No puede haber dos denominaciones religiosas con igual fe y observando las mismas prácticas cristianas. Si dos organizaciones llegasen a estar conformes en los puntos anteriormente divergentes, serían convertidas en una por las leyes de hermandad y de cooperación cristiana, y dejarían de existir como cuerpos distintos. El hecho de que están actualmente opuestas en su modo de ser y obrar, muestra concluyentemente que tales organizaciones tienen peculiaridades que, a juicio de ellas, les conceden el derecho de existir como cuerpos distintos. Si la unidad orgánica de todas las denominaciones religiosas llegare a ser un hecho establecido, tendría que ser por el motivo de que todas lograron convenir en la misma creencia, o porque han concluido que sus diferencias hasta entonces eran de muy poca importancia.
Si nosotros los Bautistas no sostenemos doctrinas y prácticas importantes, exigidas por el Nuevo Testamento —doctrinas y prácticas que sufrirían si los Bautistas se retirasen del campo— es claro que debemos dejar de existir. Al no ser campeones de verdades bien importantes, haríamos un servicio a Dios y a la causa que profesamos, con desbandarnos y reunirnos con otras denominaciones. Procuramos alcanzar fines que ningún otro cuerpo cristiano intenta alcanzar. Y si estas doctrinas y prácticas, de las cuales somos nosotros los únicos y especiales abogados, no tienen bastante importancia para justificar nuestra existencia, es claro también que debemos buscar cuanto antes nuestra pronta disolución. Si tenemos razón en esta mira de nuestras doctrinas peculiares, se justifica nuestro título a una existencia separada. Empero si nuestras doctrinas distintivas son contra las escrituras, no hay duda que constituimos un obstáculo a la oración de Cristo por la unidad de su pueblo.
La peculiaridad de una denominación puede consistir en defender doctrinas no sostenidas por otra denominación, o puede ser una elección de doctrinas más o menos comunes, de tal manera que la selección de creencias será enteramente única en su género. Y la denominación que pueda sacrificar sus convicciones religiosas para conseguir cierta unidad orgánica o pretendida, no merece ni el respeto de los hombres ni el favor de Dios. Tal sacrificio es dañoso. El espíritu dé la concesión no es bello espíritu cuando conduce al abandono de convicciones estimadas. ¿Cómo creció el Papado a sus proporciones monstruosas? Fue el resultado de la concesión. Roma reclamaba privilegios y derechos que debieron haber sido resistidos tan vigorosamente como los resistimos en el día; pero prevaleció el espíritu de la concesión. La paz se consiguió con el sacrificio del principio; el deseo de la unidad eclesiástica pudo más entre los cristianos que el de lo justo y recto, y como resultado presencia el mundo el espectáculo de la monstruosa tiranía del Papado. Dígasenos, ¿cómo sucedió que el rociamiento vino a ser sustituido por el bautismo? Era también resultado de la concesión. Tal concesión se hizo primeramente en casos de enfermedad, y fue llamada «bautismo clínico,» y poco a poco cayó en gracia a los creyentes, por ser el modo más fácil de observarse, hasta que la iglesia romana, por un decreto de concilio, lo adoptó como la forma regular.
Prescindiendo de las doctrinas llamadas fundamentales, en las que los Bautistas estamos conformes con otras muchas denominaciones evangélicas, me propongo discutir aquellos puntos en que diferenciamos de ellas. Esto lo hago por razón de que tales puntos no se representan siempre de manera correcta. Casi nunca he experimentado la dicha de encontrar nuestros sentimientos representados con exactitud por los que se oponen a las doctrinas Bautistas. Detalles y prácticas incidentales son considerados fundamentales, en tanto que principios de más importancia se pierden de vista. De aquí, que seamos guiados por la obstinada preocupación de la ignorancia, y no por genuinas convicciones de deber, creadas por la Palabra de Dios. Si preguntáis a los hombres, ¿qué creen los Bautistas? casi todos responderán, Insisten en el bautismo por la inmersión, y no bautizan a los pequeñuelos. Esta respuesta nace de la ignorancia o de la preocupación; puesto que los Bautistas creen en cosas de mucha más importancia que el bautismo.
Nuestra forma de gobierno eclesiástico no es la característica más eminente de una iglesia Bautista. La forma independiente nos parece propia y bíblica. Una iglesia está del todo libre de las demás, é igual en autoridad y derechos a cualquiera otra, o a todas las otras. Cada miembro es igual en facultades y derechos de todos los otros. No hay jerarquía de prelados, obispos, arzobispos, sínodos, conferencias, y concilios, que formule la fe y restrinja la conducta de los miembros. El más humilde cristiano ocupa un puesto tan cerca a Dios y a las escrituras, como cualquier otro. En esta mira diferimos de la mayor parte de nuestros hermanos, y no nos avergonzamos de nuestra posición; nos parece correcta e importante. Reconocemos solo un legislador en la iglesia, el Señor Jesucristo; no hay otro a quien debamos escuchar en lo espiritual, ni otro que tenga autoridad. Por consiguiente desechamos las usurpaciones y mandamientos dé los hombres, tan frecuentemente impuestos como un yugo sobre los cuellos de los creyentes. Pero este no es el punto de nuestra principal divergencia de las demás organizaciones religiosas.
La cuestión del bautismo no constituye el único motivo de la existencia de nuestra denominación. Hay doctrinas importantes relacionadas con cualquier aspecto bajo el cual consideramos el bautismo y los sujetos propios de la ordenanza. Es un hecho innegable que la mayor parte de los cristianos está conforme con nosotros acerca del propio modo del bautismo. Por lo que hace a la forma original de la ordenanza, tenemos pocos antagonistas. Una mitad de ellos opinan que la iglesia de Roma tenía la facultad de cambiar la ordenanza, y que en efecto la cambió; mientras que la otra mitad afirma que el punto no es de importancia. En estos dictámenes no convenimos; y por cierto que no tenemos el ánimo de abandonar nuestras convicciones. Pero nuestra posición envuelve más de una diferencia de opinión acerca de la cantidad del agua que debe emplearse en el bautismo, o de la propia interpretación de una palabra griega. La controversia entre nosotros y nuestros hermanos es más grande que la suscitada por el bautismo.
Por lo que toca a la Cena del Señor, estamos casi de acuerdo con otras denominaciones en cuanto a los títulos de admisión a la Mesa, si bien no estemos conformes en lo tocante al significado del mismo sacramento. Nosotros lo consideramos como un culto memorial, como es constante de sus mismas palabras, conmemorando la muerte de Cristo; entre tanto que ellas la celebran como un culto social que tiene por objeto expresar entre sí la fraternidad cristiana. Con motivo de tal divergencia se ha dado origen a los términos «comunión abierta» y «comunión estricta.» Creemos que solo aquellos que han sido sepultados en las aguas del bautismo, pueden propiamente conmemorar la muerte, sepultura y resurrección de nuestro Señor. Lejos estamos de negar a los otros nuestros sentimientos de conformidad, pues que estamos prontos a trabajar con ellos en la causa común del evangelio; pero no podemos permitir el uso de una ordenanza que representa la muerte de Jesucristo para manifestar la insostenible práctica de una cortesía social.
Consiste la peculiaridad principal de los Bautistas, en la separación que hacen entre las ordenanzas y las condiciones de la salvación. Línea definitiva y clara trazamos entre los conversos y los inconversos. Más acá de aquella línea se encuentra todo el linaje humano, sean nacidos sus hijos de padres piadosos o no, sean llamados «hijos de la alianza» o no lo sean. Quedan todos en pecado por la naturaleza y la práctica. A tales personas, y entre ellas, vino el Señor Jesucristo, y por ellas murió. Está él en pie a la puerta de cada corazón, y pide entrada, a fin de traerle la vida y paz. Establece el Señor la relación de Salvador personal al pecador personal. En esta relación íntima no cabe ni tercera persona, ni artificio ni trama. Está a solas en el universo el pecador con Cristo. Nadie puede responder por él, o meterse entre él y el Redentor. La cuestión de vida o muerte, salvación o condenación, del cielo o del infierno, se resuelve en la acción libre y voluntaria de aquella alma cuando acepta o rechaza a Jesús. De cada hombre depende la Suerte eterna de una decisión particular, y no de la acción de tercera persona. Si la decisión queda en favor de Jesús, el alma entra en el acto en estado de salvación, viene a ser hija de Dios por la fe en Cristo, cree en el Señor Jesucristo y se salva, vuelve a nacer en Cristo Jesús, pasa de muerte a vida, no está ya bajo la condenación, sino que es libre de la ley del pecado y de la muerte.
En seguida, y después de haber entrado en relación íntima con Cristo, la línea está atravesada, y aquella alma salvada acude a la iglesia, a las organizaciones y ordenanzas. Consiste la peculiaridad prominente de los Bautistas en colocar todo lo eclesiástico y ceremonial más allá de la línea de separación, y no puede el hombre propiamente alcanzarlos hasta después que haya creído y haya sido salvado. Entre nosotros, la salvación no se encuentra mesclada con ordenanzas, ni las ordenanzas mezcladas con la sangre de Cristo. Los Bautistas insistimos en que es de importancia vital conservar la mutua relación de estos arreglos divinos. Somos el único pueblo cristiano que rehúsa BAUTIZAR A LOS NO REGENERADOS. Puestos en pie al lado de la pila bautismal, demandamos que todo candidato para el bautismo confiese una fe salvadora y una experiencia de gracia divina antes de ser sepultado con el Señor en la ordenanza.
Hablamos más pormenorizada y familiarmente: sostenemos y practicamos el bautismo de creyentes, no tanto como protección de la ordenanza, sino como de preservación de la doctrina que la salvación puede conseguirse solo mediante la sangre de Jesucristo. Por mucho que estimemos las ordenanzas del Señor, rehusamos ponerlas ante la cruz de Cristo; no hay en ellas poder salvador, ni facultad mística y mágica, que sirva para hacer hijo de Dios a alguna persona. El bautismo es acto de obediencia inspirado por una fe ferviente, y si las circunstancias en cualquier caso hicieran tal bautismo imposible, a pesar de eso, el alma creyente llevaría título seguro a la vida eterna.
Los Bautistas ponemos la sangre antes del agua; el perdón antes de la obediencia ceremonial; la cruz antes del bautismo. La cruz es accesible a todo el mundo, sin la intervención de organización, ordenanzas o ceremonias. Las ordenanzas no se dieron con el objeto de ayudarnos a alcanzar la vida cristiana; al contrario, cuando son puestas fuera de su propio lugar, siempre impiden la obra de regeneración. Los beneficios de la vida perdurable no están escondidos debajo del agua, ni dentro del gremio de ninguna iglesia; tampoco son trasferidos por el toque de ninguna mano sacerdotal.
He aquí nuestra doctrina peculiar y distintiva. Aquí ocupamos posición distinta. Si hay otra denominación que requiere absolutamente que el alma vuelva a nacer y dé evidencia de perdón antes del bautismo, no la conozco. Bautizan a los pequeñuelos, quienes, seguramente no son creyentes, y no pueden profesar una obra de regeneración; o, bautizan a adultos no salvados, con el fin de suministrarles medios de gracia que juzgan útiles para su salvación flual; o, bautizan a los candidatos para completar las condiciones bajo las cuales la salvación se ofrece y se recibe.
Infundada e injustamente se critica a veces a los Bautistas, afirmando que hacen del bautismo una ordenanza que salva al hombre. Tiene esta alegación su origen, tal vez, en el hecho de que defendemos, y hemos defendido desde el principio de la historia de la iglesia de Cristo, la inmersión como el único acto que puede llamarse bautismo, y de que la hacemos una de las condiciones absolutas para entrar, como miembro, en la iglesia. El que reflexione un instante sobre el asunto, verá que la distinción es clara y sencilla. La condición del perdón es cosa bien diferente de aquella bajo la cual una persona se hace miembro de la iglesia.
Después de haber oído predicar a muchos teólogos entre los Bautistas: y de haber leído sobre estos temas los mejores escritos, puedo decir con toda confianza y certidumbre, que no hay ni siquiera un Bautista de carácter conocido que reclame o admita que el bautismo tiene algo que ver con la salvación del bautizado. Todos ponen la salvación antes de las ordenanzas. He aquí el punto de divergencia entre nosotros y todos nuestros hermanos, quienes, a pesar de ser concienzudos, (como lo son, sin duda,) no tienen, a juicio de nosotros, razón. Claramente ocupan posición anti bíblica. Los Bautistas están solos con la Biblia. Recusamos el bautismo a cualquiera persona hasta que hayamos creído que es ya salva. Este es el principio fundamental de nuestra organización, que ha sido siempre el primero y más grande punto de divergencia entre nosotros y los demás.
En lo relativo a la condenación de los párvulos que mueren en la infancia, todo hombre que ha estudiado la historia de la teología, sabe que los Bautistas fueron los primeros que proclamaron la salvación de tales criaturas, y que bajo la influencia de nuestras miras puede atribuirse gran parte de la modificación de doctrina sobre ese asunto que se ha verificado en otras iglesias evangélicas. Creemos que los pequeñuelos, muertos en la infancia, están salvos mediante la obra expiatoria de Cristo, sin la aplicación de las aguas del bautismo; puesto que no pueden ejercer fe en El, y no les es exigido.
No he procurado ninguna defensa de nuestros principios; tampoco he tratado de cuantas doctrinas preciosas sostenemos de acuerdo con otros muchos Cristianos. He llevado por mira sólo declarar los puntos, y en particular el importante, en que estamos solos. La importancia de estas peculiaridades parece ser bastante para mantener una existencia separada como denominación de creyentes, y para autorizarnos en una vindicación activa, celosa y caritativa de nuestra fe. Para nosotros una existencia independiente es preferible a un sacrificio de la verdad divina que tiene por objeto la unión orgánica.
Si es correcta nuestra posición, estamos en el mundo para ofrecer la sangre de Cristo, sin mezcla de cosa alguna, como el solo fundamento del perdón y el solo objeto de la fe. Esta posición hace claro y sencillo el camino de la salvación, y los deberes del cristiano. Las corrientes de las aguas de salud pasan ahora por la puerta de cada individuo. El alma despertada ahora ve a Jesús, y a Jesús solo. Cristo en su propia persona está a la puerta de cada corazón, y toca. El que le acepta, se salva.
Confieso que aprecio mucho el privilegio de estar afiliado en un pueblo cuya fe tan altamente honra al Maestro, y tan claramente señala la esencia del evangelio. Que Dios nos ayude a perseverar en esa fe, no solamente en su expresión formal, sino también en una vida santa. Seamos ortodoxos tanto en la vida como en la creencia.
Publicaciones religiosas no. 2, Imprenta Bautista de La Luz, Ciudad de México, 1886