Cada vez que leo Jeremías 5:30-31 mi corazón está conmovido al pensar en lo que sucede cuando el pueblo de Dios permite que bajen las normas morales. Jeremías dijo que era una cosa espantosa y fea que estaba sucediendo en la tierra. Los profetas profetizaban mentiras y los sacerdotes dirigían por manos de ellos. Lo peor de todo es que el pueblo de Dios dio su aprobación. Debe ser que el corazón de Dios estuvo quebrantado al ver semejante cosa.
El pueblo de Dios dice “Está bien. No nos importa”. A la verdad, ellos prefieran que sea así. Esto es lo que se llama la indiferencia.
Vivimos en un mundo en el cual la gente ha perdido su repugnancia contra el pecado. Lo que debe ser impugnado y desdeñado ha sido aceptado por la sociedad. Hay más voluntad a conformarse que hay de reformarse. Por eso, es cada vez más difícil infundir un carácter piadoso en la gente. Aun por parte de los creyentes, lo que es moralmente loable a veces es tomado como demasiado riguroso. Si intentamos convencer a ellos que algo está al lado de la inmoralidad o inapropiado, ellos piensan que estamos promoviendo ascetismo.
Muchos ni aun se dan cuenta de que han bajado sus normas. Aun si se dan cuenta, no quieren reconocerlo. Hace algunos años atrás, al ver la desnudez en la tele, dirían, “Pa, mejor apagarlo”. Ahora, no es nada más que entretenimiento.
La indiferencia nos facilita en aceptar lo inferior. Nunca nos conduce a algo mejor; siempre a lo peor. Es una actitud que contribuye al desmejoramiento. Es lo que resulta de estar expuesto de continuo a la inmoralidad. Al principio, tal vez, no es aprobado por nosotros pero, con el correr del tiempo, estamos cada vez más dispuestos a aceptarlo. A poquito perdemos nuestro sentido de repugnancia.
La televisión ha contribuido mucho a la indiferencia en nuestra sociedad. Desgraciadamente, los que toman las decisiones en cuanto a lo que pasa por la tele tienen una gran falta de carácter moral. A menudo ellos se disculpan por decir, “Únicamente damos a la gente lo que ellos quieren ver y escuchar”. Puede ser que, en parte, tienen razón. El hecho de que no hay una censura cólera es tomado como aprobación. En vez de un rechazo total, la mayoría dice, “Tal vez no es algo tan serio que merece una censura ruidosa”. La gente no exige la inmoralidad en la tele pero, si está puesto delante de ellos, un poco a la vez, no provoca una reacción.
Bajar las normas es fácil; pero, levantarlas es costoso. Cuesta mucho mantener las normas que ya tenemos, pero cuesta aún más hacer el esfuerzo de levantarlas. Tal vez somos impotentes en levantar las normas de la sociedad pero, por lo menos podemos fijar nuestras propias normas. Los padres pueden y deben controlar las normas en su casa.
No podemos ser indiferentes a lo moral si realmente queremos agradar a Dios. Un buen creyente tendrá normas más altas q ue las de la sociedad en su alrededor. Cuando le inviten a participar en la inmundicia, él tendrá la valentía a decir, “No, yo no lo hago”.
Siempre debemos tomar en cuenta que “Abominación son a Jehová los perversos de corazón; mas los perfectos de camino le son agradables” (Proverbios 11:20). Nos conviene tener la meta de David cuando él dijo en Salmo 101:3-4 “No pondré delante de mis ojos cosa injusta. Aborrezco la obra de los que se desvían; ninguno de ellos se acercará a mí; corazón perverso se apartará de mí; no conoceré al malvado”.