Hace algunas semanas respondimos a un oyente que nos había formulado una pregunta en relación con la Divina Trinidad. Más recientemente volvimos a mencionar, indirectamente, el mismo asunto al presentar un mensaje relacionado con el bautismo. Ambos mensajes fueron de bendición para la inmensa mayoría de nuestros oyentes. Pero algunos parece que no entendieron bien el asunto y se han mostrado sorprendidos por lo que dijimos. Así que volvemos a tocar el tema de la Divina Trinidad, dando énfasis a un aspecto algo distinto a lo que mencionamos en la ocasión anterior.
Nos dice un oyente: «Acabo de escuchar su mensaje sobre el bautismo y he quedado sorprendido al oír que, según usted, las Sagradas. Escrituras nos hablan de una Trinidad». Recibimos otra carta con la misma fecha que dice: «En este lugar le escuchamos todos los miembros de la iglesia a que pertenezco; pero nos ha sorprendido el que usted crea en la Trinidad. Nosotros vamos a orar para que Dios le revele la verdad». Y nos escribe otro oyente, diciendo: «Yo deseo que usted me explique con toda claridad cuál es el nombre del Padre y del Espíritu Santo; y qué lugar ocupa el Hijo en esa Trinidad de que usted nos habla».
Tenemos delante otra carta que dice: «Señor Fernández, me dirijo a usted para preguntarle lo siguiente: ¿En qué parte de la Biblia se mencionan los nombres de las tres Personas que, según usted, componen la Trinidad? No acepto que me responda mencionando las palabras Padre, Hijo y Espíritu Santo, éste no tiene forma corporal. Espero su respuesta a este planteamiento.» Y, por último, nos escribe otro oyente que nos cita el capítulo 5, versículo 7, de la Primera Epístola del apóstol Juan, donde dice: «Tres son los que dan testimonio en el cielo: El Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo; y estos tres concuerdan en uno». Y agrega nuestro comunicante: «El Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo son Uno, y el nombre de este Uno es Jesucristo».
¿Cuál es en el fondo el problema que se nos plantea? Los autores de las cartas que hemos leído no conciben o no creen en la distinción de personas en el seno de la Divinidad. Para ellos la Divinidad la compone una sola Persona, cuyo nombre es Jesucristo. Los nombres, Padre, Hijo, y Espíritu Santo –según ellos– no nos hablan de tres personas, sino, que son tres nombres que se refieren a una misma persona: Jesucristo.
¿Qué podemos y debemos responder a este planteamiento? En nuestra niñez oímos y leímos la siguiente expresión, refiriéndose a la Trinidad: «Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.» Desde aquellos ya lejanos días de nuestra infancia, hemos leído libros de instrucción religiosa, nos hemos familiarizado con las Sagradas Escrituras, hemos adquirido cierto grado de experiencia cristiana, y seguimos creyendo que existe una sola Divinidad integrada por tres Personas distintas, que se han revelado a la humanidad como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El autor de una de las cartas que motivan este mensaje parece sostener el criterio de que el Espíritu Santo no puede ser personal por carecer de cuerpo físico. Tal concepto no se ajusta a la verdad. El cuerpo físico no es lo que determina la personalidad, sino la inteligencia, la razón, la voluntad, y la conciencia del ser. Donde hay voluntad propia, inteligencia y razón, allí hay personalidad; aunque no exista cuerpo físico. Jesucristo nos dice –en Juan 4:24– que Dios es Espíritu. Esto quiere decir que Dios el Padre no tiene cuerpo físico, de carne y hueso, como el que tenemos los seres humanos. Pero Dios es un ser personal porque posee, en grado de infinita perfección, los atributos distintivos de la personalidad. Los ángeles son seres de naturaleza espiritual, y, precisamente, por carecer de las limitaciones propias de la naturaleza física, son superiores a nosotros, los seres humanos. Así que el hecho de que el Espíritu Santo no posea un cuerpo físico, no quiere decir que carezca de los atributos propios de la personalidad.
Plenamente conscientes de lo que creemos y enseñamos, afirmamos que en la Divinidad existen tres Personas o Seres. En lo que a naturaleza se refiere, las tres constituyen una UNIDAD llamada la DIVINIDAD. Hay una sola Divinidad, por eso se dice que hay un solo Dios. Pero la Divinidad está integrada o compuesta por tres Personas: El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Cada una de las tres Personas está consciente de su independencia personal, así como de sus relaciones y responsabilidades para con las otras dos. El Padre actúa como cabeza o gobernador del Universo. El Hijo nos declara que está subordinado al Padre o Cabeza de la Divinidad. Y el espíritu Santo aparece como subordinado al Padre y al Hijo. De esta manera la misma Divinidad nos da un ejemplo sublime de autoridad, obediencia y armonía. En lo que se refiere a naturaleza, constituyen una unidad – son Uno. En lo que se refiere a individualidad, son tres. En lo que se refiere a las funciones que desempeñan, existe entre los tres subordinación o dependencia.
La existencia de Personas distintas en el seno de la Divinidad es un asunto tan claramente revelado en las Sagradas Escrituras que no queda margen para la negación o la duda. Vamos a exponer, a continuación, algunas de las muchísimas evidencias que nos brindan Jesucristo y los apóstoles. Nos vamos a referir en primer lugar, a la existencia de Dios el Padre, y Dios el Hijo, como dos seres con personalidad propia e independiente.
En muchos pasajes del Nuevo Testamento se nos dice que Dios envió a su Hijo al mundo con la misión de salvar a los pecadores. Uno de los pasajes más conocidos del Evangelio es Juan 3:16 que dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» Jesucristo declaró que el Padre lo había enviado al mundo (Juan 20:21). Ahora bien, si no existe un ser llamado Dios Padre, y otro ser llamado Dios Hijo; si Hijo y Padre son una misma cosa, ¿qué quiere decir el apóstol Juan cuando afirma que «el Padre ha enviado al Hijo» con la misión de salvar al mundo? (1 Juan 4:14). Si no existe el Padre, independientemente del Hijo, ¿por qué dice el Evangelio que el Padre envió al Hijo?
En Juan 1:18 dice lo siguiente: «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer». Y con esto concuerdan las palabras de Jesús que encontramos en Mateo 11:27. «Nadie conoce … al Padre … sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar». Aquí dice que hay un ser llamado Dios Padre, a quien nadie ha visto jamás. Y que hay otro ser llamado Dios Hijo, que vino al mundo para revelarnos el carácter del Padre.
Durante su ministerio terrenal, Jesús solía retirarse a lugares solitarios y pasarse noches enteras orando a Dios el Padre. La oración más larga que poseemos de Jesús –el capítulo 17 del Evangelio según Juan– comienza diciendo: «Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti.» Y poco después, estando en el huerto de Getsemaní, se postró sobre su rostro, y oró diciendo: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.» Y en la cruz, primero intercede por sus adversarios diciendo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Y poco después lanza un grito conmovedor diciendo: «¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?»
¿Qué significa todo esto? ¿Es acaso simple teatro o ficción? Si no existe en el cielo un ser llamado Dios Padre, ¿a quién dirigía Jesús las oraciones que hacía durante noches enteras? ¿Es que acaso Jesucristo dirigía sus oraciones a Jesucristo? ¿Es que acaso Jesucristo pedía a Jesucristo que le glorificase? ¿Es que acaso Jesucristo clamaba a Jesucristo, diciendo: Padre, si es posible pase de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad sino tu voluntad? ¿Es que Jesucristo tenía que interceder delante de Jesucristo pidiendo perdón para sus enemigos? ¿Es que acaso Jesucristo podía desamparar a Jesucristo? La teoría de que en la Divinidad no hay sino un solo y único ser, llamado Jesucristo, nos conduce a los absurdos que acabamos de exponer. Sí, nos conduce al absurdo de ver a Jesucristo diciéndose a sí mismo: Padre, si es posible, pase de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino tu voluntad.
Todo el Evangelio según San Juan es una narración cuyo protagonista –Jesús– se presenta constantemente como el Hijo que se encuentra temporalmente en la tierra cumpliendo una misión que le fue encomendada por su Padre, que según Jesús, está en los cielos. Si quitamos del escenario al ser llamado Dios Padre, ¿qué sentido tendrían entonces las enseñanzas de Jesucristo? Veamos, por ejemplo, las expresiones siguientes tomadas del Evangelio según Juan:
- «La casa de mi Padre» … 2:16
- «El Padre ama al Hijo» … 3:35
- «Mi Padre hasta ahora trabaja y yo trabajo» … 5:17
- «No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre» … 5:19
- «El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo»… 5:22
- «Para que todos honren el Hijo como honran al Padre» … 5:23
- «No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» … 5:30
- «Las obras que el Padre me dio para que cumpliese … dan testimonio de mí» … 5:36
- «Yo he venido en nombre de mi Padre» … 5:43
- «Todo lo que el Padre me da vendrá a mí» … 6:37
- «Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre» … 6:65
- «Mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que envió, el Padre» … 8:16
- «Mi Padre es el que me glorifica» … 8:54
- «Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará» … 12:26
- «El Padre … me dio mandamiento de lo que he de hablar» … 12:49
- «Lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho» … 12:50
- «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador» … 15:1
- «Todo cuanto pidieres al Padre en mi nombre, os lo dará» … 16:23
- «Yo he guardado los mandamientos de mi Padre» … 15:10
- «He dicho que voy al Padre» … 14:28
- «Subo a mi Padre y a vuestro Padre a mi Dios y a vuestro Dios» … 20:17
Y San Marcos termina su Evangelio diciendo que Jesús, después de su resurrección, «fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios» (16:19).
El apóstol Pedro, hablando a una multitud que se había juntado en uno de los pórticos del templo de Jerusalén, les dijo: «El Dios de Abraham …. ha glorificado a su Hijo Jesús». Y agregó: «Vosotros …. matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos» (Hechos 3:14, 15).
Y el apóstol Pablo nos dice: «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo» (1 Timoteo 2:5).
Para el que quiera ver la verdad, esto está tan claro como la luz del medio día. Existe un ser llamado Dios Padre. Existe otro ser llamado Jesucristo, que está sentado a la diestra del Padre ejerciendo las funciones de mediador entre Dios el Padre y los hombres. Si no existiese nada más que un ser divino, llamado Jesucristo, éste no podría, propiamente dicho, ejercer las funciones de mediador. ¿Ante quién iba a interceder no habiendo nadie de él para arriba?
A los que nos dicen que en la Divinidad existe un solo ser llamado Jesucristo, les respondemos con las palabras del propio Jesucristo: «No soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre» [Jn. 8:16]. Y agregamos nosotros: el Padre, que envió al Hijo, y el Hijo, que vino enviado por el Padre, son dos. Y a esto hemos de agregar el Espíritu Santo, y son tres.
Las enseñanzas de Jesucristo requieren imprescindiblemente, la existencia de tres seres divinos: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Hemos demostrado que existe un ser llamado el Padre; y otro ser llamado el Hijo; iguales en lo que se refiere a naturaleza, pero independientes en lo que se refiere a personalidad o individualidad.
A continuación veremos que el Espíritu Santo es un ser de naturaleza divina, subordinado al Padre y al Hijo, pero –en lo que a personalidad y funciones se refiere– es independiente de ellos. En el presente, el Padre aparece sentado en su trono, en el cielo, como cabeza de la Trinidad y Señor o Gobernador del Universo. El Hijo está a la diestra del Padre, ejerciendo las funciones de mediador entre el Padre y los hombres. El Espíritu Santo está en el mundo convenciendo a los seres humanos de sus pecados, iluminando sus mentes para que entiendan las buenas nuevas del evangelio, impartiendo a los que quieren salvarse la gracia del arrepentimiento y la fe; regenerando las almas de los que acuden a Jesucristo aceptándole cómo Salvador; guiando a la iglesia que Jesucristo rescató con su sangre; y dando fortaleza a los hijos de Dios para que puedan perseverar, soportar las pruebas, vencer las tentaciones, y dar testimonio del evangelio de Cristo.
Cada uno de los tres seres de la Divinidad ejerce funciones distintas y en esferas diferentes, si bien todas las funciones están presididas por un denominador común y orientadas a un mismo propósito y fin; porque en la Divinidad reina la armonía; allí no tiene entrada la anarquía.
El Espíritu Santo está ligado –unido– a Jesucristo por su naturaleza; pero es un ser con personalidad propia. Este aspecto se pone de manifiesto en los pasajes que a continuación vamos a citar.
En el Evangelio según Mateo, capítulo 12, versículos 31 y 32, dice lo siguiente: «Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu, no le será perdonado, ni en este mundo ni en el venidero.» Estas palabras las pronunció Jesús. Y es Jesucristo quien dice que a cualquiera que blasfeme contra él, le será perdonado; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no le será perdonado jamás. Ahora bien, si se perdona la blasfemia contra Jesucristo y no se perdona la blasfemia contra el Espíritu Santo, ¿qué quiere decir esto? Que el Espíritu Santo y Jesucristo no son una misma persona: son dos personas o seres.
En Mateo 4: 1 se dice que Jesús, después de haber sido bautizado, fue llevado por el Espíritu al desierto. Si el Espíritu Santo fuese el mismo Jesús, tendríamos que decir que Jesucristo llevó a Jesucristo al desierto.
Plenamente consciente del desarrollo de los acontecimientos que iban a tener lugar, Jesús anunció a sus discípulos que sus enemigos iban a crucificarlo, que resucitaría al tercer día, y que ascendería a los cielos. Esta noticia llenó de tristeza a los discípulos; pero el Maestro les impartió consuelo diciéndoles: «Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre» (Juan 14:16). «Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre … él dará testimonio acerca de mí» (Juan 15:26). «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya –al Padre–; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16:7, 8).
Cuando Jesús estaba en la tierra, él era el encargado de consolar a sus discípulos. Cuando llegó el tiempo de su ascensión al cielo, anunció que bajaría del cielo otro Consolador que tomaría su lugar en la tierra. Pero el otro Consolador no vendría al mundo sino hasta que Cristo subiese del mundo al cielo. Así que Jesucristo subió al cielo y, seguidamente, el Espíritu Santo descendió a la tierra para permanecer con los discípulos de Cristo para siempre, impartiéndoles consuelo y dirección, fortaleza y gracia.
Ahora bien, si Jesucristo y el Espíritu Santo fuesen una sola persona, ¿qué significado tendrían entonces las enseñanzas de Jesús cuando nos habla de su ascensión al cielo, y de la venida del Espíritu Santo para tomar el lugar que él –Jesús– dejaba en la tierra? Las palabra de Jesús no tendrían sentido ni explicación si él y el Espíritu Santo fuesen un solo ser, y no dos, como en realidad son.
Como alguien ha dicho, y ha dicho bien, el Nuevo Testamento nos presenta:
- Un Padre que es Dios (Rom. 1:7).
- Un Hijo que es DIOS (Heb. 1:8)
- Un Espíritu Santo que es Dios (Hch. 5:3, 4).
- El Padre es toda la plenitud de la Divinidad invisible (Juan 1:18).
- El Hijo es toda la plenitud de la Divinidad manifestada (Juan 1:14-18).
- El Espíritu Santo es toda la plenitud de la Divinidad obrando directamente sobre la humanidad (1 Cor. 2:9, 10).
La palabra Trinidad no está en la Biblia; pero la Biblia revela la existencia de tres Seres divinos que, de hecho componen la Trinidad. Veamos, a continuación, algunos pasajes de las Sagradas Escrituras en los que aparecen las tres Personas de la Divinidad.
Dice el Evangelio, en Mateo 3:16, 17, y Juan 1:32, 33, que cuando Jesús fue bautizado en el Jordán, el Espíritu Santo descendió –en forma visible– sobre Cristo; y, al mismo tiempo, se oyó un voz procedente de los cielos, que decía: «Este es mi Hijo amado.» Aquí tenemos una manifestación de la Trinidad. El Hijo sube del agua en el Jordán el Padre habla desde los cielos, y el Espíritu Santo que desciende sobre Jesús.
En Juan 14:16, dice lo siguiente: «Yo –Jesús– rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.» En este pasaje también aparecen las tres Personas de la Divinidad: Jesucristo, que ruega desde la tierra; el Padre, que escucha desde los cielos; y el Consolador, el Espíritu Santo, que vendrá a la tierra a tomar el lugar de Jesucristo.
En Mateo 28:19 leemos las siguientes palabras que Jesús dirigió a sus discípulos: “Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.» Aquí tenemos otra vez a las tres Personas de la Divinidad, mencionadas por sus nombres y asociadas en la fórmula bautismal.
En Hechos 10:38, dice el apóstol Pedro que «Dios ungió con el Espíritu Santo … a Jesús de Nazaret.» Y otra vez vemos aquí a las tres Personas: Dios el Padre, el Espíritu Santo, y Jesucristo.
En Romanos 15:16 dice el apóstol Pablo que él es ministro de Jesucristo, que predica «el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo.
En la Segunda Epístola de Pablo a los Corintios, capitulo 13, versículo 14, dice: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros.» Este pasaje es llamado por algunos la bendición apostólica, y en ella aparecen asociados, como en la fórmula bautismal, las tres divinas Personas.
En Efesios 4:4-6, encontramos las palabras: Un Espíritu, un Señor, y un Dios y Padre. Y en Primera de Pedro 1:2 dice: «Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para … ser rociados con la sangre de Jesucristo.
Podríamos citar otros tantos pasajes relacionados con este aspecto; pero no creemos que sea necesario hacerlo. A todo el que haya prestado atención a los pasajes que hemos citado desde el principio de este estudio, y posea una mente abierta a la investigación y a la verdad, no le quedará duda alguna de que el Nuevo Testamento de nuestro Señor Jesucristo nos enseña que existen tres Personas divinas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; iguales en naturaleza, pero distintas en las funciones que llevan a cabo.
Nos dice el Diccionario de la Biblia que, en sus relaciones con la humanidad, el Padre se presenta como el creador, preservador y gobernador del universo; el Hijo como el revelador de la Divinidad; y el Espíritu Santo como el que habita en el alma de los seguidores de Cristo, guiándoles y santificándoles. Sin embargo las tres Personas aparecen íntimamente unidas en las tareas que cada una de ellas desempeña.
Y, por último, consideraremos el asunto de los nombres. Una persona nos pide que le expliquemos cuál es el nombre del Padre y del Espíritu Santo. Y otra nos dice que las palabras Padre, Hijo, y Espíritu Santo no son nombres. Preguntamos: ¿Qué es un nombre? El Diccionario Larousse nos responde, diciendo: Nombre es la «Palabra que sirve para designar las personas o las cosas o sus cualidades.» A la luz de esta definición nos parece que las palabras Padre, Hijo, y Espíritu Santo son nombres. Aparte de lo que nos diga el Diccionario, Jesús se refirió a las tres Personas de la Divinidad, diciendo: «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Si Jesucristo dice que estos son nombres, yo no puedo decir lo contrario.
El propósito de los mencionados nombres es distinguir a cada una de las tres Personas de la Divinidad: La primera Persona se Presenta como Padre: la segunda, como Hijo; Y la tercera, como Espíritu Santo. En la esfera humana, padre es cualquiera que tenga hijos; hijo en cualquiera que tenga padres. Pero en la esfera divina, la cosa es algo diferente, porque no hay sino un Padre y un Hijo. Y, de todos modos, el nombre Padre siempre se refiere a un ser con personalidad propia. Y lo mismo puede decirse del nombre Hijo.
En el Antiguo Testamento, la Divinidad se ha revelado bajo diferentes nombres. Cada uno de estos nombres expresa una característica de la Divinidad. Elohim, traducido Dios en Génesis 1:1, es un sustantivo hebreo que indica pluralidad. Jehová indica eternidad. Señor, indica autoridad y dominio. Los sustantivos calificativos, el Altísimo, el Santo, el Todopoderoso, nos revelan atributos de la Divinidad.
Del mismo modo, en el Nuevo Testamento se le atribuyen al Hijo varios nombres, cada uno de los cuales nos revela algún aspecto de su naturaleza y sus funciones. Por ejemplo: El nombre «Jesús» –que significa Salvador– lo relaciona con la humanidad caída en el pecado. Cuando se nos dice que su nombre es «El Verbo de Dios», vemos que este nombre lo relaciona con la Divinidad. Cuando aparece como «Fiel y Verdadero», esto es en relación con los que confían en él y le siguen. Y cuando se presenta como «Rey de reyes», este nombre lo relaciona con las naciones. Y es que ningún nombre puede expresar la plenitud de la Divinidad, sus atributos y funciones; de ahí la pluralidad de nombres con que las Personas de la Divinidad se nos revelan en las Sagradas Escrituras.
Sabemos que Dios es Creador de todas las cosas; que es Todopoderoso, que es Señor de todo el universo. Pero además de esto: sabemos que el que es Señor de todo el universo, es Padre nuestro. Y esto no es una simple expresión, es una bendita realidad. Dios se nos presenta como Padre, y nosotros sentimos en lo íntimo de nuestro ser un sentimiento filial que nos mueve a decir con el alma: «Padre nuestro que estás en los cielos.»
Sabemos que Jesucristo es el Salvador de los pecadores; que ha muerto en la cruz para redimirnos, que está sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros, y que ha de venir para juzgar a la humanidad para reinar. Pero uno de los aspectos que en verdad nos conmueve es que el Hijo de Dios Padre nos llama «hermanos». Sí, a todos los que han nacido de nuevo, Jesucristo les llama «hermanos».
La labor del Espíritu Santo es transformarnos para que seamos semejantes a Cristo; impulsarnos a adorar al Padre, y convertirnos en instrumentos de la gracia de Dios para dar testimonio de la verdad. Como su ministerio va encaminado a glorificar al Padre y al Hijo, parece que la labor del Espíritu pasa un poco inadvertida para muchos. Pere debemos tener presente que Jesucristo no presenta al Espíritu Santo como el Consolador divino. Y es él quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. He aquí, pues, tres nombres admirables: El Consolador, el Salvador, y el Padre. ¡Arrodillémonos y alabemos al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo! ¡Amen!
El Pastor Evangélico, enero-marzo, y abril-junio de 1969