Recientemente, me senté en mi escritorio y empecé a leer el correo y los periódicos que mi secretaria había puesto allí. Poco después, sentía que me enfermaba.
Un artículo tenía un grupo censurando a hermanos en Cristo, porque ellos no habían puesto una aureola sobre su “héroe”, de quien parece que creían que él había puesto la luna y las estrellas en el cielo, había hecho brillar al sol y quien quizás era el cristiano más grande que había vivido desde los días del apóstol Pablo. El individuo es un gran hombre que ha hecho mucho bien, pero este tipo de alabanza le debe llevar a responder como Pedro cuando Cornelio se arrodilló ante él. Pedro mandó a Cornelio que se parara, ya que los dos eran hombres.
Otro artículo denigraba a dos ministerios porque no tenían la ruta de autobuses el domingo en la mañana. Tengo entendido que una de las iglesias recogía a la gente el sábado en vez del domingo.
Una carta hablaba de un alboroto que había estallado a proporciones nacionales en un compañerismo en cuanto a la venta de alguna propiedad y la apertura de una nueva escuela. Otra carta trataba de las contenciones de una institución educacional que decía que varias otras escuelas cristianas estaban introduciendo “levadura” en el Fundamentalismo a través de sus puntos de vista en cuanto a la Biblia. Mientras leía todo esto, me enfermé. Creo que Dios también se enfermó. Creo que el Espíritu Santo estaba contristado.
Un Fundamentalista tiene que ser militante y la militancia muchas veces llevará a la separación. Así ocurrió con la batalla contra el Liberalismo. El Fundamentalismo confrontó al movimiento que se llegó a conocerse como el Neo Evangelicalismo por la separación.
Pero, ¿Sabemos dónde detenernos? ¿Deben las divisiones estar más divididas? ¿Estaba el Espíritu Santo solamente “hablando por hablar” cuando dijo a través de Pablo en Efesios 4:3 que debemos estar “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”? ¿No hay algún núcleo común de ortodoxia alrededor del cual nos podamos reunir permitiendo la diversidad que ha sido creada por conciencia y convicción?
En la carta de Pablo a los Corintios, él acusa las diferentes facciones del “dividir” a Cristo. Las diferentes partes de la iglesia—Paulistas, Apolistas, Cefatistas y Crististas—habían tomado a Cristo y lo habían cortado en partes con cada grupo reclamando una parte de Él. Con lenguaje fuerte y lógico irrefutable, Pablo condenó esto.
Aunque la iglesia de los Corintios tuvo muchos problemas que tenían que ser enfrentados, el Espíritu Santo inspiró a Pablo para tratar primero con el problema de la desunión. Se le dio más cobertura a la necesidad de la unidad que a cualquier otro problema (cuatro capítulos). La prioridad de tratar con este asunto de la unidad y de la cantidad de tiempo empleado en este tema indica la seriedad de la desunión en el Cuerpo de Cristo. Se puede decir que el señalamiento de esta falta de unidad, produjo o influenció a casi cada uno de los otros problemas en el Libro. Ejemplos de esto pudieran ser los asuntos de pleito entre los creyentes y preguntas relacionadas a la libertad cristiana.
Cuando se acercaban a la mesa del Señor, Pablo los acusó de comer y beber en una manera sin valor y atrayendo el juicio de Dios sobre ellos mismos al no discernir “el Cuerpo del Señor.” Quizás Pablo no estaba pensando en Cristo colgado en la cruz tanto como estaba pensando en la iglesia local de Corinto, ya que la designación común en la Escritura de la Iglesia es el cuerpo de Cristo (Efesios 1:23).
Pablo estaba preocupado. Mientras se reunían a la mesa para pensar en la muerte de Cristo en el Calvario, su redención en Él y la posibilidad de ser miembros del mismo Cuerpo, estaban divididos. Su conducta de divisiones vergonzosas reflejó una mentira de lo que la Cena conmemoraba supuestamente. El cuerpo de Cristo dado a la muerte y Su sangre derramada sacrificialmente en la cruz hizo posible la formación del cuerpo de Cristo.
Qué parodia, entonces, que ellos estuvieran divididos. No es de extrañar que sus acciones trajeran “condenación” o “juicio” sobre los miembros de la iglesia. El juicio era una enfermedad física o la muerte prematura (v. 29).
La preocupación de Cristo por la unidad de Su pueblo es vista en la oración sumo sacerdotal de Juan 17. En el v. 21, Él ora: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. La unidad es la clave para los creyentes en Cristo.
En el v. 22, Cristo ora otra vez por unidad: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.” La unidad es la clave para que la gloria de Dios descanse sobre las iglesias. Sólo si el pueblo de Dios recibe la gloria de Dios y están llenos de ella, ésta rebosará a modo de avivamiento.
En el v. 23, Cristo dijo, “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” El cuerpo de Cristo es perfeccionado cuando el Espíritu de Dios manifiesta a Cristo desde la vida de un creyente a otro. Pero, la unidad es necesaria si tenemos que ministrarnos unos a otros.
Los fundamentalistas tenemos que tomar seriamente el asunto de la separación bíblica. Es esencial la pureza de la fe. Pero, no tienen que descuidar el otro lado de la moneda, el cual es la unidad. La Escritura enfatiza tanto la una como la otra.
Al profeta Isaías se le permitió adelantarse a los siglos y dijo: “Cómo se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (52:14). Cuando Cristo estaba en la tierra en forma física, Su cuerpo fue desfigurado. Hoy, el cuerpo de Cristo todavía está siendo herido mientras que los cristianos se enfocan en los hombres más que en Cristo y elevan sus propios egos hasta llegar a ser como un combustible para el fuego de la división.
¿Cuál es la solución? Primero, permitamos que el Espíritu de Dios rompa nuestros corazones y nos haga llorar amargamente por las divisiones innecesarias. Segundo, pidámosle a Dios que nos ayude a morir a nosotros mismos y a nuestros intereses. Tercero, aprendamos quiénes son nuestros verdaderos enemigos. Cuarto, oremos diariamente por la unidad del Cuerpo de Cristo.