Los nombres de Gedeón y Jefté tienen una mención honorable por parte del gran apóstol en su rol selecto de fieles que “por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas” (Heb. 11:32-33). La historia de Jefté es la historia de todo pecador convertido; un levantamiento, “del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes” (Sal. 113:7-8). Observe algunas cosas concernientes a él:
I. Nació en el pecado. “Era hijo de una mujer ramera” (Jue. 11:1). “Esforzado y valeroso”, pero un hijo de iniquidad. Naamán era un hombre poderoso en valor, pero era un leproso (2 Rey. 5:1). Al nacer, fue descalificado para entrar en la “congregación de Jehová” (Deu. 23:2). “Él que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). ¿Quién puede sacar algo limpio de lo inmundo? Veremos como Dios lo hará.
II. Fue desheredado. “Echaron fuera a Jefté, diciéndole: No heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer” (Jue. 11:2). Su derecho a heredar por sucesión fue destruido por el pecado de sus padres (Deu. 21:16). Por la desobediencia de un hombre, muchos han sido hechos pecadores. “Los injustos no heredarán el reino de Dios” (1 Cor. 6:9). El pecado de Adán lo sacó de su herencia en el jardín del Edén, y toda su posteridad ha nacido fuera. Si hemos de tener una herencia entre los santificados, debe ser por la fe en Jesucristo (Hechos 26:18).
III. Se convirtió en un compañero de los vanos. “Huyó, pues, Jefté de sus hermanos, y habitó en tierra de Tob; y se juntaron con él hombres ociosos, los cuales salían con él” (Jue. 11:3). Como una oveja extraviada, se fue por su propio camino. Parecería que ahora se convirtió en un bandolero, o un saqueador de alguna clase. Tales fuimos algunos de nosotros. Cuando nos privamos de la esperanza, nos sumergimos en el abismo de una vida egoísta e imprudente. Buscando ahogar el remordimiento con la emoción de los placeres pecaminosos. Un hombre es conocido por la compañía que mantiene. Los pájaros que tienen las mismas plumas se parecen. “Y puestos en libertad, vinieron a los suyos” (Hechos 4:23).
IV. Recibió una invitación importante. “Y cuando los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel, los ancianos de Galaad fueron a traer a Jefté de la tierra de Tob; y dijeron a Jefté: Ven, y serás nuestro jefe, para que peleemos contra los hijos de Amón” (Jue. 11:5-6). Estos ancianos, sin duda, vieron en este atrevido hijo los dones y cualidades que, si se dirigieran correctamente, podrían tener un inmenso valor para la causa de Dios y de su pueblo. Como lo que los primeros discípulos ciertamente vieron en Saúl mientras aún aborrecía a Cristo, y quien sin duda clamaron mucho al cielo por su conversión. El llamado llegó a Jefté tal como el llamado del evangelio llegó a nosotros, cuando aún éramos pecadores (Rom. 5:8). Al igual que el llamado del evangelio, fue una invitación a unirse a las filas del pueblo del Señor, de quien el pecado lo había separado, y a pelear las batallas del Señor. ¿Vendrás? “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37).
V. Su pacto con el Señor. “Y Jefté habló todas sus palabras delante de Jehová en Mizpa” (Jue. 11:11). Esta llamada inesperada de gracia que le llegó parece haber tenido el efecto de hacerle sentir su necesidad de reconciliarse con Dios y de servir en su nombre y en su fuerza. Si el evangelio de Cristo no ha tenido una influencia transformadora en nuestras vidas, nunca lo hemos conocido. No importa cuán especiales y sobresalientes puedan ser nuestros dones y habilidades antes de acudir al Señor, si queremos ser utilizados en su servicio, estos deben serle cedidos totalmente a él, o solo pueden probar ser barreras para el progreso de su reino. No es el corazón fuerte, sino el corazón quebrantado que Dios no despreciará. “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17).
VI. Fue dotado con poder. “Y el Espíritu de Jehová vino sobre Jefté” (Jue. 11:29). El Espíritu del Señor no vino sobre él hasta que se entregó al Señor e hizo una confesión completa al expresar “todas sus palabras delante de Jehová” (Jue. 11:11). No es a los naturalmente valientes, sino a los consagrados que se otorga el don del poder del Espíritu Santo (Hechos 1:8). El que tiene el don del Espíritu tiene un gran don, no importa qué otro don no tenga. No importa cuáles sean nuestras necesidades; sabiduría, fortaleza, santidad, etc., la única y suficiente provisión de Dios es impartida por el don del Espíritu. Por él, Cristo nos es hecho “sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Cor. 1:30).
VII. Ganó la victoria. “Y fue Jefté hacia los hijos de Amón para pelear contra ellos; y Jehová los entregó en su mano” (Jue. 11:32). Ahora está en condiciones de entregarlos en sus manos, como él mismo está ahora en las manos de Dios, para que ninguna carne se gloríe en su presencia. Jefté es otra ilustración de cómo Dios usa cosas que son despreciadas (Jue. 11:2). Hay espacio suficiente en la gracia de Dios para los más descarriados e indefensos. También hay suficiencia aquí para el ocioso e infructuoso. No somos salvos por nuestras obras, ni somos usados en el servicio de Dios debido a nuestros dones superiores o nuestra experiencia pasada. Es todo de gracia, y su gracia es suficiente para todos. Sin la energía viva del Espíritu Santo en nuestro interior no lograremos nada. “Sed llenos del Espíritu” (Efe. 5:18). Él ha dicho: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Cor. 12:9).