¿A cuáles cosas debe renunciar un misionero?

Hace poco se me hizo una pregunta que me dejó estupefacto. No porque no pudiera yo contestarla, sino porque hubiese una persona que la hiciera. La pregunta fue: «¿A cuáles cosas debe renunciar un misionero?» Y me asombró la pregunta por ser tan clara y evidente la contestación: El Siervo de Dios debe, y tiene que dejarlo TODO para servir a Cristo. No puede retenerse absolutamente nada. Pues si un alfiler se guardare, fracasará en el ministerio.

Me acuerdo del día. al comienzo de la Primera Guerra Mundial, cuando me di de alta en el Ejército Norteamericano. Me entrevistó un coronel, quien me preguntó si estaba yo dispuesto a hacer el juramento de regla, y en seguida me lo explicó. Yo expresé mi deseo de hacer tal juramento, y: Juré servir a mi patria por todo el tiempo necesario, obedecer cualquiera orden que se me diera, de cualquiera índole, aceptar el grado que se me asignara y cumplir los deberes de ir a donde se me enviara sin preguntar el por qué, y aceptar cualquier sueldo y sostén que se me diera contentándome con ello. En una palabra, entregaba en manos ajenas mi vida, mi voluntad, mi propio ser. Podría mi jefe mandarme a la muerte segura; podría ponerme donde me faltaran alimentos, ropa; donde viviría una vida de sufrimientos, lejos de mi familia, sujeto a toda clase de aflicciones; y yo, como fiel soldado, tenía que aguantarlo todo y estar contento.

De hecho así fue conmigo: Me mandaron a lugares muy incómodos. Me dieron órdenes que no me gustaron. El sueldo era muy bajo, de modo que muchas veces andaba yo sin un centavo en el bolsillo. Pero fui; obedecí; me sometí en todo. Y cuando terminó la guerra, me dieron un certificado de que con honor había yo servido a mi patria.

Somos soldados de Cristo (2 Tim. 2:3-5; 1 Tim. 1:18). Cristo nos llamó, y nos hemos dado de alta en sus filas. También el pide nuestro voto de fidelidad, de ir a donde él nos mandare, de obedecerle en lo que el ordenare, de contentarnos con el puesto y los pagos que él señalare, de exponernos a todo lo que el permitiere: sea muerte, sea persecución, sea hambre, sed, pobreza, calor o frío, enemistades, y hasta la muerte; y todo esto mientras dura la guerra contra Satanás, el enemigo de nuestro Rey.

Durante la Segunda Guerra Mundial los soldados de las democracias solían usar una expresión muy apta en describir su condición: «We are expendables», que quiere decir «Somos gastables». Pues había cosas que se gastaban como fuera necesario, tales como cartuchos, ropa, y cosas semejantes, y había cosas importantes que se defendían a toda costa. En un puesto de importancia cerca de Verdun, Francia, en la Primera Guerra Mundial, el ejército aliado gastó en bombas y demás municiones un millón de dólares para salvar a un soldado. Pero en otras ocasiones murieron miles.

De igual manera, cuando tenemos algún puesto que ante los ojos de Dios tiene que defenderse, están a nuestro favor todas las riquezas celestiales; pero nosotros debemos contarnos «gastables», listos para morir por Cristo; o, si le pluguiere, a vivir en sufrimientos para su gloria y la victoria de su santa causa. Todo siervo de Cristo es gastable, y así debe vivir a cada instante.

I. Somos esclavos, comprados por Cristo

Una de las doctrinas cristianas que casi se han abandonado, o más bien, olvidado, es la doctrina de nuestra posición ante Dios después de nuestra salvación. Leamos en 1 Corintios 6:19, 20; «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios».

«Comprados sois por precio». La sangre de nuestro Salvador nos ha comprado (1 Pedro 1:18, 19). Lo comprado es propiedad del comprador. De modo que ya no somos nuestros, ni debemos tratarnos como libres. Ni debemos permitir que nuestros amigos ni nuestras familias interrumpan nuestra sumisión como esclavos comprados. (1 Cor. 7:23). Y no nos es lícito permitir que las cosas del mundo se interpongan entre nuestra vida de obediencia y Dios (2 Tim. 2:3, 4).

El no aceptar así la obediencia a nuestro Capitán demuestra falta de fe (Mateo 6:18-34). Nótese con cuánto cuidado Cristo nuestro Señor hace énfasis en el cuidado de Dios por los que le sirven. Me ha tocado ver de cerca lo que los gobiernos proveen para sus soldados: ropa de la más adecuada para su servicio, alimentos medidos científicamente para dar salud y fuerza, casa y carpas hechas cuidadosamente para su protección, armas de las mejores para el combate, yelmos y demás defensas bien probadas para evitar heridas innecesarias, medicinas y médicos en abundancia, hasta juegos para nuestro recreo y dinero para sostén de la familia.

De la misma manera Dios proveerá todo lo que nosotros necesitaremos; pero pide una obediencia y sumisión absolutas.

Cuando era yo niño leí lo siguiente en el periódico de un maestro artesano que vivía en Londres, Inglaterra. Un día recibió una llamada repentina de la reina para que fuera al palacio, así como se encontrara. Y, sucio del trabajo, fue a la presencia de la reina de Inglaterra. Esta le dijo que necesitaba de sus servicios un trabajo urgente, y pidió que al instante se pusiera a trabajar en el palacio. El hombre se sorprendió, y contestó que tenía que atender su taller y su tienda. Y la reina contestó: «Olvídese de su taller y de su comercio. Usted cuide de mis intereses, y yo cuidaré de los suyos». El hombre así lo hizo, trabajando por la reina hasta terminar lo que ella quería. Y al volver a su taller halló que la reina había mandado hombres que cuidaran, y dinero abundante para cuidar de su familia y pagar su servicio, y sobre la puerta había puesto un escrito: «El dueño está en el servicio de la reina; todo lo suyo está bajo la protección real».

Así hace Dios con los que le sirven. Nos dice: «Tú cuida de mis intereses, que yo cuidaré de los tuyos». Pide todo, y te dará todo.

«Mozo fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su simiente que mendigue pan». (Salmo 37:25). Y ahora leamos Mateo 6:33 otra vez. ¿Es verdad? O, acaso, ¿es Dios mentiroso? Leamos luego el versículo 32. «Porque los gentiles buscan todas estas cosas». Los gentiles, los paganos, los inconversos, buscan con afán ropa, comida, y las cosas de esta vida. ¿Eres tú uno de ellos? Y ¿seré yo uno de esos gentiles, paganos, alejados de Dios, después que declaré que soy cristiano y siervo del Altísimo? ¿Tanto me falta la fe?

Decimos que somos de Cristo, que hemos puesto en su altar nuestro todo. Acordémonos de Ananías y Safira, en el capítulo 5 de los Hechos de los Apóstoles. También ellos trajeron lo que dijeron que era su todo, para el servicio de Dios. Pero, habiendo dicho que daban todo, guardaron una parte para sí. Y ¿cuál fue el castigo? Muerte para los dos; pues habían mentido al Espíritu Santo. Lejos sea de mí caer en este pecado, de que, diciendo que lo he entregado todo a mi Rey, me halle guardando de él un algo, mintiendo así al Santo Espíritu de Dios.

Y, pensemos: ¿Será posible que por eso no tenemos poder en nuestro servicio de Dios, porque andamos aparte, como guerrillas espirituales, formando nuestros planes y buscando nuestro bien, en lugar de servir bajo las órdenes del General en Jefe, Jesucristo? Para que haya un avivamiento verdadero es necesario que tengamos una nueva consagración de los ministros y misioneros, a Cristo, poniéndonos absolutamente a sus órdenes, contándonos gastables, viviendo por la fe.

II. El terrible añublo del medio servicio

Esta falta de fe, que se expresa en la falta de consagración y falta de fidelidad, trae consigo la falta de éxito. Cuando estaba yo en la Escuela para Oficiales de Artillería en el año de 1918, se nos explicó con sumo cuidado una forma de ataque a las trincheras enemigas por medio de las «cortinas de fuego», o «fuego de barrera», lo cual formaba como una pared de cañonazos. Los cañones se colocaban, a una distancia de tres metros, más o menos, uno de otro; y en la hora y minuto fijos se comenzaba una línea terrible de bombardeo, que iba avanzando lentamente hacia las posiciones enemigas, seguida a corta distancia de otra línea de fuego igualmente producido por los cañones. En medio de estas dos paredes de fuego iban las tropas, de modo que entraban en las posiciones enemigas cuando éstas acababan de ser destrozadas por el bombardeo. Pero con mucha insistencia se nos hizo saber que antes del ataque todos pusiéramos de acuerdo nuestros relojes, y que nadie se adelantara ni se quedara atrás, pues el que lo hiciera quedaría muerto por el fuego de sus propios cañones. De la misma manera los soldados de Cristo necesitan, andar exactamente de acuerdo con los mandatos divinos; pues si no lo hacen se expondrán a los cañonazos de Dios.

Pero oigo decir: «Y mi esposa, y mis hijos… No puedo vivir donde ellos no tengan las comodidades, o donde ellos estén expuestos a enfermedades, o donde ellos estén rodeados de miseria». «Hombre de poca fe» — ¿Acaso la mano de Dios se ha acortado para no poder cuidarlos? ¿Acaso Dios no ama a tu familia más que tú? O ¿te crees más sabio o más poderoso que Dios? Considera las palabras divinas en Lucas 14:26. O ¿crees que se puede jugar con Dios? Pues el que ama a su padre, madre, hijo o hija más que a Cristo NO PUEDE SER SU DISCÍPULO. Este asunto debe resolverse antes de entrar en el servicio de Dios. Y sí uno no está dispuesto a aceptar la vida de soldado, no debe darse de alta. Cristo claramente nos manda meditarlo antes, y resolver calculadamente cuál será nuestra actitud, y de acuerdo con ella aceptar o rechazar el servicio divino. (Lucas 14:27-33). ¿A cuántos de nosotros estará diciendo ahora nuestro Salvador: «no eres digno de ser mi discípulo?» (Mateo 10:37-38).

Es imposible ser buen siervo de Dios y a la vez buscar las cosas de esta vida. Nadie puede servir a dos amos; (Mateo 6:24), pues Dios y Mamón, el dios de las riquezas, están en pugna, y el hombre no puede cogerse de Dios con una mano y con la otra del mundo. Dios demanda todo nuestro corazón. Nadie que pone mano al arado es digno de Cristo si va mirando atrás a las cosas de esta civilización. (Lucas 9:62.)

Cuan triste es la historia del joven rico, según Mateo 19:16-22. Con todo su deseo de ser discípulo de Cristo, fracasó en su propósito porque amaba las cosas de este mundo más que a Cristo.

Y al otro joven, según Mateo 8:13-22, le dijo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». Nuestras familias no deben impedir nuestro servicio al Rey. Cuando un joven cristiano piensa en el ministerio de Dios, debe tener muchísimo cuidado con quién se casa. Pues si su mujer es una de las que no aguantan sufrir por Cristo, y que demandan las comodidades de la vida, su marido nunca será buen ministro de Cristo.

Y mujer, piensa también: ¿Estás ayudando a tu marido a ser ministro fiel? O ¿estás arrastrándolo al fracaso espiritual con tus demandas? Más de un soldado cristiano ha ido al basurero espiritual a causa de su mujer, a quien amaba, pero quien no supo vivir en la fe de Cristo.

Considerad las palabras del apóstol Pablo en 1 Cor. 9:27 y los versículos anteriores. La palabra traducida «reprobado», significa en el griego una persona que no se considera digna de dar un servicio público. Y Pablo tenía miedo de llegar a esa condición. Y yo también pido a Dios que me guarde de ello. No quiero, después de haber predicado el Evangelio de Cristo, ser desechado, aventado al basurero, como de ningún valor en el servicio de mi Rey. No quiero que por mi causa se enfríen las iglesias de Cristo. No quiero que por mí se pierda un avivamiento, y así vayan a las penas eternas almas que podrían haberse salvado. Mil veces NO. Mil veces digo, que muera yo antes que ello suceda.

III. El secreto del éxito en la obra

Una cosa demanda Dios de nosotros; ella es: nuestro TODO. Que le demos nuestra vida en lo absoluto. poniendo en el altar del sacrificio hasta nuestros cuerpos para ser convertidos en holocausto a favor de nuestros semejantes. Como en el Antiguo Testamento el cordero fue muerto y puesto en el altar para ser quemado a fin de pagar el pecado de otro, y como Cristo fue contado como oveja de sacrificio a nuestro favor, así nosotros debemos ir a la muerte, si es necesario, para la salvación de otros y para servir a Cristo. (Romanos 12:1; 8:36). Sólo así podremos ser sus discípulos; sólo así podremos servirle.

El ejemplo de Pablo nos da la clave: En Filipenses 3:7, 8 nos da la regla divina para el poder espiritual. Yo todo lo considero como estiércol si me estorba en mi carrera de servicio a Cristo. Y en Hechos 20:24 afirma que ni su vida estimaba de valor, habiéndolo puesto todo en el altar de Dios.

En Santiago 1:2, la palabra traducida «tentación», es palabra que en el griego original significa «prueba». En lugar de llorar y quejarnos cuando nos vienen pruebas, sufrimientos o dolores en el servicio de Cristo, cuando nos faltan las comodidades mundanas, cuando la pobreza material nos pesa, debemos regocijarnos porque Dios nos «contó dignos de sufrir por él (Hechos 5:41), así ayudando a cumplir en nuestros cuerpos lo que falta de las aflicciones de Cristo (Col. 1:24).

Hallamos ejemplificado en Samuel ese espíritu que pide Dios, cuando Samuel dijo: «Habla, que tu siervo oye». (1 Samuel 3:10). Otro ejemplo lo encontramos en las palabras de Saulo de Tarso, cuando se encontró salvo por la misericordia de Cristo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Hechos 9:6).

Hallamos buena ilustración de lo que demanda Dios en las palabras griegas que se usan para los siervos de Dios en el Nuevo Testamento. La palabra «apóstoles», que significa «enviado», se usa 213 veces: indica que debemos ir, por el mandato divino, a donde él dijere. La palabra «diáconos», traducida generalmente «ministro», se usa 107 veces: significa un criado de casa a las órdenes absolutas de su amo, e indica una actitud de obediencia. Pero la palabra más significativa, y que más veces se usa en la Biblia, es la palabra «duolos», que significa «esclavo, siervo comprado», aunque generalmente se ha traducido sencillamente «siervo»: se usa 169 veces en el Nuevo Testamento, y su correspondiente palabra hebrea se usa cientos de veces en el Antiguo Testamento, para describir la condición de los siervos de Dios. La palabra doulos, esclavos, se la aplican a sí mismos los apóstoles. Véase Pablo (Romanos 1:1 y muchos otros textos). Timoteo (Fil. 1:1), Simeón (Lucas 2:29), Santiago (Sant. 1:1), Pedro (2 Ped. 1:1), Moisés (Rev. 15:3), Epafras (Col. 4:12), Judas (Jud. 1), los apóstoles todos (Hechos 2:18 y 4:29), todos los siervos de Dios (Rev. 22:6). En todos estos pasajes se usa esta palabra «doulos» que significa, repetimos, un esclavo comprado. Lo mismo en Mateo 21:34; 24:45; y 25:19 y 21; donde Cristo así llama a sus siervos.

Pero lo hermoso de esto se destaca cuando leemos en 1 Pedro 1:18, 19 que el precio de nuestra compra fue la preciosa sangre de Cristo. Y así pagados, somos de él, sus siervos comprados, sus esclavos.

Como tales no debemos creernos grandes; al contrario: cuando hayamos hecho todo lo que nos sea posible, digamos: «siervos inútiles somos». (Lucas 17:7-10).

Conclusión

En resumidas cuentas, el cristiano debe decir, y el ministro o misionero tiene que decir: «Señor, soy tuyo. Soy gastable. Ponme donde tú me necesites, para que sea yo fiel soldado tuyo. Si quieres que viva en un pueblecito, sin las comodidades del mundo, con gozo lo haré, sabiendo que tú podrás dar a mi esposa y a mis hijos bendiciones que paguen mil veces lo que les falta de las ventajas de este siglo. Si hay peligro, lo soportaré como buen soldado. «Yo y mi casa serviremos al Señor». En ti confiaré; y enseñaré a mi familia a confiar en tus grandes promesas, tales como la que está en Mateo 6:33, y les pondré el ejemplo de fe y obediencia. Si he de sufrir la pobreza, sé que es para mi propio bien, pues creo que es cierto lo que dice Romanos 8:28-31. Confío en tu amor hacia mí, y en que estoy con toda mi familia en tus divinas manos. Confío en la promesa de tu consolación para los que por tu causa sufren tribulación.

«Haz lo que quieras de mí, Señor:
Tú el Alfarero; yo el barro soy».

*El autor fue un misionero a México que sufrió muchas pruebas, incluyendo la pérdida de su salud y la muerte de su esposa en un accidente automovilístico. Aun así, regresó otra vez a México, y en el estado de Guerrero estableció un instituto bíblico.*

El pastor evangélico 4/1959

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