sin fuerzas, sin carácter espiritual, y sin objeto en el mundo.

El Faro, septiembre 21 de 1917

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