Pedro dijo a los cristianos de su tiempo, en su 2a carta, capítulo 1, versículo 12: «Siempre he de recordaros estas cosas aunque las sepáis». El tema sobre el cual debo llamar vuestra atención, lo conocéis; pero quiero recordároslo. Esto es con el fin de que no lo descuidéis.
Hay quienes dicen que no es necesario hacer visitas para tener éxito en la obra y citan grandes pastores que han tenido grandes congregaciones y no hacían visitas. Perdonen esos pastores lo que voy a decir. Esos ministros fueron todos hombres extraordinarios con quienes nosotros, pobres pigmeos, no podemos compararnos. Además, ellos trabajaron también en momentos y circunstancias especiales. Yo deseo referirme al pastor común; no a la excepciones, sino a los que más abundan entre nosotros. Como se me ha pedido que escriba sobre el valor de las visitas y las ventajas que reportan, no me ocuparé en demostrar los inconvenientes que hay y cómo se podrían evitar éstos con un poco de sano criterio.
El púlpito y las visitas pastorales son inseparables en la obra del pastor; las unas son el complemento del otro. Creo un grave error el descuidar esta parte del trabajo ministerial. Algunos descuidan sus estudios, dedicando demasiado tiempo a las visitas y otros no visitan por ocuparse enteramente de sus estudios. El pastor no debe ser un mero «bookworm», un gusano de libros. Se dijo de un pastor que decía no tener tiempo para visitas, que sus estudios le absorbían todo su tiempo: «era imposible por seis días en la semana y era incomprensible el séptimo». Toda dificultad en cuanto al tiempo se puede y se debe evitar, con un poco de disciplina y plan en el trabajo.
La experiencia del doctor John Watson era que, «aparte del bien que pudiera hacer, él mismo necesitaba de la experiencia ganada para, así, poder preparar su sermón para el próximo domingo». La mayoría de los pastores que saben visitar estarán acordes con él. Los libros pueden enseñar al pastor muchas verdades en lo abstracto, pero su pueblo puede enseñarle estas mismas verdades, y muchas más, en lo concreto. Un pastor de larga experiencia solía decir: «El predicador tiene tres libros que estudiar: La Biblia, él mismo y el pueblo».
Las visitas le permitirán conocer las necesidades de sus feligreses, sus fuerzas y sus debilidades, sus aflicciones: sus conocimientos y sus ignorancias. Conocerá sus problemas, sus luchas en el hogar o en su trabajo; como asimismo, sus dificultades mentales. El podrá estudiar sin necesidad de libros la más práctica psicología humana.
El sermón podrá ser preparado con todas las leyes de la homilética, perfecta retórica, y con un material bueno, interesante; pero no afectará al pueblo que lo escucha si no entra en la esfera de sus necesidades ni de su experiencia; puesto que no disipará sus dificultades mentales, su depresión de ánimo, no le indicará cómo ha de proceder frente a determinadas situaciones; es decir, si no toca los asuntos reales de la vida de su grey. El sermón del que no visita, suele ser el fruto del último libro leído, o un tema que le preocupa o agrada a él; pero el pueblo a quien habla no está allí donde podría oírle; es un pueblo completamente diferente al que tiene delante. El púlpito está demasiado lejos de la generalidad del pueblo. El doctor Taylor dijo a un grupo de Ministros: «Cometeréis una gran equivocación si despreciáis el trabajo de visitar a vuestro pueblo. El púlpito es vuestro trono, no hay duda; pero para que el trono sea estable tiene que descansar en el afecto del pueblo, y para conseguirlo, tendréis que visitar a la gente en sus propias casas». Las visitas lo unirán más y más a su pueblo, ganará su confianza y buena voluntad. El podrá, con más facilidad, guiar a su pueblo a cumplir con las demandas de la obra dentro y fuera de la Iglesia. Entonces el pastor será el amigo confidente de su pueblo. En el hogar ellos abrirán su corazón, como no lo harán ni pueden hacerlo en la iglesia. La confesión, tan funesta en el sistema romanista, sin embargo es una necesidad afectiva y universal. (No me refiero a la confesión auricular, sino a la confidencia de persona a persona, como lo aconseja Santiago (5:16). La psicología moderna nos puede dar muchas informaciones útiles al respecto. Cuando el pastor ha llegado a ser el amigo confidente de sus feligreses, éstos hallarán en el pastor el camino de desahogo para sus inquietudes y aflicciones… Por lo mismo tendrán que usar mucho sentido común y depender mucho de la ayuda de Dios. Es así como el pastor puede pulsar el estado espiritual de los miembros de la iglesia que se le ha confiado pastorear, instruir, alimentar y curar de sus enfermedades. Así como el médico debe examinar al enfermo en su casa o en su clínica y después dar su diagnóstico, el pastor necesita visitar a sus feligreses en sus casas, y así podrá aplicarles a tiempo el remedio espiritual necesario. El pastor que no visita, en sus mensajes será como el médico que receta a la distancia; puede acertar y curar; pero puede matar si yerra el diagnóstico.
Descubrirá también las razones de la ausencia de algunos de sus miembros de los cultos y demás reuniones; y llegando a tiempo se puede salvar de ese enfriamiento espiritual que sobreviene si la ausencia se prolonga.
El pastor, al hacer sus visitas, no debe perder de vista su misión sagrada. Si en el púlpito es un profeta, un mensajero de Dios, no lo es menos cuando penetra en la casa de algunos de los miembros de su congregación; sin perder el carácter social, sus feligreses deben saber que él no pierde de vista la misión espiritual que le inviste.
El pastor, como el médico, debe sacrificarse para acudir al que más lo necesite. No debe visitar como un acto meramente social, tomar una taza de té y conversar sobre bueyes perdidos, sino cumplir con su misión incomparable de prestar algún servicio. El pastor llamado por Dios al ministerio se sentirá responsable por las almas a su cuidado. No es un mero funcionario social o un mero empleado de la iglesia. Debe visitar a todos; pero especialmente a los que más lo necesiten. Algunos gustan visitar a cierta clase de personas: ricas, cultas, agradables en el trato, y descuidan a los pobres, incultos, rústicos, groseros en el trato aunque sean cristianos sinceros. ¡Mucho cuidado con estas diferencias! El diablo y sus satélites las sabrán aprovechar para deshacerles el rebaño.
Naturalmente, el pastor debe ir preparado, con un trozo de la Biblia bien escogido; no abrir el Libro al acaso, como suelen hacer algunos, pretextando que Dios le dará en el momento el pasaje necesario. Dios ayuda al que ha hecho todo lo posible; pero no hay tal promesa para los haraganes. Desde luego, pues, debe prepararse el pastor para sus visitas como lo hace para el púlpito, y Dios le bendecirá.
En esta época de tantas aflicciones, de aplastamiento, de desalientos, de desconcierto, el pastor con su palabra de consuelo, de estímulo, de buen ánimo, de orientación espiritual será bienvenido en todo hogar. No olvidemos el mandato del Señor: «Apacienta mis ovejas», y el consejo de Pablo: «Por lo tanto mirad por vosotros, y por el rebaño que el Espíritu Santo os ha puesto por sobreveedores para apacentar a la iglesia del Señor».
El Pastor Evangélico. Enero-Marzo de 1944