“El justo crecerá como cedro en el Líbano.” Salmo 92:12
En la Biblia se compara al cristiano con las plantas en muchos pasajes. Jacob comparaba a José con una “rama fructífera que brota junto a las fuentes.” Balaam habla de Israel “como huerto junto al río, como árboles de sándalo plantados por Jehová, como cedros junto a las aguas.” Isaías dice: “la casa de Israel es la viña del Señor, y todo hombre de Judá planta suya deleitosa.” Jeremías habla así: “El hombre que pone su confianza en Dios será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a las corrientes echará sus raíces y no verá cuándo viene el calor, y su hoja será verde y no se fatigará ni dejará de dar fruto.” Oseas añade: “El Señor es como rocío y el pueblo suyo crecerá como lirio, y extenderá sus raíces.”
Y Cristo dijo: “Por sus frutos los conoceréis: ¿cógense uvas de los espinos e higos de las cambroneras? De la misma manera todo buen árbol lleva buenos frutos; mas el árbol carcomido lleva malos frutos. Conforme a estas palabras hay que notar que no sólo los creyentes sino también los impíos son comparados con las plantas: de los fieles se dice que son como “árbol bueno,” “buenos higos,” “huerta de riego,” “robles,” “trigo,” “lirios,” y “sauces junto a las riberas de los ríos.” Y de los infieles o incrédulos se dice que son como “abrojos,” “árboles dos veces muertos,” “árboles malos,” “espinas entretejidas,” “heno y hojarasca,” “tamo,” “jardines sin agua,” “paja y retama en el desierto.”
El asunto es un manantial del que brotan sugestiones claras y elocuentes. Aun comprende, estableciendo el término medio, a los cristianos débiles e inactivos comparándolos con una “caña cascada.” Hay algunos que no son fuertes, ni grandes, ni útiles, como los cedros; ni tampoco despreciables del todo como “la yerba” y como “la paja;” pero su vida cristiana es tan pobre que nos agradaría compararlos con la caña débil o con la flor marchita y abatida del solano.
El Espíritu de Dios se compara en la Escritura con un río, porque nosotros lo somos con los árboles, y aquel divino manantial inagotable y eterno nos da vida y crecimiento en abundancia.
Altos como los cedros
Según el texto enseña y sugiere, los cristianos deben tener una vida elevada y superior. Alcanzando esa elevación de carácter nos colocamos por encima de las circunstancias. Venceremos en las dificultades y quedarán muy abajo las mezquindades de la vida y las ruindades que anidan en los corazones de los que no aman ni conocen a Dios.
Se dice que las águilas, en los momentos en que una tempestad se desencadena furiosa sobre la tierra, elevan su poderoso vuelo hasta colocarse por arriba de las nubes de la tormenta, y así escapan de ella y se recrean en la luz y calor del sol mientras aquí abajo se descargan los azotes de la lluvia y el huracán. Y nosotros, creciendo como los cedros, teniendo estas proporciones colosales que sugiere la metáfora de David, podremos, en los momentos en que se desatan las tempestades de la vida, elevar nuestras almas hasta Dios y gozar de su presencia y su sonrisa, de su luz y de su compañía, mientras acá abajo el mundo se sacude en sus miserias sin lograr afectar nuestra serenidad ni conmover nuestra confianza.
Cuando estaba de pastor en Dallas, conocí a un hombre rico, fiel miembro de la iglesia presbiteriana. Tenía una gran maderería que representaba toda su fortuna. Una noche se incendió y el fuego acabó completamente con todo. El rico se quedó prácticamente en la miseria. Un día después lo ví pasar por la calle y su corazón lleno de gozo y de paz indicaba no haberse atribulado ni poco ni mucho con tamaño desastre. Mientras caminaba, iba tarareando un himno. Yo pensé al instante en las palabras del texto. Y me dije: “He aquí un hombre alto como un cedro del Líbano. Las circunstancias no le abaten, ni lo destruyen. El está por encima de ellas.” Y vienen ahora a mi memoria aquellas palabras de Isaías 54: “Los montes se moverán, y los collados temblarán; mas no se apartará de tí mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de tí.”
Fuertes como los cedros
Los ciclones, las tempestades y todas las fuerzas combinadas de la naturaleza nunca combatieron con éxito aquellos cedros formidables. Sus raíces profundas les tenían perfectamente asegurados y sus ramas poderosas resistían el embate furioso de los vientos: ¡qué figura tan noble y tan viva para representar a los creyentes que deben ser fuertes para no caer bajo los golpes arteros del maligno!
¡Y qué bella enseñanza para vosotros, padres, que debéis tener a vuestros hijos como ramas vigorosas que puedan también resistir el ataque de las pasiones, vencer las inclinaciones perversas del corazón y sostenerse en su puesto como los cedros, sin ser juguete de las tentaciones del mundo!
Nuestra fuerza viene de Dios. Pompeyo se jactaba de poder levantar a toda Italia en armas con sólo dar un golpe con su pie, en el suelo; pero Dios, con una sóla palabra de su boca puede reunir todas las fuerzas del cielo, y del universo, para que le sirvan, y puede crear nuevos seres para que cumplan su voluntad. Y la fuerza de Dios es nuestro gozo. David ayudado de Dios venció a Goliat; y nosotros con su ayuda seremos fuertes y venceremos. Acordémonos del testimonio de Pablo: “¡Todo lo puedo, en Cristo que me fortalece!”
Útiles como los cedros
Los cedros sirvieron para las construcciones de los asirios. Nabucodonosor los usó en la obra de madera de la cámara de los oráculos que levantó en Babilonia. Esta es la enseñanza: nosotros, como los cedros debemos rendir servicio. Si alguien quisiere levantar el edificio espiritual en un pobre corazón mundano, que recurra a los justos para valerse de ellos como se servían en Palestina de los cedros para ejecutar las mejores construcciones.
El que esté enfermo, no vaya al abogado, sino al médico; el que esté necesitado, no vaya a otro más desvalido que él, sino al que tiene riquezas; el que esté perdido, no busque ayuda en el ignorante, sino vaya a buscar la guía del que sabe; el débil, no se fíe de otro como él, sino del fuerte; y el ciego, no se deje guiar por otro ciego, sino por el que ve. Y el que quiera tener salvación y vida eterna que busque al que ya la tiene, y éste le podrá ayudar a hallarla. No vayas al espiritista que no sabe buscar el camino en este mundo sino se pasa el tiempo especulando en todos los otros mundos que giran en el espacio; no vaya el pobre pecador a buscar ayuda en el miserable religionero que aboga por la ciencia cristiana; el perdido, que no se entregue a las enseñanzas torpes del unitarianismo; el débil, que no se recline en la insostenible defensa de los ignorantes que no conocen a Dios; el ciego, que no se deje guiar por los sacerdotes, que lo alejarán de la verdad. Pues con todas estas vanas enseñanzas, y con tales refugios, el hombre nada aprovecha y su construcción será como heno y hojarasca. Pero vaya a pedir consejo a los justos, a los cristianos que han alcanzado la gracia, a los que son fuertes, y altos, en la vida Cristiana; ¡y ellos le hablarán de Cristo y lo invitarán a los pies de Aquel que es nuestro Ayudador y único Refugio, nuestro Maestro y Guía: el Fuerte, el Sabio, el Rico, el que Vive y vivirá por los siglos!
Tenemos, pues, el deber de servir a los demás en el levantamiento de sus moradas espirituales; ¡nuestra misión en la tierra se reduce a honrar y glorificar a a Dios y a beneficiar a nuestros semejantes con nuestros servicios en pro de la salvación de sus almas eternas!
Pero muy particularmente el texto se contrae a la utilidad que debemos prestar en la iglesia del Señor, como los cedros fueron útiles en la construcción de la casa de Dios erijida en la antigüedad por el tercer rey de Israel. La tala de los bosques del Líbano tuvo el fin expreso de facilitar madera para el templo; de consiguiente, el texto, palabra por palabra, implica que los justos deben ser útiles en la Casa de Dios.
Es muy extraño el siguiente hecho que se observa a menudo en nuestras iglesias. Algunos convertidos que son infatigables en el servicio en el principio de su vida como cristianos, se tornan bien pronto en siervos inútiles y descuidados. Comienzan a enfriarse, a dormir, y declinan en sus energías hasta llegar a ser como plantas parásitas que vejetan al amparo de los cristianos antiguos y sinceros que lo sostienen; pero ellos por sí solos no son capaces de servirse a sí propios ni mucho menos de ayudar a los demás. ¿Y qué diríamos nosotros si los cedros fueren útiles al comenzar a brotar y no después? ¿Acaso sirven de algo cuando apenas son tiernos y débiles? ¿Y no sirven para nada al llegar a su pleno desarrollo? Notemos esto: Si el árbol no alcanza a un estado de crecimiento normal, el mal está en la raiz. Viene enfermo desde los comienzos. Si es precoz en su desarrollo, hay peligro que se inutilice pronto. Si tiene poca tierra se apresura a crecer y no tardará en secarse.
Y muchos cristianos asi inutilizan y destruyen su vida. Su raiz no es profunda. Su vida cristiana no está fundada sobre la Roca. ¡Y cómo nos duele ver que esa superficialidad es un azote en nuestras congregaciones! ¡Cómo quisiéramos llamar la atención de nuestros hermanos todos a considerar seriamente este pensamiento sugerido por el texto!
Un ministro me decía una vez, en México, “he hallado esta verdad: que nadie es necesario, pero que todos somos útiles.” Dios puede hacer su obra con nosotros, sin nosotros, o contra nosotros, o a pesar de nosotros. Pero todos somos útiles. Todos podemos servir. Podemos alcanzar esa honra inmerecida de tener parte en el servicio de la causa de Dios. Pero hagamos todo con decencia y en orden. No alocadamente, ni con jactancia, ni con la lengua, sino con reverencia y con el corazón.
Proyección de la sombra
Otra enseñanza: los cedros eran altos y corpulentos; tenían troncos cuya circunferencia medía hasta cuarenta pies, y alcanzaba hasta noventa pies de altura. Sus ramas brotaban desde que el tronco medía pocos pies de alto, y eran grandes y casi horizontales; las hojas, aunque pequeñas, crecían apiñadas en el árbol, y así su aspecto era de una copa muy ancha, y muy alta, levantándose a corta distancia del suelo. Sus ramas entretejidas formaban casi una techumbre compacta e impenetrable. Los escritores hebreos los describen como “un mar agitado por el céfiro,” tal era la magnificencia del follaje y el ruido que producía al ser agitado por las brisas. Los árboles así unidos proyectaban una sombra grandiosa. Un ejército numeroso podía acampar cómodamente en aquellas montañas cubiertas por la espesa sombra de los cedros. Sesenta o cien hombres con sus caballos podían hallar un sitio amplio para estar al amparo de la sombra de un solo árbol. ¿Qué os sugiere todo esto? ¿Qué enseñanza se descubre en el texto? Los cedros nos hablan de la hospitalidad; nos hablan de la unión, y de la bondad. Entonces expresémoslo así: Cada cristiano debe procurar ansiosamente que su vida beneficie a los demás. ¡Qué glorioso pensamiento es el de descubrir que nosotros estamos llamados a ser una bendición para todas las personas que nos rodean! La vida de amor del creyente, su piedad, su fe, su paciencia, su pureza debe ser ayuda y amparo, aliciente y descanso, inspiración y consuelo, para los tristes y cansados que cruzan por el desierto de este mundo.
Que tu sombra sea buena para todos. Buena para los niños. Buena para las mujeres. Buena en el trabajo. Buena en la iglesia. Buena en el hogar. Sé hospitalario y mira que esa es una virtud que ha distinguido siempre a los justos. Sé unido y pacífico con tus hermanos, y mira que así das señales de ser uno de los hijos de Dios.
El olor de los cedros
Mientras escribo este sermón tengo sobre mi mesa un trozo pequeño de una rama de cedro del Líbano que me fué obsequiado por una señorita de Suecia, quien es miembro de nuestra congregación. Es un trozo circular de una pulgada de espesor, y doce de circunferencia. Conserva la corteza, y en las superficies planas es liso y pulido a la perfección. En el círculo oscuro, que es el corazón de la madera, y sobre él está escrita la palabra “Jesusalem” en letras hebraicas. Es una madera hermosa, de mucho peso y consistencia.
Estos árboles tenían una particularidad. Tanto del tronco como de los conos que brotan de las ramas destilan una goma suave cuya fragancia se ha comparado con la del bálsamo de la Meca.
La resina se produce en abundancia en los cedros y sucede que al soplar el viento del Norte el aire se embalsama llevando a las ciudades de la Tierra Santa aquel olor peculiar de los cedros que siempre era aspirado con placer. Esto sugiere nuestras oraciones que son olor de suavidad. La oración es un bálsamo y un perfume para nuestras almas y por ella hacemos mucho bien a los que nos rodean. Ellas son la mejor señal de nuestra conversión a Dios y es notorio que los justos que han sido honrados con alguna obra importante en el mundo han sido siempre hombres y mujeres de oración cuya vida entera ha sido un perfume esparcido por el mundo como manifestación de la gracia divina en los corazones de los creyentes.
Conclusión
El cedro es firme. Está arraigado permanentemente; no es mudable ni puede cambiar de sitio. Asi son los hijos de Dios. No son cambiadizos; no se alejan de su sitio en el que han sido plantados por la mano de Dios mismo. Las hojas secas vuelan arrebatadas por el viento; el vendabal empuja y levanta las yerbas muertas y marchitas; y así son los hombres que hoy confiesan ser cristianos, profesan la fe, y mañana la niegan; hoy aceptan a Dios y mañana lo contradicen: como estrellas erráticas y como nubes sin agua. La firmeza es un característico de los cristianos verdaderos. Pueden envejecer, pero es siempre el mismo creyente a despecho de las pruebas, y de las tribulaciones que se padecen en el mundo. Es como el cedro del Líbano que vive muchos años y se mantiene siempre verde. Los cedros crecen y los cristianos deben crecer. Cada vez que se asiste a un culto, cada vez que se ora, cada vez que se lee la Biblia y cada vez que nos ponemos con fe en las manos de Dios damos un paso más en la vida cristiana y nos desarrollamos hasta llegar a ser de la estatura de un varón perfecto.
Querido lector guarda en tu corazón las preciosas enseñanzas de este texto y busca de rodillas una bendición de tu Padre Celestial para que te ayude a crecer, a ser fuerte, útil, y a ser una bendición en el mundo para todos los seres que te rodean. Entonces serás uno de los justos, y podrás compararte con los bellos y útiles “cedros del Líbano.”
El Faro, 1918