“En el principio … Dios”. La regeneración, como la obra de la creación, tiene su inicio en Dios (Juan 3:5). La creación, comienza con la “Palabra de Dios” y el movimiento del Espíritu. Compara el orden aquí con la experiencia de un alma pasando de muerte a vida. Observe:
I. El estado de desorden
La triple condición del estado del hombre por naturaleza está muy fuertemente sugerida aquí:
1. Confusión. “Y la tierra estaba desordenada” (Gen. 1:2). Sin orden; nada en armonía con el propósito final de Dios. No hay nada perfecto. La mente carnal es enemistad contra Dios. Las cosas espirituales son vistas como insensatez.
2. Vacío. (Gen. 1:2) Totalmente incapaz de producir algún bien. La vida y la productividad son dones de Dios. “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Rom. 7:18). El hombre está completamente vacío, aparte del movimiento del Espíritu de Dios. “¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie” (Job 14:4).
3. Tinieblas. “Y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (Gen. 1:2). No puede haber nada más que oscuridad hasta que la luz es enviada. Hubiéramos permanecido en la oscuridad hasta ahora si Dios no hubiera ordenado que la luz brillara (2 Cor. 4:6). Estar bajo el pecado es estar bajo el poder de las tinieblas. Satanás es el príncipe de las tinieblas.
II. La obra del Espíritu
“El Espíritu de Dios se movía” (Gen. 1:2). La tierra puede moverse, pero su propio movimiento no pudo arreglarlo. Necesitaba del movimiento del Espíritu. La regeneración no es el resultado del movimiento del corazón natural. No es evolución, sino creación. (2 Cor. 5:17). “Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13).
III. El poder de la Palabra de Dios
“Y dijo Dios … y fue” (Gen. 1:3). Él habló, y se hizo. “La palabra de Dios es viva y eficaz” (Heb. 4:12). Esta Palabra, esta energía poderosa, conmovedora y creadora, se halla en el evangelio de Cristo. “Es poder de Dios para salvación” (Rom. 1:16). “¡Lázaro, ven fuera!” (Juan 11:43). “Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza” (Mar. 4:39). “Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad” (Luc. 4:32).
IV. La divina separación
“Y separó Dios la luz de las tinieblas” (Gen. 1:4). La Palabra de Dios, por el poder del Espíritu Santo que obra en el “hombre nuevo”, se divide entre alma y espíritu, y separa lo espiritual de lo carnal. “¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Cor. 6:14).
V. La forma de fructificar
“Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así” (Gen. 1:11). La fructificación es el resultado de la luz y el Espíritu en movimiento. El resultado de una condición, no un esfuerzo; de lo que somos, no de lo que hacemos. El fruto de Cristo en nosotros será semejanza a Cristo: “fruto según su género, que su semilla esté en él”. Reproductivo.
VI. La posición de las luces
“Y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así” (Gen. 1:15). La luz debe estar por encima de la tierra para que brille sobre ella. “Vosotros sois la luz del mundo”. No somos del mundo, sino como luces brillando sobre el mundo. “La cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Ef. 1:20).
VII. La imagen de Dios
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gen. 1:27). El punto culminante de su poder creador da como resultado su propia semejanza. Es así en la nueva creación, “Y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Col. 3: 10). La gran obra del Espíritu Santo es renovar el alma según la imagen de Dios. Tanto Dios como el hombre estarán satisfechos cuando seamos perfeccionados en su semejanza.
VIII. La corona de honor
“Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gen. 1:28). Dios le dio dominio. El poder y la autoridad vienen cuando hemos sido hechos en su semejanza. En el Reino reinaremos con él (Ap. 20:6).