Edificando con Dios

Levántate pues, y a la obra, que Jehová será contigo. 1 Cr. 22:16

Estas palabras de David a su hijo Salomón son la afirmación de la fe y de la experiencia religiosa de un hombre que fue pastor, que fue poeta y que fue rey.

Como pastor, se encontró a menudo con Dios en el vasto silencio de los campos bañados de sol y sintió la presencia del Señor cuando tuvo que atravesar los valles de la sombra de muerte. Como pastor, experimentó la providencia de Dios en los lugares de los pastos delicados y en las aguas tranquilas y refrescantes. Supo de la fortaleza de alma que da Dios cuando el relámpago rasga los cielos son cuchilladas fulgurantes y la tempestad oscurece los senderos. Como pastor, se apoyó en la vara y en el cayado de Dios y se fue sin miedo monte arriba y monte abajo, porque la vara y el cayado de Dios le infundieron aliento.

Como poeta, admiró la grandeza de Dios en las cumbres serenas. Los cielos le hablaron de la gloria de Dios, el verdor de los campos fue un poema divino que le llenó de melodías el alma. Sobre su cabeza, en las noches tranquilas, las estrellas le dieron su mensaje de luz. Como poeta sintió a Dios en la belleza de las mañanas claras, en la música reidora del agua que corre, en el cantar confiado de los pájaros felices; en la blancura maravillosa de los lirios del campo; en el salmo de paz de los crepúsculos y en el misterio profundo de la noche. Como poeta, su alma se hizo música con la música de Dios y vibró su corazón con la lira divina.

Como rey, ahondó en la sabiduría de Dios y conoció la justicia divina. Como rey, descendió de su solio de grandeza y conoció la amargura del pecado, derramó lágrimas de arrepentimiento y sintió la presión amorosa de la mano de Dios. Como rey, descubrió a Dios en tiempos de prosperidad y supo que su copa era una copa rebosante de las bendiciones del Señor. Como rey, descubrió también la presencia divina enseñándole los caminos por donde había de conducir al pueblo.

Una experiencia religiosa del pastor, del poeta y del rey, fue de esta manera una experiencia profunda y maravillosa. Una experiencia de esta clase, es una experiencia que sabe llegar a todas partes; que sabe ir hasta el fin, que los años no menguan y a la cual la vida no puede derrotar. No es de extrañar, entonces, que las últimas palabras del rey David dirigidas a su hijo sean todo un mensaje religioso.

No hay en ellas ninguna vacilación, no se encuentra en ellas ninguna duda; son ellas palabras plenas de fe, de energía y de esperanza. Vibra en ellas el espíritu religioso que se le metió en el alma en sus sueños de adolescente cuando vagaba por los campos cuidando los rebaños. Tienen ellas la seguridad y la confianza de uno que pudo atravesar los valles de la sombra y de la muerte porque Dios iba con él. Vibra en ellas el espíritu religioso de un rey que experimentó en su vida toda la grandeza regia de Dios. Están saturadas de una experiencia donde el amor de Dios floreció cuando el corazón se le había vuelto un desierto de amargura.

David no pudo edificarle casa a Dios, pero su vida fue un templo grandioso y bello. Sin embargo, deja todo listo para que Salomón, su hijo, emprenda la obra portentosa. Y sus últimas palabras: “Levántate, pues, y a la obra; que Jehová será contigo”, son una afirmación de su propósito y un testamento digno de un rey.

Las palabras de David nos dicen que las tareas que se ejecutan para Dios no admiten demoras ni actitudes desfallecientes. La experiencia religiosa fecunda es la que es capaz de mover, de levantar, de poner en acción las capacidades creadoras de los hombres.

No es postrados como servirnos mejor a Dios; es echando a andar capacidades y talentos, músculos y cerebro; manos y pies. Las tareas de Dios son tareas que reclaman acción, y mayor acción reclaman cuando los tiempos son difíciles y los senderos son oscuros.

El mensaje que David entregó a su hijo como su voluntad postrera, es un mensaje que tenemos que meternos muy hondo en nuestra propia alma. Hay tanto qué hacer, y hay tantas manos ociosas. Hay tanto qué hacer y hay tantas energías que se disipan. Hay tantos lugares donde vivir la experiencia vitalizadora y creadora del Evangelio de Jesús, y tantos cristianos que se refugian en libros devocionales y se quedan sin hacer nada.

Los tres discípulos de Jesús que estuvieron con El en el monte de la transfiguración quisieron construir tres pabellones sobre el monte y quedarse siempre con él. Pero el alma de Jesús estaba puesta sobre el valle, sobre la miseria y el dolor de los hombres; y Jesús los hizo descender para esparcir en el mundo la gloria que habían visto sobre el monte.

“Me conviene obrar”…. se repetía Jesús constantemente. Y sus manos estuvieron atareadas siempre y su corazón no dejó de latir nunca apasionadamente al ritmo de las necesidades, de los problemas espirituales y de las angustias de los hombres.

Es esta una hora atormentada en que Cristo vuelve a decir a sus discípulos: “Me conviene obrar»…

Y las plantas de Jesús van pisando sobre escombros…

Que los hombres han dejado;
Recorriendo los caminos
De los pueblos torturados;
Con las manos extendidas,
Con alma traspasada,
Va poniendo en cada angustia
El fulgor de su mirada;
Y llevando pan y peces
Por caminos y poblados…

Nos conviene obrar con Cristo. Nos conviene edificar con Dios. Los hombres tienen hambre de pan y la necesidad de Dios es una necesidad inaplazable. Cristo será con nosotros… Él ya va delante de nosotros… Su huella luminosa es un llamamiento… Sus manos extendidas son el mensaje generoso para esta hora de puño cerrado…

Puerto Rico Evangélico
10 de octubre de 1952

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