Texto: “Por tanto id, y doctrinad a todos los gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo: Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado.” Mateo 28:19-20
El programa de Cristo se reduce a tres puntos: curar el cuerpo, curar el alma y curar la mente.
CURAR EL CUERPO
El cuerpo humano fue hecho por Dios y es, sin duda, la obra más exquisita y la organización más maravillosa que ha salido de 1as manos divinas. El estudio de nuestro organismo es un estudio para toda la vida. Si un astrónomo sin fe es un insensato, más debe serlo un fisiólogo. Galeno se convirtió de su ateísmo mientras examinaba un esqueleto humano y luego dijo que daba cien años de plazo al que probara poder hallar un mejor sitio para las diferentes partes del cuerpo.
El cuerpo sin alma está muerto, y el alma sin el cuerpo no existe en el mundo de la materia. Ambos se unen para obrar. El alma le sirve al cuerpo de ojos y de luz, y es su vida. Y el cuerpo le sirve a ella de brazos y, por lo tanto, de acción. Esa unión puede ilustrarse con la historia de aquel hombre sin brazos que guiaba a un ciego que sí los tenía y juntos se robaban la fruta de un huerto ajeno. Al ser sorprendidos y llevados al juez uno decía: «soy inocente, porque no tengo brazos;» y el otro decía: «y yo lo soy porque no tengo ojos.» Pero en opinión del juez los dos hombres formaban un solo ladrón, y ambos fueron condenados.
Es un incentivo para la santidad saber que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. La divisa de la Sociedad Cristiana de Jóvenes, Mente sana en cuerpo sano, es digna de ser estudiada. Porque todos los cristianos deben desear tener un cuerpo sano y limpio que armonice con su mente pura, y con su alma y el espíritu santificados y renovados por el Espíritu de Dios.
Considera esto: que el estómago, que prepara el sostenimiento del cuerpo, los vasos, que distribuyen la sangre, que es el elemento de la vida, las arterias, que hacen circular ese elemento de fuerza, los pulmones, que airean la sangre y la purifican, y la máquina muscular, que trabaja día y noche esparciendo la corriente vital por todo el sistema y que une y organiza harmónicamente todos los órganos, y el cerebro, que habita en la parte más alta, como una realeza, con sus funciones maravillosas, todo, todo nos enseña, que debemos pensar del cuerpo de una manera elevada y tratarlo como obra de Dios.
Desde el punto de vista puramente material el cuerpo está formado de dieciocho de las 62 sustancias primarias que se hallan en la naturaleza, y de éstas dieciocho, siete son minerales: hierro se halla en la sangre, fósforo en el cerebro, cal en los huesos, y polvo y cenizas en todo. Y todas esas sustancias primarias de que se forma el universo entero tienen su origen o base esencial en estas cuatro: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y carbono. O en sus nombres más familiares, fuego, agua, salitre y carbón. Y a eso viene a reducirse el hombre, el Señor de la tierra: a una chispa, a una gota, a un grano de polvo, a un átomo de carbón.
Ha sido dicho que el cuerpo humano contiene en sí la suma de toda maravilla, revelando un poder creador incomprensible y una habilidad plástica de la que sólo Dios es capaz. Se ha comparado con un mundo en miniatura y con el epítome de todas las ciencias. Es el compendio admirable del gran libro de la naturaleza.
Las funciones de los ojos representan matemáticas de primer orden. En la formación de los huesos y en los varios ligamentos y articulaciones se exhiben de un modo admirable los más finos principios y leyes de la mecánica. En la circulación de sus fluidos, el corazón, las arterias y las venas se revelan como verdaderos aparatos hidráulicos. El proceso de la respiración es un ejemplo de la acción neumática. En la formación gradual de sus sustancias, (la precipitación de los elementos que constituyen sus partes específicas,) hallamos la química en sus más variadas y bellas combinaciones.
Y este todo, desde el punto de vista de Dios, es el «templo del Espíritu Santo» y se nos manda conservarlo limpio. «Limpiaos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.» Y se nos manda curarlo. Al ejemplo de Jesús que curó los ciegos, los sordos, y los mudos, los heridos, los leprosos, los paralíticos, los enfermos de fiebres y los afligidos con toda suerte de mal.
La iglesia de Cristo llena esta parte del programa de Él fundando hospitales y enviando médicos misioneros por todas partes del mundo. Los Discípulos tienen 30 hospitales y dispensarios en África, China, el Tibet y las islas Filipinas, con 15 médicos; encargados de la obra. La iglesia Episcopal tiene 19 hospitales en Asia, bajo el cuidado de 14 médicos que asisten a más de doscientos mil pacientes cada año. Las iglesias bautistas tienen 75 hospitales en Asia y África. La Iglesia Metodista, 51 hospitales y 60 médicos. Y la Presbiteriana 212 hospitales en China, Egipto, India, Corea, Persia, Filipinas, Siam, Laos, Siria, Puerto Rico y la América del Sur, con un cuerpo de 140 médicos y una legión de enfermeras, quienes atienden a más de un millón de pacientes cada año.
En suma, un pequeño ejército de mil médicos misioneros, en 500 hospitales y mil dispensarios gratuitos, con un servicio excelente de enfermeras, consagrado todo a poner por obra esta primera parte del programa de Cristo. Nos conviene ayudar al sostenimiento de esta obra. Debemos orar por estos obreros. Y tenerlos en grande estima a causa de su noble misión. Los doctores y los ministros están asociados íntimamente. El doctor y el ministro son los primeros amigos que encontramos al nacer y los últimos que dejamos al morir. Y esto, es más cierto tratándose de los doctores cristianos. Cicerón dijo: «Los hombres nunca se acercan más a los dioses que cuando tratan de dar salud a los otros hombres.» Cuando Carlos IX ordenó la matanza de los protestantes en Francia, en el día de San Bartolomé, hizo una sola excepción, la del médico Paré; el padre de la cirugía francesa. Y Jesús es el supremo ejemplo, porque no sólo predicaba y enseñaba, sino que desempeñó, y con harta frecuencia, las funciones de cirujano, oculista, y especialista en todas las maravillosas ramas de la medicina.
CURAR EL ALMA
Esta es la segunda parte del programa, y la más importante. Tenemos dos ojos, dos orejas y dos manos, pero sólo un alma. No se debe perder. Una niña que había oído decir que los que mueren van al cielo, cuando vio por primera vez a un muerto, dijo muy alarmada: «¿Y éste por qué no se ha ido?» Entonces aprendió que el alma vuela a Dios, pero el cuerpo se queda en el sepulcro aguardando la resurrección.
Que Cristo da primaria importancia a la curación del alma, se ve con claridad meridiana en el caso del paralítico sanado en Capernaum. Cuatro hombres trajeron al paralítico. Eran cuatro nombres llevando un alma. Y el Señor al verlo a sus pies, le dijo: «Tus pecados te son perdonados.»
Nosotros muy a menudo lo entendemos al revés, Y ponemos mucha mayor atención en salud del cuerpo que en la del alma. Al cuerpo lo vistes y dejas a tu alma desnuda de todo adorno, al cuerpo lo cuidas y a tu alma la descuidas, al cuerpo lo bañas y a tu alma la dejas sucia, al cuerpo le das reposo y al alma la cansas y agotas en disipaciones pecaminosas, al cuerpo lo defiendes y al alma la entregas en manos del destructor, al cuerpo lo conservas y al alma la dejas a merced de los vicios que la corrompen, al cuerpo lo quieres salvar y tu alma dejas condenar. Esto es contrario a la enseñanza suprema de Cristo, que dijo: «¿Qué ganará el hombre si granjeare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?»
Fíjate en el cuidado que ponen las mujeres en los adornos de sus cuerpos, en el encrespamiento de los cabellos, en los vestidos costosos con que lo visten y en las joyas con que lo adornan, y en las reparaciones que hacen en la cara pintándola y componiéndola, y soportando el bárbaro ajuste del corsé, las quemadas de la caña, los pellizcos de los rizadores, y el tormento de las botas del número tres en los pies que son del ocho. Pero no hallarás el mismo empeño en adornar sus almas, en vestirlas de sencillez y pureza, en mejorar sus disposiciones y en embellecerse con sentimientos de nobleza, de caridad y de santas maneras.
Y ¿el cuerpo qué es? ¿Y cuánto dura? Pues no durará mucho. Tu vida «es un vapor que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.» Ese cuerpo que tú tanto estimas, no tardará en decaer y convertirá en pasto de inmundos gusanos. ¿Y tu alma? ¡Pues tu alma es eterna! Luego ¿qué te conviene más? ¿Cuidar lo que hoy es y mañana no, o cuidar lo que es eterno?
Si el cuerpo es sólo el sobre y el alma es la carta, ¿qué estimas más y qué guardas? ¿Tirarás la carta y conservarás el sobre?
El cuerpo es como una caja de madera que sirve de envoltura al alma, a la que compararemos con una fina y delicada imagen de alabastro. Y al ser enviado ese cajón a su destino, el que lo recibe, ¿conservará el cajón y arrojará la imagen? Y nosotros que llevamos adentro la imagen de Dios, ¿cuidaremos más de la envoltura que de la misma imagen?
Pero nuestro cuerpo es más que una envoltura, más que una caja, y más que un encierro para el alma. El alma está preparada para ser la habitación de Dios, porque por ella somos participantes de la naturaleza divina; y el cuerpo está preparado para ser la morada del alma. Al ser afectada el alma, el cuerpo lo siente. En hora de alegría el cuerpo se siente ligero. El gozo es medicina. Los sentidos se sienten más despiertos, el apetito más completo, la digestión más vigorosa. Si oramos con fervor, el cuerpo recibe la divina influencia. Si pecamos, la maldición es para ambos, el cuerpo y el alma. La sangre y el cerebro del hombre humilde y santo tienen cualidades físicas que no se hallan en el cerebro y en la sangre del hombre mundano. Muertos los dos, no sólo sus almas se hallan en diferentes condiciones, sino hasta sus cuerpos retienen las cualidades peculiares a aquellas almas que ya se hallan en distintos mundos. Hay, pues, virtudes latentes en el cuerpo que corresponden con las almas que viven en ellos.
No hay que perder de vista que esta es la parte central del programa de Cristo. Curar las almas. Ese fue el objetivo de su muerte en la cruz, el propósito final y supremo de su glorioso sacrificio. Él vino a salvarnos de nuestros pecados, a dar salud a las almas, a limpiarlas y a redimirlas de la terrible enfermedad del pecado.
En cierta ocasión el ministro inglés Rowland Hill se hallaba predicando al aire libre en Moorfields, en las inmediaciones de Londres, y su texto era Cantares 1:5. «Morena soy … mas codiciable.» «Como las cabañas de Cedar, y como las tiendas de Salomón.» Lo comparó a la iglesia: despreciable según el mundo, pero codiciable y hermosa para Cristo. Entretanto que él hablaba, lady Ana Erskine pasó por aquel sitio y al ver el inmenso gentío se despertó su curiosidad, y deseando saber qué era lo que se decía, ordenó a su cochero que la acercase al lugar. Cuando se enteró que era el señor Hill el que predicaba, se acercó más, porque siempre había tenido muchos deseos de oírle. Todas las gentes volvieron la vista hacia ella que aparecía como una reina deslumbrante de lujo y de belleza. El ministro notó a la lady, la reconoció, y en seguida dijo a sus oyentes: «Mirad hacia mí, y escuchadme con atención. Fijaos bien en mis palabras. Amigos, aquí tengo de venta una rica señora. Es bella y elegante como las primeras damas de la tierra. Y la voy a vender. Ahora, escuchadme y observad: aquí se presentan tres postores interesados en la compra. Uno es el mundo. Yo le pregunto, ¿cuánto me das por ella? Y me responde: (Muchas riquezas, distinciones y placeres.» Y yo le digo: No la puedes comprar. Ella vale más que todo eso. Porque esas cosas se acabarán como la nieve que se derrite con los rayos del sol. Otro postor, el diablo. ¿Y tú qué tienes que dar, y cuánto das? Y me responde: «Yo daré por ella todos los reinos de la tierra y la gloria de ellos.» Y yo le digo: Tú tampoco la puedes comprar; ella vale mucho más; porque cuando todos los reinos se acaben y la gloria de ellos se haya desvanecido como cenizas que son esparcidas por el viento, ella seguirá viviendo aún. Pero aquí viene el tercer postor. Es CRISTO. Y le pregunto, ¿y Tú, cuánto das, Señor? Y Él me responde: «Perdón y gracia aquí, y gloria en el más allá. Aquí paz y misericordia, y después una herencia incorruptible de gloria eterna.» Y yo le digo: «Muy bien, Señor, puedes llevarla. Es tuya. Porque tú sólo eres digno del amor y de la gratitud de las almas. ¡Y que el cielo y la tierra sean hoy testigos de este trato glorioso y eterno! Y en seguida volviéndose a lady Erskine, que había oído todo y sentido hondas emociones de admiración y alarma, exclamó: «Señora, ¿hace usted alguna objeción a esta compra? Recuerde usted de aquí en adelante que usted es la propiedad de Cristo. Él murió y compró a usted con el gran precio de su sangre.» Esta invitación extraordinaria obró la conversión de la noble mujer que después unida con la fiel lady Huntingdon figuró en muchas empresas de caridad y en incontables actividades cristianas.
La iglesia de Cristo llena esta parte del programa de Él fundando y organizando iglesias y enviando ministros, pastores y misioneros por todas partes del mundo. Si esta parte central del programa es más importante, también el número de los que se dedican a llenarlo es mayor. En los Estados Unidos hay más de setenta mil predicadores; en Inglaterra y sus posesiones, 80,000; en Alemania, 45,000; y miles y miles más en México, en España, en los países del Norte, en los del Sur, y en cada rincón de la tierra, y en las islas del mar. Cada domingo se predican, cuando menos, tres millones de sermones.
Nos conviene ayudar con todas nuestras fuerzas al sostenimiento de esta obra. Debemos orar por los ministros y simpatizar con ellos en todos sus esfuerzos por el avance del reino de Dios entre los hombres. El ministro es siervo de Cristo que es enviado a anunciar la sanidad a las almas. Salud en la sangre de Cristo para todos los que padecen de la enfermedad del pecado. Dadles vuestra ayuda pecuniaria, que así está ordenado. «No embozalarás al buey que trilla.» Y si ellos os dan lo espiritual, ¿será gran cosa que reciban de vosotros la ayuda y el sostenimiento material? 1 Cor. 9. «Y obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como aquellos que han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no gimiendo; porque esto no es útil.» Heb. 13:17.
CURAR LA MENTE
La mente tiene dones muy especiales y delicados que deben cultivarse o, de lo contrario, se pierden. La tierra más fina, si no se cultiva, no da fruto. Una facultad de la mente es la curiosidad. Nos capacita del placer de aprender. Sin ella nuestra vida se acerca a la vida meramente animal, porque sin la sed de saber, seremos siempre torpes e ignorantes. Otra facultad: la simpatía. O sea, el poder de compartir los sentimientos de las criaturas vivientes. Sin ella seremos duros y crueles, indiferentes o malvados. Otra facultad, la admiración. Nos capacita para gozar de todo lo bello y para apreciar el talento. Sin ella, los hombres se convierten en groseros, bajos, vulgares e irreverentes. Otra facultad: el ingenio, o viveza para percibir las variadas luces de la verdad. Sin ella no podemos formarnos estilo alguno y seremos en todo confusos y pesados.
Para cultivar la curiosidad necesitamos ser atentos y dóciles para poder ser enseñados por el que más sabe; para desarrollar la simpatía es preciso vivir en sociedad y no en un convento, ni en una ermita. La religión de Cristo no es una religión de aislamiento, sino de humana unión. «Gozaos con los que se gozan, y llorad con los que lloran.» Sed compasivos quiere decir sufre con el que sufre, y alegría significa reír con otro que ríe. Para la admiración se requiere que observemos lo hermoso y aprendamos a apreciarlo.
La curación de la mente radica esencialmente en las enseñanzas de Cristo. La instrucción laica es fundamentalmente incompleta. El Estado no puede definir a los reformadores religiosos, ni apreciar en el sentido religioso las tremendas ganancias alcanzadas por la Reforma. No puede definir a Lutero, ni hablar de Cristo.
Las escuelas públicas no pueden ni deben enseñar la religión. Porque si enseñasen el romanismo, yo no mandaría allí a mis hijos; y si enseñaran el protestantismo, los romanistas no mandarían los suyos.
De aquí nace la gran importancia de las escuelas denominacionales, y más aún de los planteles de enseñanzas cristiana sin las limitaciones del denominacionalismo.
Debemos amar los libros buenos. Los libros no son un lujo, sino una necesidad. Sin perder nuestra inclinación por la Biblia, debemos dedicarnos a leer otras obras que ilustren la mente y ensanchen nuestros conocimientos para ser más aptos para honrar y servir a nuestro Padre Celestial aquí en el mundo.
La iglesia de Cristo llena esta parte del programa suyo fundando y organizando escuelas, colegios y universidades, y enviando maestros y ayudantes por todas partes del mundo. Y la mira de las misiones es levantar una escuela al lado de cada capilla. Y en realidad de verdad, las mejores instituciones educacionales en nuestros países son las que ha establecido y fomentado la iglesia de Cristo. Si me permitís una cuestión puramente personal, dejadme decir que, en el sentido en que venimos hablando aquí, yo debo todo lo que soy, como ministro, al empuje que recibí en mis tiernos años bajo la influencia y dirección de profesores encargados de las escuelas cristianas.
Nos conviene, en obediencia y por amor a Cristo, ayudar con todas nuestras fuerzas al sostenimiento y desarrollo de esta obra. Debemos orar por los maestros y simpatizar con ellos. Ellos cumplen esta parte del programa de Cristo como los pastores y los médicos cumplen la suya. Honremos a los que nos enseñan, y a los que enseñan a nuestros hijos, y enseñemos a nuestros hijos a honrarlos y amarlos. E incluyamos en esta sección al periodista cristiano que con noble consagración contribuye al adelanto y a la elevación de las multitudes.
Y que el Señor de la mies mande más obreros a su mies, y nos haga a todos más fieles y más aptos, para cumplir con las tres partes de su glorioso programa que tiende a perfeccionarnos y a ayudarnos en la vida mortal, y a prepararnos para la vida eternal en los cielos.
A Él sea la gloria, ahora y para siempre. Amén.
Puerto Rico Evangélico, 1919
Cuando dice «La Iglesia de Cristo» se refiere a la denominación «Iglesia de Cristo» o de manera general a verdadera Iglesia de Cristo refeririendose a las Iglesias evangelicas. Porque la denominación antes mencionada es una secta y por más escuelas, hospitales, etc, difunden sus falsedades y doctrinas heréticas.
Gracias por su pregunta. No puedo hablar de parte del autor, quien escribió esto hace más de 100 años, pero si se fija bajo el párrafo nueve bajo el punto «curar el cuerpo», se puede notar que después de mencionar el término «la iglesia de Cristo», proveyó ejemplos de varias denominaciones protestantes. Por tanto es obvio que fue en el sentido general (como en Romanos 16:16), y no la denominación “Iglesia de Cristo”.
A. B. Carrero llegó a ser un líder en el movimiento de independencia entre los protestantes y el fundador de la Iglesia Evangélica Mexicana, aunque parte de su ministerio fue con la denominación presbiteriana. El Atalaya Bautista, al explicar la colaboración frecuente del presbiteriano Carrero en dicha publicación bautista, lo justificó del siguiente modo: «Apreciamos esta colaboración, puesto que este hermano, aunque es presbiteriano, es bautista de convicciones». (El Atalaya Bautista, 24 de marzo de 1927)