«Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que publica la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salud, del que dice a Sion: Tu Dios reina!» Isaías 52:7
«Mi ministerio honro» Romanos 11:13
Dios a través de los siglos ha tenido su modo de comunicarse con su pueblo, y siempre ha escogido sus mensajeros no solamente para su gloria sino también para el bienestar de la humanidad, y el engrandecimiento de su pueblo escogido. Desde el tiempo de Moisés hasta ahora se ve que Dios exigió ciertas cualidades de sus siervos como medio de revelación entre él y su pueblo. Unas de ellas han sido la obediencia y la voluntad de seguir sus instrucciones fielmente sin desviarse del camino recto para escapar sufrimiento y desprecio de los incrédulos o infieles entre los suyos. El escogimiento de Moisés confirma esta declaración. Pablo hablando acerca de los héroes del Antiguo Testamento dijo de Moisés: «Escogiendo antes de ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de comodidades temporales de pecados. Teniendo por mayor riqueza el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; Porque miraba a la recompensa» Hebreos 11:25, 26. Los jueces fueron escogidos con aptitudes para dirigir al pueblo en tiempos muy difíciles. Los profetas recibieron un llamamiento especial y una preparación espiritual para empeñar el trabajo grandioso encomendado a ellos. Juan, el intrépido Bautista, fue escogido para ejecutar un trabajo muy importante y delicado y lo hizo sin vacilar y al costo de su vida. Cristo escogió sus apóstoles y por tres años él anduvo con ellos instruyéndoles en la gran obra encomendada a ellos, y al fin cuando estaba listo para ascender a su Padre les dio instrucciones cómo extendiese su reino a todas partes del mundo. En esta nueva dispensación Dios ha escogido ministros para pastorear a sus iglesias. El que ocupa el lugar de pastor por la dirección del Espíritu Santo tiene una posición de honor y por lo tanto cada hecho de su vida ministerial debe ser digno de su vocación y debe glorificar la causa que él representa.
Vamos a estudiar los puntos siguientes: 1. El oficio del ministerio. 2. Razones porque el ministro debe honrar su oficio. 3. Cómo se debe honrar y glorificar el oficio ministerial.
1. El oficio ministerial
El oficio ministerial es sagrado y por esto ningún hombre debe entrar en este oficio sin ser escogido por Dios mismo. Es verdad que puede desearlo porque Pablo dijo: «Si alguno apetece obispado, buena obra desea» 1 Timoteo 3:1.
Algunos de los elementos que entran en cualquier oficio son deberes, confianza y encargos. Esto sin duda son verdaderamente los que se encuentran en el oficio del ministerio conferido por Dios mismo y por lo tanto es un oficio en el verdadero sentido de la palabra. Siendo un oficio, el que entra en él tiene que ocuparlo oficialmente, porque todos los cristianos no pueden ocupar este oficio.
Es cierto que cada cristiano debe promulgar el evangelio y extender el reino de Dios, pero no debemos olvidar que Dios en su infinita sabiduría ha llamado hombres especiales para ocupar un lugar oficial en sus iglesias y en el extendimiento de su reino y por esto ellos tienen ciertos deberes, obligaciones y encargos para cumplir que ningún otro cristiano puede hacer, y cuando se pierde la idea del ministerio especial y se piensa que cualquier hombre puede tomar el púlpito para predicar y aún administrar las ordenanzas, la iglesia ha perdido mucho de su influencia y dignidad y deja de tener un ministerio oficial.
Dios ha dado distinción a los que ocupan el oficio ministerial aplicando a ellos nombres que les distinguen de los demás cristianos. Por ejemplo son llamados «pastores» y para comprender la dignidad de esta palabra debemos leer el Salmo 23 y no solamente se ve la dignidad del oficio sino la hermosura del trabajo del pastor: de alimentar, buscar pastos cuando son difíciles para encontrar, de consolar a los afligidos, de guiar en sendas de justicia, de cuidar de peligros y calmar a sus dolores. El pastor que sigue las enseñanzas de este Salmo tendrá resultados que no le avergüenzan.
Los ministros se llaman «obispos» y así se distinguen de los demás cristianos porque ocupan lugares de sobreveedores lo que indica que tienen deberes oficiales relacionados con la iglesia que los demás miembros no tienen porque ellos en una manera especial dirigen el rebaño. El ministro es llamado «embajador» que denota que fue llamado y autorizado para ejecutar hechos oficiales que es no se permiten a otros. ¡Qué dignidad tiene este título! Representante en un país extranjero comisionado para hacer reconciliaciones. Se llama también «mayordomo» que significa que algo se le ha confiado y él queda responsable al que se lo confió. No cabe duda que los miembros tienen sus deberes y sus obligaciones, pero los títulos pastor, obispo, embajador y mayordomo no se aplican a ellos como a los ministros que ocupan el oficio ministerial. Los títulos ya mencionados indican que los ministros están separados de los demás para desempeñar un trabajo especial, y para ser esto en su plenitud hay necesidad de una ordenación. Todo esto denota que el ministerio es un oficio de una categoría muy alta.
La ceremonia especial que se usa para separar al ministro para su trabajo dirigido por una iglesia indica que el ministerio es un oficio y no un trabajo al que cualquier miembro de la iglesia puede tener acceso. Pablo nos da ejemplos de dos ordenaciones; una se encuentra en los Hechos 13:2, 3; y tiene referencia a él y Bernabé; y el otro ejemplo se encuentra en 1 Timoteo 4:14, y tiene referencia a la ordenación de Timoteo. Además Pablo habla acerca de ordenaciones de ancianos en las iglesias.
El plan de su sostén como se encuentra en 1 Corintios 9:6-14, indica que el ministro tiene un oficio especial. «¿No sabéis que los que trabajan en el santuario, comen del santuario; y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio». Cristo mismo dice que: «El obrero digno es de su salario». Lucas 10:7. Pablo hablando a los gálatas dijo: «El que es enseñado en la palabra, comunique en todo los bienes al que lo instruye» Gálatas 6:6. Siendo el pastor y sostenido por la iglesia misma demuestra que la iglesia señala un lugar oficial a su ministro lo que no puede hacer a todos los miembros porque no todos pueden vivir de las contribuciones de ella.
Hay ciertos deberes que debe cumplir el ministro y que no tocan a todos los miembros. Los deberes y obligaciones del ministro demanda que ocupe todo su tiempo en el desarrollo de los caracteres de los redimidos y en la evangelización de los perdidos, lo que no cualquier miembro de la iglesia puede hacer, a menos que tenga bienes para sostenerse y ayudar en el sostenimiento propio de su iglesia. Por lo tanto concluimos que el ministro tiene un oficio especial.
2. Razones porque el ministro debe honrar su oficio
El ministro debe honrar y dignificar su oficio porque viene de Dios que ha tenido a bien honrarle con un llamamiento especial a un trabajo de suma importancia. Se conoce la dignidad de un oficio por la categoría del que lo ha conferido. Sabemos que el que tiene un cargo oficial en un reino tiene un puesto de dignidad y su dignidad es en proporción a la grandeza del mismo rey. Lo que sale de sus manos con el sello del rey da dignidad al puesto que ocupa. Así es con el oficio ministerial que Dios ha concedido a sus ministros: su dignidad depende de la grandeza de Dios mismo. Siendo así no hay duda de la dignidad del oficio que viene de tal fuente y por lo tanto hay razón porque el ministro debe honrar en lo sumo su posición en el reino de Dios.
El ministro debe honrar y glorificar el oficio por causa del trabajo que nuestro Padre celestial le ha encomendado. Cada vez que procuro razonar sobre este asunto quedo maravillado de la magnitud de la obra. El otro día cuando empecé a estudiar esta cuestión leí nuevamente la comisión de los ministros y quedé convencido que si un ministro pudiera vivir tantos años como vivió Matusalén moriría pensando que quedaba mucho de lo que hubiera querido hacer en el reino de Dios. Escuchad las palabras de Pablo: «El mismo dio ciertamente … pastores; para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe, y del conocimiento del Hijo de Dios, y a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo». Efesios 4:11-14. Según estos versículos la magnitud de la obra es tan inmensa que exclamamos ¿quién es capaz de hacerlo? Llamo vuestra atención a tres cosas en estos versículos: 1. El perfeccionamiento de los redimidos. 2. La edificación de la iglesia de Cristo. 3. Los resultados que se deben tener, que son: la unidad de la fe, el conocimiento de Cristo y un desarrollo hasta que se tenga la plenitud de Cristo.
Se ve la grandeza del oficio ministerial en el mandato de Pablo a los pastores que vinieron de Mileto a Efeso. Él dice: «Por tanto mirad por vosotros y por todo el rebaño, en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar a la iglesia del Señor, la cual ganó por su sangre» Actos 20:17, 28. Hay cuatro modos en que el ministro debe honrar su oficio: 1. En obedecer el mandato, cuidar de sí mismo, cuidar de su comportamiento, de su reputación, y de su preparación. 2. En cuidar la iglesia en su comportamiento, en sus doctrinas y en su actividad como cuerpo misionero. 3. En apreciar la obra del Espíritu Santo en la dirección del trabajo de la iglesia. 4. En alimentar bien el rebaño que Cristo rescató con su sangre.
El oficio es digno de honor por lo que ha sido confiado al ministro como mayordomo. No es mayordomo de dinero sino de una cosa mil veces más preciosa. Pablo dice: «Ténganos los hombres por ministros de Cristo, y dispensadores de los misterios de Dios. Más ahora se requiere en los dispensadores, que cada uno sea hallado fiel» 1 Corintios 4:1, 2. Además dice: «Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios lograse por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo; reconciliados con Dios» 2 Corintios 5:20. Un embajador está escogido entre miles, y puede decir entre millones de hombres para ser un representante especial; por lo tanto su oficio es digno de gran encomio. Así es entre los escogidos de Dios para ocupar el oficio del ministro.
Pedro nos ha dado una razón porque debemos honrar y magnificar el oficio del ministerio. El mandato de él es: «Apacentar la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino de un ánimo pronto» 1 Pedro 5:2. Sabemos la dignidad de un apóstol, y si leemos el primer versículo de este capítulo se ve que Pedro consideró el pastorado en un sentido igual al apostolado porque él dice yo soy anciano, o pastor entre los pastores.
Escuchad lo que Cristo dijo a uno de los predicadores del Nuevo Testamento: «Porque para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que apareceré a ti. Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, remisión de pecados y suerte entre los santificados» Actos 26:16 y 18. De esto se ve que el oficio ministerial es digno de honra y alabanza. Los ministros son mandados a un pueblo que anda en la oscuridad, en oscuridad tan densa para la mayor parte de ellos que parece que andan como ciegos, son condenados, y la espada de ejecución está sacada de la vaina lista para cumplir la orden de la ejecución y el ministro está escogido para llevar las buenas nuevas de la redención a los que se arrepientan de sus pecados. El trabajo del ministro de ganar almas para Cristo es glorioso, pero no es menos glorioso su otro trabajo de apacentar el rebaño sobre que ha sido puesto por el llamamiento de la iglesia y la dirección del Espíritu Santo.
Los medios que nuestro Padre celestial ha puesto en nuestras manos para llevar a cabo el trabajo del ministerio indican la dignidad y grandeza de este oficio:
(1) Tenemos un día que es infalible lo que no puedo decir en cuanto a cualquier guía de oficio mundano porque todos ellos son falibles. El guía que tenemos fue dado por un autor infalible y este guía, la Biblia misma, nos ha sido entregado con el propósito de ser empleado en nuestro trabajo de reconciliación de los perdidos con Dios y la edificación del pueblo de Dios. Pablo hablando acerca de este guía dijo: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos; y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» Hebreos 4:12. Es más poderosa que una persona que viniera de entre los muertos para hablar. Abraham dijo: «Si no oyen a Moisés y a los profetas tampoco se persuadirán si alguno se levantare de los muertos» Lucas 1:31. La Palabra de Dios será el juez en aquel día. Cristo dijo: «El que me desecha, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero» Juan 12:48. El mandato de Dios es, «Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo» 2 Timoteo 4:2. Dios nos ha honrado con su Palabra como se encuentra escrita en la Biblia, para que la usemos como una persona usa su espada, para convencer y vencer al mundo porque es nuestra espada en la lucha en defensa de la causa de Dios, y además el mundo será juzgado conforme a esta Palabra. Siendo esta espada tan afilada, hay necesidad de que las manos que la manejen sean hábiles. Es imposible medir la responsabilidad que pesa sobre el ministro que predica el evangelio porque la Palabra predicada «es olor de vida a vida o muerte a muerte» [2 Cor. 2:16] y la dignidad del ministerio en su grandeza está en proporción con la responsabilidad que acompaña el oficio. Por lo tanto muchas veces en mis meditaciones he exclamado con Pablo: «¡Ay de nosotros sino predicamos el evangelio!» En toda su pureza y con todas las veras y energías de nuestros corazones.
(2) El oficio del ministerio es digno de encomio porque está acompañado por el Espíritu Santo y es su presencia y poder lo que garantiza el éxito bueno y glorioso en el trabajo. Es imposible que una persona reverente pudiera reconocer la presencia del Espíritu Santo en su obra y despreciar su oficio como ministro de Dios. La dignidad del oficio consiste en que «somos colaboradores con Dios». Es imposible despreciar este oficio sin despreciar a Dios porque estamos en compañía con él en el trabajo.
(3) El ministerio debe ser honrado por causa de las cualidades que este oficio demanda; son cualidades extraordinarias, y no hay oficio entre los hombres que tenga la dignidad, y que requieran las cualidades que Dios demanda de los que entren en el oficio ministerial. Estas cualidades son mentales, morales, y espirituales. Además los que ocupen este oficio deben tener dones, gracias y carácter de tal clase como ningún oficio mundano requiere. No hay nada en la Palabra de Dios que demande que tenga cierta clase de educación o que tenga cierto número de años en una escuela; sin embargo la Biblia dice con claridad que tiene que ser «apto para enseñar» y sin esta aptitud ningún hombre debe atreverse entrar en el ministerio porque su fracaso es seguro. El hecho de leer un capítulo de la Biblia y decir algunas palabras sobre lo que ha leído no es predicar. Enseñar lleva la idea de que una persona puede instruir de tal manera que el discípulo aprenda lo que el maestro dice; de otro modo no es apto para enseñar y no tiene la cualidad intelectual que el ministerio requiere. Otra de las cualidades que demanda el oficio es la moralidad. Siempre he dicho que el carácter del ministro es más delicado que el de una doncella. Me parece que cuando un hombre entra en el ministerio, se envuelve en un manto de pureza y debe empeñarse sobremanera para no mancharlo porque la Biblia dice que «conviene que tenga buen testimonio de los extraños porque no caiga en afrenta y en lazo del diablo» 1 Timoteo 3:7. El ministro debe presentar su renuncia cuando los de afuera o los de la iglesia empiezan a dudar de su moralidad o su sinceridad. Las cualidades espirituales que requiere este oficio son superiores a los que se encuentran en los miembros de la iglesia. Su espiritualidad debe ser desarrollada a tal grado que nada le desanimen su trabajo, su visión debe ser tan despejada que pueda llevar su iglesia consigo a alturas más sublimes todavía.
Concluimos que por el llamamiento especial, la obra extraordinaria encomendada, los medios poderosos concedidos para efectuar la obra, y las cualidades demandadas en los que desempeñan el oficio del ministerio, que el oficio está sobre todo oficio en divinidad e importancia y por lo tanto debe ser honrado sobre todos los demás.
3. Cómo se debe honrar y glorificar el oficio ministerial
Para que podamos honrar el oficio ministerial tenemos que reconocer la suma importancia de él, o de otro modo lo tratamos como cualquier otro oficio y pudiéramos pensar que hay poca diferencia entre éste y los demás en caso que exista alguna. Hay tanta diferencia entre este oficio de los demás como hay entre el brillo del sol y el de una de las estrellas. La magnitud del ministerio se conoce por la gran comisión como se encuentra en los evangelios. El trabajo como se encuentra delineado en la gran comisión es tan extenso como el mundo mismo, y su obra continuará hasta que venga Cristo y su influencia es coexistente con la eternidad. Su trabajo no solamente toca una clase de gente, sino a toda la humanidad. ¿Es posible que haya otro oficio tan grande en su magnitud como este? La responsabilidad es tan grande y las consecuencias tan buenas o tan malas, que el ministro debe temblar bajo el peso de ellas sabiendo lo que Pablo dice: Sus palabras son «sabor de vida a vida o muerte a muerte».
¿Nunca habéis visto el ministerio bajado de lo sublime a un estado ridículo? Hace algún tiempo sucedió esto en un lugar; un hombre bastante intelectual que fue excluido de la iglesia por adúltero y borracho volvió a vivir en la ciudad donde fue excluido y aún antes de que ese Señor hubiera asistido un servicio de la iglesia, un miembro infiel propuso que él predicara en el próximo servicio y la proposición fue aceptada y me figuro que si pudiera haber visto el mundo invisible, hubiera visto a los ángeles llorando de vergüenza y a los demonios gritando con alegría por la condición de esa iglesia y la pérdida de la dignidad del ministerio por causa de tal acto.
No solamente a tales personas no se les debe permitir subir al púlpito para tomar la Palabra de Dios, sino que ninguna persona irreverente debe hacerlo. Parece que hay ocasiones cuando se necesita que alguien ocupe el púlpito en la ausencia del pastor, pero es mil veces mejor que la iglesia quede sin el culto antes que invitar a una persona que no es piadosa y no tiene una reputación buena delante de los miembros y delante de los de afuera.
Una de las mejores maneras de honrar el oficio ministerial es estudiar. No es el estudio todo el trabajo del ministro, pero el que estudia en verdad sabrá cómo dividir su tiempo en todo el trabajo ministerial. Hay oficios mundanos que se pueden ocupar y saber todo lo necesario en poco tiempo para cumplir los deberes relacionados con el oficio, y no es necesario seguir estudiando, pero no es así con el ministerio, porque el que no sigue estudiando pronto está listo para cambiar pastorado. Las instrucciones a Timoteo demuestran que hay necesidad de diligencia y por medio de ésta el ministro puede honrar su posición. Pablo dice: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse» 2 Timoteo 2:15. Parece que Timoteo era buen estudiante y cuando esta segunda carta le fue escrita él había predicado por mucho tiempo; sin embargo había necesidad de seguir estudiando con diligencia. ¡Ay de aquel ministro que deja de estudiar! El que no estudia no magnifica ni honra su oficio. No es cuestión de estudiar solamente con la mente sino también con el corazón, es decir, estudiar de tal manera que lo que la mente haya aprendido llegue al corazón que el corazón tome parte en todas sus actividades. Además estudia de tal manera que lo que reciba la mente llegue a ser alimento espiritual y se manifieste en cada hecho de la vida. Tal estudio honra al oficio y produce en el ministro que lo sigue, un poder que nunca ha conocido antes.
Hay personas que trabajan con sus manos y hacen algo en el mundo, y hay otros que trabajan con sus manos y sus mentes y tal vez hacen mil veces más que los que trabajan con sus manos, pero el ministro que es apto en su trabajo no solamente trabaja con sus manos y mente sino también con su corazón y el poder que emana del corazón es mil veces más eficaz para traer a la humanidad hacia Cristo y elevar a los redimidos a un estado más moral y hacerlos tomar a Cristo como su modelo en todos sus hechos, que el poder de los que pretenden hacer su trabajo por medio de su elocuencia y astucia. Para prueba de esto estudiad la vida de predicadores notables a través de los siglos. Estudiad además el martirologio y se verá esta verdad. Muchos de ellos fueron hombres intelectuales pero se ve que lo que dominó sus vidas fue el amor. Estoy seguro de que cuando se acercaron al fuego, sus cuerpos desistieron entrar en las llamas, y sus mentes empezaron a razonar para ver cómo escapar el sufrimiento pero el espíritu dominó y subyugó la carne y la mente y así la causa de Dios se extendió más rápidamente.
El ministro nunca debe estar contento con lo que conoce, porque la Palabra de Dios es como una mina y hay necesidad de excavar más y más y profundizarla para sacar a la luz las riquezas más preciosas. La Palabra de Dios es como un manantial profundo por esto debemos bajar el cántaro hasta las partes más profundas para sacar el agua más fresca para saciar nuestra sede y la del rebaño y si lo hacemos así el rebaño siempre volverá con gusto para recibir el agua fresca. La Palabra de Dios es más que agua: es el pan de la vida no solamente para el predicador sino también para el sostén del cristiano. Es deber de cada ministro presentar este pan de tal manera que alimente bien el rebaño. Hay muchos cristianos muy flacos espiritualmente porque su alimento ha sido tan malamente preparado. Pocos sermones son buenos para diferentes ocasiones. Siempre el ministro necesita re estudiar sus sermones y casi siempre hay necesidad de transformarlos para adaptarlos a la ocasión y es casi imperdonable repetir el mismo sermón en el mismo lugar. El pan recalentado no es tan bueno como el fresco y así pasa con un sermón.
Las instrucciones del Dr. Mullins a sus discípulos son buenas no solamente para ellos sino para los que han entrado en el ministerio. Él dijo: «Sed fieles a la tarea que tenéis a la mano, cumplid vuestros estudios. Haced vuestro trabajo tan perfecto como sea posible, no seáis mezquinos en nada. Evitad fracasos para que no formes el hábito y este hábito llegue a ser fijo, porque el fracaso es en verdad un hábito como el éxito. Estad listos para pagar el precio de un buen éxito. No hay éxito real sin sacrificio, y todo sacrificio bien dirigido produce un buen éxito. Recordad que no es la sabiduría del hombre mismo la que dirige sus pasos. Haced de Cristo vuestro ideal de fidelidad, como le habéis hecho vuestro Señor y maestro». Esta instrucción me hace recordar lo que un ministro me dijo el otro día cuando le pregunté algo acerca de su congregación para saber que debía predicar y él me dijo: «Cualquiera cosa será buena para ellos». Hermanos, nunca debemos predicar cualquier cosita a las congregaciones, porque la responsabilidad que cae sobre nosotros es demasiado pesada.
Tantas veces he visto en mi vida predicadores jóvenes que no duraron más que uno o dos años en un lugar y se quejan porque no son apreciados por la iglesia y también muchos predicadores ancianos se quejan porque las iglesias no quieren pastores ancianos. No es cuestión de edad ni en una clase ni en la otra; es cuestión de un estudio profundo y constante de las Escrituras para poder presentar sus enseñanzas de una manera que lleguen al corazón. Para hacer esto hay necesidad de que el ministro sea un hombre estudioso y de oración no en forma sino en realidad.
El oficio ministerial puede ser honrado por el ministro que presta todas sus energías a las obligaciones que este oficio demanda. El trabajo del ministro es tan amplio, tan honroso y glorioso, que cualquier persona que entre en ese trabajo puede dar lo mejor de sus facultades y fuerzas y todavía no hace todo lo que él mismo piensa que este oficio demanda. El oficio demanda los mejores hechos que el mejor hombre puede hacer; no hay lugar en el ministerio para ningún hecho que no sea digno del respeto de los mejores hombres. El ministro mismo debe apreciar su oficio de tal manera que prefiera la muerte antes que un hecho que desprestigie su oficio y traiga vergüenza sobre la causa. De este oficio ha dicho un autor: «Dios ha entregado al ministro un oficio tan alto como el cielo, tan profundo como el infierno y tan amplio como el espacio» porque este ministerio toca al interés de toda la humanidad sea de los salvos o de los perdidos.
El hombre que ha sido llamado al ministerio debe quemar los puentes atrás para que nunca pueda volver al mundo de los negocios. Sé que es verdad que muchos hombres llamados al ministerio están capacitados para ser comerciantes, profesionistas o legisladores, y tal vez pudieran ocupar tales lugares mejor que los que siguen estas carreras, pero la causa a que Dios ha llamado al ministro es tanto más importante que cualquier carrera o negocio del mundo que ni aún el ministro debe pensar en ellos. Se me dirá: pero este oficio demanda sacrificios. Es la verdad pero los resultados de tal vida valen la pena. El ministro no debe mirar atrás cueste lo que cueste el sacrificio.
Nunca he pensado que el ministerio es un sacrificio, porque no es sacrificio hacer lo que queremos hacer y hacer lo que nos deleita hacer. La recompensa es tan grande, no quiero decir en dinero, sino en bendiciones que Dios derrama sobre la persona que escucha las buenas nuevas. Cuando procuro contar las bendiciones que mi pobre ministerio ha producido realmente tengo dificultades para hacerlo, porque veo que son como semilla sembrada. Puedo en estos momentos recordar una docena de personas convertidas bajo mi predicación que ahora son predicadores quienes están desempeñando sus oficios en diferentes partes del mundo y sólo Dios puede saber las bendiciones que traen a la humanidad. Estuve en un hogar hace pocos días y escuché este testimonio que me dio mucho gusto. El creyente dijo: «Gracias a Dios por las bendiciones que han venido a mi vida y a mi hogar por causa de la predicación del evangelio. Antes de mi conversión era jugador y borracho, y gasté mi vida en los bailes y demás vicios que acompaña tal vida, pero ahora cuando termina mi día de trabajo voy a mi casa muy contento con mi familia y me gusta pasar mis horas desocupadas en leer la Biblia y hablar con los inconversos». Lo anterior es la clase de bendiciones que los ministros traen a la humanidad, por lo tanto el ministro debe dar lo mejor de su vida a la causa.
Las palabras de Pablo a Timoteo nos demuestran que el ministerio demanda todas nuestras energías. Él dijo: «Ocúpate en leer, en exhortar, y en enseñar. No descuides el don que está en ti, que te es dado por profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Medita en estas cosas; ocúpate en ellas; para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos» 1 Timoteo 4:13, 14. No es la duración de una vida ministerial la que se cuenta en el reino de Dios, sino la intensidad de la vida es lo que vale. Una vida intensa en la causa de Dios de 30 años puede hacer más que una vida sin energía o intensidad en 150 años. Aunque hay personas en el mundo demasiado competentes para algún oficio, sin embargo el hombre más intelectual, más elocuente y más piadoso, no es demasiado grande para el oficio del ministerio. El hombre más digno se siente demasiado incapaz para el desempeño de este oficio.
Podemos honrar el oficio considerándolo sobre todo los demás en importancia, en magnitud y dignidad. Cuando dejé el pastorado de la iglesia en DeFuniak Springs, Florida, para venir a México, la iglesia llamó a un ministro que tenía bastante influencia en todo el estado de Florida, y pronto después lanzó su candidatura para gobernador del estado y su elección fue muy brillante. La ambición y los aplausos del pueblo le hicieron pensar que había avanzado y subido en el mundo, pero no fue así; su trabajo se limitó al estado y aún a una parte del mismo, mientras que su posición como un ministro no solamente hubiera tocado a un estado sino a todo el mundo. La causa de Cristo marcha adelante mientras que parece que ese hombre ha sido olvidado. No, hermano, en el ministerio no hay ascenso porque no hay oficio más alto; sin embargo, el ministro puede dignificar u honrar su posición con una vida escrupulosa en toda la extensión de la palabra.
Para concluir diré que una de las mejores maneras como el ministro puede honrar su oficio, es en el desarrollo de su iglesia. Hay varias fases en el trabajo de la iglesia y por esto el ministro está al frente de un trabajo bastante delicado. Hay que desarrollarla en doctrina, en su espíritu misionero y evangélico, y una piedad genuina y ferviente. Se puede conocer una iglesia conociendo al pastor. Es posible que esta regla tenga sus excepciones pero serán pocas. Hace algunos días hablé con un pastor sobre el asunto de las misiones y el extendimiento del trabajo, y empezó a mostrarme que su iglesia era bastante liberal, en efecto ha hecho algo, pero triste es decirlo, es una iglesia egoísta porque todo lo que ha dado ha sido para ella misma, nada ha hecho para las misiones o para extender su esfera de acción fuera de la población en que está situada. Después de esto estuve en otro lugar y hablé con el pastor y los diáconos de su iglesia y encontré que las ofertas de la iglesia ni aún pagaron el sueldo del pastor como antes y unos estuvieron en favor de establecer el plan de presupuesto y el pastor se opuso diciendo: «Si ahora no me pagan mi sueldo, ¿cómo me pagarán cuando las ofertas estén divididas en tres o cuatro partes?» Uno de los diáconos insistió en que se tuviera un plan en que se proporcionara la oportunidad de dar para misiones y beneficencia pero el pastor resistió diciendo que si se dividieran las ofertas él renunciaría su puesto como pastor. Estoy seguro de que este pastor tiene que sufrir mucho por no haber glorificado a Dios con una fe más viva. La iglesia no da a las misiones porque su pastor no la impulsa a hacerlo. Tal pastor, tal iglesia.
El pastor debe ser hombre de visión tal que se comprenda no solamente las posibilidades de su iglesia, sino la magnitud del trabajo en que debe tomar parte muy activa. Es el pastor el que forma las ideas e ideales de la iglesia, y puesto que una de sus cualidades es ser «apto para enseñar» sobre él queda la responsabilidad de un fracaso en la obra de su iglesia, si no ha cumplido su deber no solamente en enseñar por palabra sino también por obra. El ministro, sin duda, que ha comprendido la magnitud de la gran comisión, glorificará su oficio instruyendo a su iglesia en todo lo que toca a su actividad en el reino de Dios.
El Atalaya Bautista, 1924
excelente estudio.
Dios les bendiga grandemente.
Hace pocos dias encontre esta pagina y me gusta mucho puedo aprender bastante.