“Dejando ya los principios elementales de la doctrina de Cristo, pasemos adelante a la perfección de su enseñanza.”
Heb. 6:1
El cristianismo es vida: por tanto, como todo lo que es orgánico, tiene funciones vitales y está sujeto a la ley del crecimiento.
Una piedra se diferencia de una planta en que la planta como ser orgánico crece y se desarrolla, y la piedra no tiene esta cualidad. Si la piedra crece es por yuxtaposición es decir, por adherirse a ella, en su exterior, ciertas sustancias que son así acumuladas en la piedra por la acción del tiempo; pero los seres orgánicos crecen por intususcepción, aumentando por los elementos que toman al interior.
La misma diferencia existe entre un hombre y una momia.
La momia de Ramsés II, conocido por el Faraón de la opresión, data del año 1300 antes de Cristo; fue hallada en una cueva cavada en roca, en las márgenes del Nilo, y se conserva en el museo de Boulak, en el Cairo, desde el año 1881 fecha de su descubrimiento. Esta momia tiene pues más de tres mil años de existencia, pero no ha crecido ni una pulgada más. Está casi lo mismo que en el día de su embalsamamiento.
Así también el hombre cristiano está sujeto a la ley del crecimiento en la vida espiritual. En el momento de venir a ser nuevas criaturas en Cristo, comienza el desarrollo de todas nuestras facultades del alma y del espíritu; porque hemos nacido de nuevo; hemos sido ingeridos en el olivo, (Rom. 11:17) y nos hemos puesto en contacto con Dios que es el centro y recurso de la vida, y en consecuencia estamos sujetos inevitablemente a la ley del crecimiento espiritual.
Por eso dijo Cristo: «El reino de los cielos es semejante a la levadura, que tomándola una mujer, la esconde en tres medidas de harina, hasta que todo se leuda.»
Esto quiere decir que la rectitud de nuestro espíritu debe ir siempre en aumento; y que nuestra vida, la vida del cristiano fiel, es como la luz del lucero: aumentase y alumbra hasta que el día es perfecto. Prov. 4:18.
Y también dijo el Señor: «El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza que tomándolo alguno lo sembró en su campo: el cual es a la verdad la más pequeña de todas las simientes, mas cuando ha crecido, es la mayor de todas las hortalizas; y se hace árbol, que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas.» Todo esto, como la referencia anterior, alude a nuestro adelanto en la senda de la perfección espiritual, lo mismo que al avance del Reino de Cristo en los corazones de los hombres.
Pablo escribió a los Tesalonicenses alabándolos porque su fe «iba en grande crecimiento.» (II Tesalonicenses 1:2). Y el mismo apóstol que enaltece el crecimiento de la fe de aquellos fieles, escribe a los Hebreos excitándoles al adelanto, exhortándoles con estas sublimes palabras: «Dejando ya los principios elementales de la doctrina de Cristo, pasemos adelante, a la perfección de su enseñanza.»
No quiere decir que abandonemos por innecesarios esos principios, ni tampoco que los menospreciemos; ni que renunciemos o nos apartemos de ellos; sino que los dejemos como la base de nuestro edificio espiritual y que sigamos hacia la perfección, construyendo nuestro carácter y desarrollando vigorosamente como criaturas que hemos venido en posesión de la vida verdadera y que hemos sido hechos participantes de la naturaleza divina.
Quiere decir que los dejemos como la raíz que sustenta al árbol, y éste, dejando a la raíz como base, crece, se ensancha, se cubre de verdor, y lleva muy rico fruto. Que los dejemos como el arroyo que se aleja del manantial y va ensanchándose en la vertiente hasta llegar a ser caudaloso río que se hace navegable y facilita el tráfico y comercio entre las naciones; y como el cimiento que sirve de origen al espléndido palacio que deja sus principios, o su fundamento, como firmísima base, y se levanta airoso y magnífico a una altura extraordinaria, ostentando atrevidos torreones y sobresalientes cornisas y capiteles de gran mérito.
Así pues «dejando ya los principios elementales de la doctrina de Cristo, pasemos adelante a la perfección de su enseñanza.»
Estos principios fundamentales o «primeros rudimentos» de la doctrina de Cristo, son: el arrepentimiento, la salvación personal, la fe, el bautismo, la resurrección, y toda aquella enseñanza primordial del Evangelio que es la base y origen de nuestra carrera cristiana y el fundamento en que descansa nuestro carácter de hijos de Dios.
Este consejo del apóstol Pablo pone de manifiesto la necesidad de que adornemos la doctrina con nuestro buen modo de vivir. Después de haber conocido el Evangelio nos informamos bien de las doctrinas fundamentales de Cristo, y una vez conocidas éstas y creídas en nuestro corazón, hacemos profesión pública de nuestra fe, y de aquí se sigue UNA VIDA NUEVA, un avance continuo hacia el perfeccionamiento. Es evidente que el cristiano cada año debe ir dando a conocer que hay en él aumento de fe y de esperanza en el Señor, más alegría en el servicio de su Maestro, más celo en su causa, más amor para sus hermanos, más interés y respeto para la Biblia, y más consagración y firmeza en su vida cristiana. Debe notarse en los cristianos un aumento de santidad y de pureza, y en todos sentidos un adelanto completo y un progreso efectivo en sus pasos por el camino de perfección. Una vez que hemos creído avancemos con firmeza, o como dice Pablo, pasemos adelante a la perfección, profundizándonos en el estudio de la Palabra de Dios para que alcancemos mayor experiencia, más entendimiento de las cosas divinas y más conocimiento de la enseñanza de Cristo.
Si esto no hacemos, ¿no deberemos llamarnos momias espirituales? ¿No será una señal de atrofia en nuestra vida cristiana? Si no crecemos, ni se advierte adelanto en nosotros, antes estamos endureciendo nuestros corazones en el pecado que tan estrechamente nos cerca, ¿no somos indignos de llamarnos hijos de Dios y herederos de su gracia?
Indudablemente que sí.
Si siempre vivimos en disputa acerca del bautismo, de la fe, de las obras, de la divinidad del Señor, de la santidad, y de todos los puntos doctrinales, seremos de aquellos «que siempre aprenden y nunca pueden acabar de llegar al conocimiento de la verdad.» II Tim. 3:7.
En el cap. 5 de Hebreos, en las palabras anteriores a nuestro texto, censura Pablo a los cristianos negligentes, diciéndoles: «Debiendo ser ya maestros, a causa del tiempo, tenéis necesidad de volver a ser enseñados de cuáles sean los primeros rudimentos de las palabras de Dios … y tenéis necesidad de leche y no de mantenimiento firme.» Y luego los exhorta al avance, con las palabras del texto que estamos estudiando: «dejemos … y pasemos adelante a la perfección.»
Un cristiano, que no crece en santidad, en pureza, en conocimientos bíblicos, en fe, en paciencia, en bondad, en humildad, es un verdadero fenómeno en la vida espiritual: como un enano es un fenómeno en la naturaleza humana.
Los famosos literatos Castelar, Cervantes y Víctor Hugo, hubo tiempo en que estuvieron como todos los niños en la escuela aprendiendo el a b c, pero esta fue la base de su grandeza en el mundo de las letras, el origen de su vida literaria, pero dejando estos principios siguieron adelante perfeccionándose en el saber y en la noble carrera de las letras se inmortalizaron en la memoria de la humanidad. Los principios rudimentales del Evangelio, las doctrinas fundamentales del cristianismo son el a b c de nuestra vida cristiana; ahora es preciso que una vez adquirida esta base pasemos adelante a la perfección, creciendo cada día en la vida espiritual.
Que Dios nos dé el crecimiento, I Cor. 3:6.