María, hermana de Moisés

Acuérdate de lo que hizo Jehová tu Dios a María en el camino, después que salisteis de Egipto. Deuteronomio 24:9

En la hermosa historia de la niñez de Moisés vemos que María a los doce años era una niña piadosa, obediente y sumamente inteligente. No le faltaba la iniciativa y así es que Dios pudo usarla en la salvación y educación del gran legislador y profeta. Parece que ella era la mayor de los tres hijos. Cuando Moisés sacaba las multitudes de israelitas de su esclavitud a la libertad y los guiaba por el desierto, María y Aarón estaban siempre a su lado; los tres hermanos siempre juntos ayudándose y animándose uno a otro cuando el camino era duro.

María profetizó en tanto y alabanzas dirigiendo a las otras mujeres después que habían pasado por el Mar Rojo. La música es uno de los más ricos dones de Dios a la humanidad y él nos manda emplearla en sus alabanzas. Encontramos una buena parte de la Biblia consiste en una colección de cantos y alabanzas y es justo que la música tenga una buena parte en nuestros cultos. Pero muchas veces los cantos en una iglesia resultan algo menos que música por falta de alguien para dirigir los himnos, escoger himnos apropiados a la ocasión y aprender y enseñar nuevos himnos. Estoy segura que cada pastor necesita una hermana como María, la hermana de Moisés. Buena música en la iglesia atrae al mundo a los cultos, prepara los corazones de la congregación para recibir el mensaje del predicador y en todo es agradable a nuestro Padre Celestial.

Pero María llegó a tener un espíritu de altivez; vanidosa era porque cuando Moisés, su hermano, se casó, le entró la envidia. Ya se había roto la antigua intimidad entre los tres hermanos y María y Aarón hablaron contra Moisés (Números capítulo 12). “Y dijeron ¿solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?”

Jehová mismo les contestó haciéndoles recordar que él había escogido a Moisés para recibir las más grandes revelaciones. Terminó preguntándoles: “¿por qué pues no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo?”

Entonces cayó el castigo sobre María como la más culpable de los dos. De su altivez de espíritu cayó en el desprecio propio a una leprosa.

El castigo fue duro y repentino en aquel caso y creo que aún hoy día Dios castiga a los que se levantan en las iglesias, y por altivez y envidia hablan en contra del siervo de Dios llegando a poner tropiezos en el adelanto de su causa. Los miembros de cualquier iglesia deben ayudar al pastor pero nunca llegar a pensar que si el pastor no hace todo lo que ellos proponen que es infiel a la voz de Dios. Recordemos, hermanos, que Dios escoge a quien quiere para recibir sus mensajes y guiar su pueblo y es peligroso hablar contra su siervo.

Hay dos maneras de sanar un espíritu de altivez. La primera es de llegar frente a frente con la muerte. Es entonces que el hombre y la mujer vanidosa recuerdan que no es nada en sus propias fuerzas. Y el segundo remedio es alguna humillación tal como sufrió María. Fue terriblemente humillada: tuvo que salir y vivir como una desterrada por siete días no pudo esconder su vergüenza. El campamento se detuvo siete días hasta que Dios la sanó. Un tercer remedio contra la vanidad es tener una visión de Dios el Omnipotente, el Rey de los reyes y Señor de señores, tal como le dio Isaías (Isa. 5). Cuando nos parece que somos algo es porque nos estamos midiendo por nuestros vecinos y no por él. Cuando vemos a él en toda su majestad y gloria y majestad, clamamos: “ahí de mí”.

¡Qué comentario sobre la vida es la historia de María! Fue profetiza, era valiente, era reverente y muy activa, pero no es recordada por todas estas buenas cualidades, sino por su única caída. Sirvió fielmente muchos años y cayó en desgracia por siete días. Recordamos los siete días y olvidamos los cien años de fiel y abnegado servicio. Tal es el poder del pecado. ¡Con cuánto cuidado no hemos de guardar nuestras vidas de este gran pecado, la vanidad, la altivez del espíritu, la estimación propia! Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”. (Proverbios 16:16).

La Voz Bautista, 1925

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