Es nuestro deber evangelizar al mundo porque todos los hombres necesitan a Cristo
Las Escrituras cristianas y la observación cuidadosa y prolongada de hombres serios en todo el mundo están de acuerdo de que, con respecto a la necesidad de salvación, todas las naciones y razas son iguales. La necesidad del mundo no cristiano es indescriptiblemente grande. Cientos de millones viven hoy en día en la ignorancia y la oscuridad impregnada de idolatría, superstición, degradación y corrupción. Reflexione sobre los males desoladores y crueles que están causando tales estragos terribles entre ellos. Vea bajo qué carga de pecado, tristeza y sufrimiento viven. ¿Puede una persona sincera dudar de la realidad de la terrible necesidad después de revisar la encuestas magistrales y científicas realizadas sobre los males sociales del mundo no cristiano? Nadie que haya visto las condiciones reales puede cuestionar que quienes están sin Dios tampoco tienen esperanza.
Las religiones no cristianas pueden ser juzgadas por sus frutos. Si bien proporcionan algunos principios morales y preceptos de valor, no ofrecen normas y motivos adecuados para guiar correctamente la vida, ni el poder para permitirle dar el paso entre conocer el deber y hacerlo. Aunque hay entre los seguidores de estas religiones hombres de vidas altas y nobles, a los ojos de Dios todos han pecado y necesitan el perdón divino de Cristo el Salvador. Todas las demás religiones han fallado en hacer lo que el cristianismo ha hecho y está haciendo como un poder regenerador en el individuo y como una fuerza transformadora en la sociedad. Es un hecho significativo que los miles de misioneros dispersos en todo el mundo, cara a cara con el paganismo y, por lo tanto, en la mejor posición para hacer un estudio científico del problema, presentan un testimonio tan unánime sobre los resultados prácticos de las religiones no cristianas como para siempre desterrar cualquier duda o reserva con respecto a su insuficiencia para satisfacer las necesidades del mundo.
Las Escrituras enseñan claramente que si los hombres habrían ser salvos, deben ser salvos por medio de Cristo. Solo él puede librarlos del poder del pecado y su castigo. Su muerte hizo posible la salvación. La Palabra de Dios establece las condiciones de la salvación. Dios ha elegido que estas condiciones se den a conocer a través de la agencia humana. La capacidad universal de los hombres para beneficiarse con el evangelio, y la capacidad de Cristo para satisfacer a los hombres de todas las razas y condiciones, enfatizan el deber de los cristianos de predicar a Cristo a cada criatura. La pregunta candente para cada cristiano es entonces, ¿Los cientos de millones de hombres que viven ahora, que necesitan a Cristo y son capaces de recibir ayuda de él, fallecerán sin siquiera tener la oportunidad de conocerlo?
No es necesario que vayamos a las Escrituras, o a los confines de la tierra, para descubrir nuestra obligación con los no evangelizados. Un conocimiento de nuestros propios corazones debería ser suficiente para dejar claro nuestro deber. Conocemos nuestra necesidad de Cristo. Por lo tanto, es irrazonable que supongamos que las naciones que viven en pecado, miseria y esclavitud pueden continuar sin él, a quien tanto necesitamos, incluso en las tierras cristianas más favorecidas.
Es nuestro deber evangelizar el mundo porque les debemos el evangelio a todos los hombres
Tenemos un conocimiento de Jesucristo, y tener esto es incurrir en una responsabilidad hacia cada hombre que no lo tiene. Tener un Salvador quien es el único que puede salvar de la culpa y el poder del pecado impone una obligación del carácter más serio. Recibimos el conocimiento del evangelio de otros, pero no para apropiarlo para nuestro uso exclusivo. Se trata de todos los hombres. Cristo probó la muerte para cada hombre. Desea que las buenas nuevas de su salvación se den a conocer a todas las criaturas. Todas las naciones y razas son una en la intención de Dios y, por lo tanto, tienen el mismo derecho al evangelio. Los cristianos de hoy son simplemente administradores del evangelio y, en ningún sentido, propietarios únicos. Todos los indios, todos los chinos, todas las islas del mar del sur tienen el mismo derecho al evangelio como cualquier otro; y, como un chino le dijo una vez a Robert Stewart, quebramos el octavo mandamiento si no se lo llevamos. En palabras del Sr. Eugene Stock, “Tráigame el mejor budista o musulmán del mundo, el más virtuoso, el más inteligente, y creo que el hombre tiene derecho a conocer el hecho tremendo de que una persona divina vino al mundo para traer bendiciones a la humanidad. Si sea que lo necesita o no, no me detendré a debatir. Creo que él tiene un reclamo sobre el pueblo cristiano para que le comparta ese hecho”. ¡Qué mal en contra de la humanidad detener el conocimiento de la misión de Cristo a los hombres de dos tercios de la raza!
Nuestro sentido de obligación debe intensificarse cuando nos hacemos la pregunta– “si no predicamos a Cristo donde él no ha sido nombrado, ¿quién lo hará”? Dios nos “encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Cor. 5:19), y ¿de quién oirán los inconversos que viven ahora esa palabra, si los cristianos de hoy en día no pueden saldar esta deuda”? Sabemos su necesidad; conocemos el único remedio; tenemos acceso a ellos; somos capaces de ir.
Las afirmaciones de la humanidad y la fraternidad universal nos impulsan a dar a conocer a Cristo a quienes viven en las tinieblas y en la miseria. La “regla de oro” por la que profesamos vivir nos impulsa a ello. El ejemplo de Cristo, que fue movido con compasión para satisfacer incluso el hambre física de las multitudes, debería inspirarnos a seguir adelante llevando la Palabra de vida a los millones que vagan en su impotencia a la sombra de la muerte.
La evangelización del mundo en esta generación no es para los cristianos una tarea autoimpuesta; descansa con seguridad sobre el mandamiento divino. La Gran Comisión de Cristo dada por él en el aposento alto en Jerusalén la noche después de la resurrección (Marcos 16:15; Lucas 24:46, 47), y nuevamente un poco más tarde en una montaña en Galilea (Mateo 28:19, 20), y una vez más, en el Monte de los Olivos (Hechos 1:8), justo antes de su ascensión, expresa claramente nuestra obligación de dar a conocer a Cristo a todos los hombres. Si bien este mandato se dio a los discípulos de Cristo que vivieron en la primera generación de la era cristiana, también fue intencionado para todos los tiempos y para cada cristiano en su propio tiempo. El hecho de que el mandamiento no estaba destinado a los apóstoles únicamente se ve en la promesa con la que está vinculada: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo, 28:20). La práctica de la iglesia en la era apostólica y la era sub-apostólica muestra que el mandato fue considerado como vinculante no solo para los apóstoles sino también para todos los cristianos. Se dirigió a todos en todos los lugares y a todas las generaciones que deben invocar el nombre del Señor Jesucristo. Es cierto que no hay un mandato expreso para evangelizar al mundo en esta generación; pero, como ha señalado el Sr. Stock, “Si tenemos un mandato general para hacer conocer el evangelio a quienes no lo saben, no parece que haya un escape de la conclusión de que el deber de darlo a conocer a todos, es decir, a todos ahora vivos, radica en la misma naturaleza del caso”. Por tanto, la expresión “la evangelización del mundo en esta generación” simplemente traduce el último mandato de Cristo en términos de obligación con respecto a nuestra propia vida.
En este mandato de nuestro Señor tenemos “un poder motriz suficiente para impulsar a los discípulos siempre con una fuerza uniforme; que sobrevivirá al romance; que sobrevivirá a la emoción; que es independiente de las experiencias y sentimientos; que puede superar todas las dificultades y decepciones; que arde constantemente en ausencia de estímulo externo, y resplandece durante un aumento de persecución; un motivo tal que en su influencia intensa e imperecedera sobre la conciencia y el corazón de un cristiano será, irrespectivo de su historia pasada, de cualquier peculiaridad que uno tenga en su postura y de su interpretación de la profecía”. Este mandato se ha dado para ser obedecido. Seguirá operativo hasta que sea derogado. La ejecución de la misma no es opcional sino obligatoria. Aguarda el cumplimiento de una generación que tendrá el valor y la consagración suficiente para proceder con lo que se ha ordenado. Debería motivar todos los verdaderos cristianos a la acción; porque, en palabras del reverendo Whately, “Si nuestra religión no es verdadera, deberíamos cambiarla; si es verdad, estamos obligados a propagar lo que creemos que es la verdad”. “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15)
Es nuestro deber evangelizar el mundo porque esto es esencial para la mejor vida de la iglesia cristiana
Si todos los hombres necesitan el evangelio, si les debemos el evangelio a todos los hombres, si Cristo nos ha ordenado que prediquemos el evangelio a todas las criaturas, es nuestro deber, sin duda, dar a todas las personas de nuestra generación la oportunidad de escuchar el evangelio. Conocer nuestro deber y hacerlo no es pecado. La continuidad en el pecado de abandono y desobediencia necesariamente debilita la vida y detiene el crecimiento de la iglesia. ¿Quién puede medir la pérdida de vitalidad y poder que ya ha sufrido en nuestros días por no haber hecho todo lo que está a su alcance para la evangelización del mundo? Los cristianos de hoy necesitan algún objetivo lo suficientemente grande como para comprometer todos los poderes de sus mentes y corazones. Encontramos tal objeto en la iniciativa para dar a conocer a Cristo a todo el mundo. Esto llamaría y utilizaría las mejores energías de la iglesia. Ayudaría a salvarla de algunos de sus peligros más graves: la comodidad, el egoísmo, la lujuria, el materialismo y los ideales bajos. Requeriría, y por lo tanto promovería en gran medida, una verdadera unidad cristiana, evitando así un inmenso desperdicio de fuerza. Reaccionaría favorablemente en los países cristianos. No hay una sola cosa que pueda hacer tanto para promover la obra en nombre de las ciudades y los distritos rurales descuidados de las tierras de origen como una gran ampliación de las operaciones misioneras en el extranjero. Esto no es una cuestión de teoría; la historia enseña de manera impresionante que las épocas misioneras han sido los momentos de mayor actividad y vigor espiritual en la vida de la iglesia que se responsabiliza. Así que los mejores intereses espirituales de América, Gran Bretaña, Alemania, Australia y otras tierras cristianas están inseparablemente ligados a la evangelización de todo el mundo. Los dictados del patriotismo, así como de la lealtad a nuestro Señor, nos llaman a entregarnos a la evangelización del mundo.
Pero la consideración más seria e importante de todo es que la mayor manifestación de la presencia de Cristo con nosotros como cristianos individuales y con la iglesia en general, depende de nuestra obediencia a su mandato. Existe una conexión muy íntima y vital entre “id, y haced discípulos a todas las naciones” y “he aquí yo estoy con vosotros todos los días”. El don del Espíritu Santo está asociado en el Nuevo Testamento con la difusión del conocimiento de Cristo. Más que eso, el poder del Espíritu Santo fue otorgado con el propósito expreso de equipar a los cristianos para la obra de predicar el evangelio hasta las partes más extremas de la tierra, comenzando desde Jerusalén. Por lo tanto, si la iglesia de hoy en día tuviera el poder de Dios sobre ella, ¿no es esta la gran necesidad? Necesariamente la recibirá mientras se encuentre en el camino de una obediencia más amplia al mandato misionero.
La obligación de evangelizar al mundo es urgente
Toda razón para hacer esta obra de evangelización exige que se haga no solo a fondo sino también lo más rápido posible. La generación actual está desapareciendo. Si no lo evangelizamos, ¿quién lo hará? No nos atrevemos a decir que la próxima generación será lo suficientemente comprometido. La iglesia ha tenido el hábito de encomendar a los inconversos a la próxima generación. “No es posible que la generación venidera cumpla con los deberes de la generación presente, ya sea que respete su arrepentimiento, su fe o sus obras; y encomendar la próxima generación cristiana nuestra parte de la predicación de Cristo crucificado a los inconversos; es como entregarles el amor que le debemos a Dios y al prójimo. El Señor exigirá de nosotros lo que se nos ha encomendado a nosotros”. La generación actual es una de las crisis sin precedentes en todas las partes del mundo no evangelizado. Misioneros de casi todas las tierras instan a que, si la iglesia no cumple con su deber en nuestra vida, no solo las multitudes de la generación presente perecerán sin conocer a Cristo, sino que la tarea de nuestros sucesores de evangelizar a su generación será mucho más difícil.
Nuestra generación es también una de las oportunidades maravillosas. El mundo es mejor conocido y más accesible, sus necesidades más articuladas e inteligibles, y nuestra capacidad para entrar en todo el mundo con el evangelio es mucho mayor que en cualquier generación anterior. Todo esto se suma a nuestra responsabilidad.
Las fuerzas del mal no están aplazando sus operaciones a la siguiente generación. Con iniciativas en todo el mundo y con un vigor incesante, buscan realizar su trabajo mortal en esta generación. Esto es cierto no solo de las terribles influencias que han estado actuando en las naciones no evangelizadas durante siglos, sino también de las que provienen de las llamadas tierras cristianas. Por el tráfico de licor, por el comercio del opio y por las vidas licenciosas y los hábitos de juego de algunos de nuestros compatriotas, hemos incrementado enormemente la miseria y la desgracia de los incrédulos extranjeros. Todas las naciones no cristianas están siendo sometidas a las influencias de la civilización materialista del occidente, y estas pueden fácilmente obrar su daño a menos que estén controladas por el poder de la religión pura. La evangelización del mundo en esta generación no es, por lo tanto, simplemente una cuestión de aprovechar la oportunidad, sino de ayudar a neutralizar y suplantar los efectos de los pecados de nuestros propios pueblos.
Por la infinita necesidad de hombres sin Cristo; debido a las posibilidades de los hombres de todas las razas y condiciones que acepten a Cristo como el Señor de sus vidas; por el mandato de nuestro Señor, que ha adquirido fuerza adicional como resultado de diecinueve siglos de descubrimiento, de apertura de puertas, de experiencia de la iglesia cristiana; por el vergonzoso abandono del pasado; debido a la crisis inminente y la urgencia de la situación en todas las partes del mundo no cristiano; por la oportunidad de un movimiento muy acelerado en el presente; por el peligro de descuidar un gran movimiento hacia adelante; debido a los recuerdos constantes de la cruz de Cristo y el amor con que él nos amó, es un deber solemne de los cristianos de esta generación hacer todo lo posible para evangelizar al mundo.
(Un capítulo tomado del libro The Evangelization of the World in this Generation por John Mott. Publicado originalmente en el año 1900. Levemente editado al traducirse).
Bendiciones y muchas gracias por el artículo, por medio de el, Dios Padre Celestial me reveló la verdad sobre una inquietud que rondaba en mi mente.
Me uno a este llamado a todas las naciones, todo el tiempo.
La necesidad el mundo es Cristo, no una religion.
Me impacto mucho saber al final del escrito que este es un capítulo de un libro que fue publicado en 1900 y al leerlo el día de hoy en el año 2020 podemos ver que no ha perdido importancia alguna, al contrario las palabras del hermano Mott es un llamado urgente también a nuestra generación y que nos debe motivar a ser obedientes a Cristo de ir a evangelizar al mundo.