Por J. Gresham Machen (1881 – 1937)
El siguiente ensayo fue impreso originalmente en El Presbiteriano (Febrero, 1918). Este artículo es ahora de dominio público y puede ser libremente copiado y distribuido. La edición electrónica de este libro fue escaneado y editado por Shane Rosenthal para Tinta de la Reforma.
La brecha cada vez más amplia entre el ministro y su Nuevo Testamento Griego puede rastrearse hasta dos causas principales. El ministro moderno protesta contra su Nuevo Testamento Griego o es indiferente hacia él porque se está volviendo menos interesado en su Griego, y segundo, porque se está volviendo menos interesado en su Nuevo Testamento.
La primera objeción es nada más una manifestación de la bien conocida tendencia en la educación moderna a rechazar el estudio de las ramas de “humanidades” (la literatura, la filosofía y las artes en distinción de las ciencias naturales) a favor de estudios que sean obviamente más útiles, una tendencia que es totalmente tan pronunciada en las universidades como lo es en los seminarios teológicos. En muchas universidades el estudio del Griego está casi abandonado; por lo tanto, no sorprende tanto que los graduados no estén preparados para usar su Nuevo Testamento Griego. Platón y Homero están siendo descuidados tanto como Pablo. Una refutación de los argumentos por los cuales esta tendencia se justifica excedería los límites del presente artículo. Sin embargo, baste decir esto – la refutación debe reconocer los principios opuestos que están involucrados. El partidario del estudio del Griego y del Latín nunca debiera intentar defender su causa nada más ante el obstáculo de la “eficiencia.” Algo, sin duda, podría decirse incluso allí; posiblemente podría afirmarse que alguien que esté familiarizado con el Griego y el Latín es realmente necesario para tener conocimiento de la lengua materna, lo cual es obviamente tan importante para salir adelante en el mundo. Pero, ¿por qué no ir directo a la raíz del asunto? El verdadero problema con la exaltación moderna de los estudios “prácticos” a expensas de las ramas de humanidades es que se basa sobre una concepción viciada de todo el propósito de la educación. La concepción moderna del propósito de la educación es que la educación nada más tiene la intención de capacitar al hombre para vivir, pero no para darle aquellas cosas en la vida que hacen que la vida sea digna de ser vivida.
En segundo lugar el ministro moderno está descuidando su Nuevo Testamento Griego porque se está volviendo menos interesado en su Nuevo Testamento en general – menos interesado en su Biblia. La Biblia solía ser considerada como la que proveía la misma suma y sustancia de la predicación; un predicador era fiel a su llamado solamente si tenía éxito en reproducir y aplicar el mensaje de la Palabra de Dios. La actitud moderna es muy diferente. La Biblia no es descartada, claro está, pero es tratada solamente como uno de los recursos, aún cuando todavía es la fuente principal de la inspiración del predicador. Además, una multitud de obligaciones además de predicar y de interpretar la Palabra de Dios son requeridas del pastor moderno. Debe organizar clubes y actividades sociales de una docena de tipos diferentes; debe asumir una parte prominente en los movimientos a favor de la reforma cívica. En resumen, el ministro ha dejado de ser un especialista. El cambio aparece, por ejemplo, en la actitud de los estudiantes de teología, aún en los del tipo devoto y reverente. Una dificultad excepcional en la educación teológica hoy es que los estudiantes persisten en considerarse a sí mismos, no como especialistas, sino como legos. Las cuestiones críticas acerca de la Biblia las consideran como propias para los hombres que se están entrenando para el profesorado teológico o algo similar, mientras que el ministro ordinario, a su juicio, puede contentarse con los asuntos más superficiales a nivel del conocimiento del lego y los problemas que involucran. De esta manera el ministro ya no es un especialista en la Biblia, sino que se ha convertido nada más en una especie de administrador general de los asuntos de una congregación.
La relación de esta actitud moderna hacia el estudio de la Biblia para con el estudio del Nuevo Testamento Griego es suficientemente obvia. Si el tiempo dedicado a los estudios estrictamente Bíblicos debe ser aminorado, obviamente la parte más laboriosa de esos estudios, la parte menos productiva de resultados inmediatos, será la primera en irse. Y esa parte, para los estudiantes insuficientemente preparados, es el estudio del Griego y el Hebreo. Si por un lado el ministro es un especialista – si aquello que le debe a su congregación sobre todas las otras cosas es un conocimiento amplio, científico tanto experimental, de la Biblia – entonces la importancia del Griego no requiere un argumento elaborado. En primer lugar, casi todos los libros más importantes sobre el Nuevo Testamento presuponen un conocimiento del Griego: el estudiante que se halla sin un conocimiento al menos superficial del Griego está obligado a usar, en su mayoría, obras que están escritas, figurativamente hablando, en palabras de una sílaba. En segundo lugar tal estudiante no puede tratar con todos los problemas con un conocimiento de primera mano, sino que en un millar de cuestiones importantes está a merced de los juicios de otros. En tercer lugar, nuestro estudiante sin Griego no puede conocer por sí mismo la forma, lo mismo que el contenido, de los libros del Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento, lo mismo que toda otra literatura, pierde algo en la traducción. Pero, ¿por qué argumentar la cuestión? Todo estudiante científico del Nuevo Testamento sin excepción sabe que el Griego es realmente necesario para su trabajo: la pregunta real es si nuestro ministerio debiese ser realizado solo por estudiantes científicos.
Esa pregunta es solamente una fase de la cuestión más importante que ahora está enfrentando la Iglesia – la cuestión del Cristianismo y la cultura. El mundo moderno está dominado por un tipo de pensamiento que es o contradictorio para el Cristianismo o sino se encuentra fuera de una relación vital con el Cristianismo. Este tipo de pensamiento aplicado directamente a la Biblia ha resultado en la visión naturalista de la historia bíblica – la visión que rechaza lo sobrenatural no solamente en las narraciones del Antiguo Testamento, sino en los registros Evangélicos de la vida de Jesús. Según tal visión la Biblia es valiosa porque enseña ciertas ideas con respecto a Dios y Sus relaciones para con el mundo, porque enseña por símbolos y por el ejemplo, lo mismo que por la presentación formal de ciertos grandes principios que siempre han sido ciertos. Por el otro lado, según la visión sobrenatural la Biblia contiene no nada más una presentación de algo que siempre fue cierto, sino también un registro de algo que ocurrió – a saber, la obra redentora de Jesucristo. Si esta última visión es correcta entonces la Biblia es única; no es nada más una de las fuentes de inspiración del predicador, sino la misma suma y sustancia de lo que tiene que decir. Pero, si es así, entonces, además de cualquier otra cosa que el predicador necesite conocer, debe conocer la Biblia; la debe conocer de primera mano, y ser capaz de interpretarla y defenderla. Especialmente mientras la duda permanece en el mundo en cuanto a la gran cuestión central, ¿quiénes más apropiados que los ministros para que se involucren en la obra de resolver tal duda – sea por instrucción intelectual aún más que por argumentos? La obra no puede ser entregada a unos pocos profesores cuyo trabajo es solamente de interés para ellos mismos, sino que debe ser emprendido enérgicamente por hombres de mente espiritual a lo largo de toda la Iglesia. Pero obviamente, esta labor puede ser asumida con mayor provecho solamente por aquellos que tengan un importante prerrequisito para el estudio de un conocimiento de los idiomas originales sobre los cuales se basa una gran parte de la discusión.
No obstante, si es importante para el ministro usar su Nuevo Testamento Griego, ¿qué se ha de hacer al respecto? Supóngase que algunas primeras oportunidades fueron descuidadas, o que lo que una vez se requirió se ha perdido en el ocupado apuro de la vida ministerial. Aquí podemos salir al frente con audacia con un mensaje de esperanza. El Griego del Nuevo Testamento de ninguna manera es un idioma difícil; un conocimiento suficiente de él puede ser adquirido por cualquier ministro de inteligencia promedio. Y para tal fin se pueden dar dos direcciones sencillas. En primer lugar, el Griego debiera leerse en voz alta. Un idioma no puede aprenderse fácilmente solamente por el ojo. El sonido, lo mismo que el sentido, de pasajes familiares debiese ser impreso sobre la mente, hasta que el sonido y el sentido estén conectados sin el medio de la traducción. Que este resultado no sea apresurado; vendrá por sí mismo si se sigue esta simple directriz. En segundo lugar, el Nuevo Testamento Griego debe ser leído cada día sin falta, incluyendo los Sabbaths. Diez minutos al día es de mucho más valor que setenta minutos una vez a la semana. Si el estudiante mantiene una “vigilia matutina,” se le debe dar un lugar en él al Nuevo Testamento Griego; en todo caso el Nuevo Testamento Griego debe ser leído devocionalmente. El Nuevo Testamento Griego es un libro sagrado, y debe ser tratado como tal. Si se le trata de esa manera, su lectura pronto se convertirá en una fuente de gozo y de poder.
asi es me gustria aprender esos idiomas para poder interpretar la palabra de DIOS mejor gracias por sus sugerencias y por interesarse que aprendamos mejor la biblia.
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