Algunas vidas son prácticamente destruidas y arruinadas antes de nacer, debido a su crianza y tendencias hereditarias. Manasés tenía todo a su favor, siendo hijo de un padre piadoso, pero, en principios, era un desastre moral. Es difícil decir cuánto se atribuyó a su madre o a sus consejeros, pero al principio él demostró ser un enemigo de su padre y de su Dios.
I. Su rebelión. Para todos los que temían al Señor, su reinado fue el “reinado de terror”. Había un absoluto desprecio por el ejemplo piadoso de su padre. “Pero hizo lo malo ante los ojos de Jehová, conforme a las abominaciones de las naciones que Jehová había echado de delante de los hijos de Israel. Porque él reedificó los lugares altos que Ezequías su padre había derribado, y levantó altares a los baales, e hizo imágenes de Asera, y adoró a todo el ejército de los cielos, y les rindió culto” (2 Cron. 33:2-3). También era dado a prácticas del ocultismo. “Y pasó sus hijos por fuego en el valle del hijo de Hinom; y observaba los tiempos, miraba en agüeros, era dado a adivinaciones, y consultaba a adivinos y encantadores; se excedió en hacer lo malo ante los ojos de Jehová, hasta encender su ira” (2 Cron. 33:6). Pero no solo eso, al estar poseído con un espíritu tan malvado que siguió su propia voluntad y camino, deshonrando y desafiando a Dios, estableció su propio ídolo en la casa de Dios. “Además de esto puso una imagen fundida que hizo, en la casa de Dios, de la cual había dicho Dios a David y a Salomón su hijo: En esta casa y en Jerusalén, la cual yo elegí sobre todas las tribus de Israel, pondré mi nombre para siempre” (2 Cron. 33:7). La esencia de la rebelión contra el Señor es: “No se haga tu voluntad, sino la mía”. El dios del “yo” a menudo se establece en el templo de Dios.
II. Su advertencia. “Y habló Jehová a Manasés y a su pueblo, mas ellos no escucharon” (2 Cron. 33:10). De una forma u otra, Dios le dejó saber al joven rey que estaba viviendo una vida de enemistad contra él. Si no tuvo un mensaje especial enviado por el profeta Isaías, a quien probablemente le hubiera quitado la vida, tenía los mandamientos y ordenanzas dadas por la mano de Moisés (2 Cron. 33:8). En su misericordia, Dios advierte antes de dejar caer su juicio. La advertencia puede venir a través de algún terremoto providencial, o por el silbo apacible y delicado de la conciencia, o, quizás, a través de los labios de algún mensajero enviado del cielo. No oír es continuar una guerra profana contra el Todopoderoso.
III. Su derrota. “Por lo cual Jehová trajo contra ellos los generales del ejército del rey de los asirios, los cuales aprisionaron con grillos a Manasés, y atado con cadenas lo llevaron a Babilonia” (2 Cron. 33:11). Debido a que negó al Señor, el Señor trajo al ejército de los asirios contra él. La idolatría nacional trajo la derrota nacional. Este es un principio establecido en el gobierno soberano de Dios, como lo enseña claramente el libro de Jueces y toda la historia pasada. Como es a nivel nacional, también lo es a nivel individual. El alma que pecare, esa morirá (Eze. 18:4). La derrota y la esclavitud, como lobos rapaces, tarde o temprano superarán al pecador que desafía a Dios. El Señor tiene muchas formas inesperadas de “enganchar” a sus enemigos. “Enganchó” a Saulo de Tarso en su camino a Damasco, con la luz de la verdad. Manasés fue enganchado con los hierros de la aflicción y el reproche (Sal. 107:10-11). ¿Qué es el hombre para que se jacte contra Dios? En cualquier momento, Dios puede arrojar su gancho de autoridad y lanzar al rebelde a la perdición eterna.
IV. Su rendimiento. “Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres” (2 Cron. 33:12). Mientras se encontraba en su aflicción y confinamiento solitario, su pasado culpable, con todo su horror, le miró en la cara. Él ve que las fuerzas en su contra son abrumadoras, y se entrega como prisionero a Dios. Nunca un enemigo rogó más seriamente por la paz y el perdón que el humillado Manasés. Su arrepentimiento fue real, se humilló y buscó al Señor. Antes, buscaba matar la verdad de Dios resistiéndola; pero la verdad ha vencido. A veces la memoria, así como la paciencia, hace su obra perfecta. No puede haber un arrepentimiento real que no conduce a Dios. Un hombre puede espantarse, como el caso de Félix (Hch. 24:25), o estar tan profundamente convencido como Agripa (Hch. 26:28), y sin embargo nunca arrepentirse. Sentir lamento por su pecado, y sencillamente resolver mejorar con sus propias fuerzas en el futuro, no es el arrepentimiento que trae vida. Si nuestra amargura del alma no nos obliga a buscar el perdón de Dios y a entregarnos a él, es un arrepentimiento del que debemos arrepentirnos. La evidencia del arrepentimiento del pródigo fue que “vino a su padre” (Luc. 15:20).
V. Su victoria. “Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios” (2 Cron. 33:13). Él vuelve como un hombre nuevo para vivir una vida nueva. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). La suya fue una gran liberación, como lo son todas las liberaciones de Dios. Fue emancipado de yo interior malvado y de un pasado terrible al ser hecho una nueva criatura a través de la gracia de Dios. Solo ahora comienza a vivir; su vida pasada no ha producido más que fracaso y vergüenza. Manasés es el Saulo del Antiguo Testamento. Dios puede salvar al peor de los pecadores, pero solo a través del arrepentimiento y la fe. Aunque este es un ejemplo de la gracia de Dios, no hay estímulo para continuar en el pecado, para que la gracia abunde (Rom. 6:1-2). Si se convierte un ladrón moribundo, eso no es prueba de que otros ladrones moribundos tendrán la misma oportunidad. Hubo un acróbata quien cruzó el gran río Niágara caminando sobre una cuerda, pero eso no es garantía de que cualquier otro pueda hacerlo. Dios ha ordenado a todos los hombres que se arrepientan y crean en el Evangelio. “Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios” (2 Cron. 33:13). Él ahora lo conocía porque había experimentado su poder salvador y restaurador.