Vivimos en un mundo extraño. Científicamente, es redondo; espiritualmente, es plano, y nunca ha sido más plano de lo que es ahora. Se ha convertido en la moda de la época burlarse de todas las instituciones respetables. Vivimos en una generación encallecida que ridiculiza todas las santidades de la vida. Y no es de extrañar que la fe cristiana sea atacada por estos francotiradores literarios con los que un poco de aprendizaje los ha convertido de veras en algo peligroso.
El cadáver que sobrevive a los portadores del féretro
La religión de antaño, con la que nos referimos a la fe histórica de nuestros padres y no a la fe histérica de algunos hoy en día, está siendo asaltada por cantidades de necios que se precipitan hacia donde los ángeles temen pisar. Pero nosotros, los cristianos de la Biblia, no nos alarmamos. Como Pablo, desde el calabozo de Filipos, les decimos a estos asaltantes: «No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí» [Hch. 16:28]. No estamos perdiendo el sueño por temor a que algún científico excave los cimientos de nuestra fe debajo de nosotros, ni estamos preocupados por el interminable desprecio de los críticos. El funeral se ha anunciado sobre un cristianismo supuestamente muerto, pero el “cadáver” siempre ha cobrado vida en medio del entierro para sobrevivir a todos los portadores del féretro.
No esperamos tener éxito con los tiempos. No nos sorprende que algunas mentes nos califiquen junto con el equipaje de mano de la familia como reliquias de un pasado ingenuo, para ser recibidos en algunos lugares como los parientes pobres que vienen a la ciudad. Después de todo, esta generación no es tan inteligente como se consideran. Acerca de los grandes asuntos de la vida, sabe menos que cualquier generación anterior. Simplemente usa palabras más largas para decir lo que no sabe. Lideramos el mundo en la producción en masa, pero hemos fracasado en la producción humana. Producimos, pero no creamos. Otras generaciones dejaron atrás galerías de arte; nosotros dejamos caballetes. Tenemos imprenta pero no Shakespeare, radios pero no Demóstenes, púlpitos pero no Pablos. Podemos producir violines por miles, pero nadie puede hacer un Stradivarius. Imprimimos libros por millones, pero ¿quién está escribiendo algo digno de tal distribución? Enviamos palabras a todo el mundo en fracciones de segundo, pero ¿quién está diciendo algo que valga la pena enviar a todo el mundo? Nunca una generación viajó tan rápido y cubrió tan poco terreno. La juventud moderna, olvidando que se está entrenando para una carrera, vive como si corriera por un tren.
La Biblia, un bien nacional
Hay quienes se imaginan que ya nadie cree realmente en la Biblia, excepto los pobres de poca educación en las zonas rurales, o predicadores anticuados con mentalidades de «mamá ganso». ¡Pero todavía hay miles que no han doblado la rodilla ante Baal [Rom. 11:4]. Nuestras opiniones no están de moda, pero nuestra fe ha demostrado su validez hace mucho tiempo, y cualquier generación que se haya hecho el objeto de burla tan grande como esta, no tiene por qué criticar la fe de sus padres.
Ciertamente, los cimientos de este país se establecieron a la luz de esta fe. Nosotros, los cristianos de la Biblia, no somos los que hoy en día abarrotan la tierra con el odio de clases. No somos nosotros los que estamos destruyendo la santidad de la vida humana, el hogar y el matrimonio. No somos nosotros los que estamos socavando las instituciones de la ley y el orden. No somos nosotros los que estamos corrompiendo un verdadero patriotismo con un falso pacifismo. Si se nos ridiculiza por seguir predicando la antigua Biblia, ¡afirmamos que preferimos un texto de Moisés a un tema de Moscú!
El asunto supremo del día
Insistimos en que la cuestión suprema ante los hombres de hoy es la antigua pregunta: ¿Coronaremos o crucificaremos a Jesús? Aquellos que hayan visto el original de la pintura de Munkaczy, «Cristo ante Pilato», recordarán cómo el artista hace que la figura del Señor Jesús se destaque sobre todas las demás. Él todavía está siendo juzgado en medio de esta era, y entre todos los demás asuntos, Él permanece supremo. En esa ocasión histórica, Pilato enfrentó la pregunta más grande de todos los tiempos: «¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?» [Mat. 27:22] Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces, pero aún así el problema supremo con las personas y las naciones es: ¿Qué haré de Jesucristo?
En esta prueba de las edades, Pilato enfrentó tres alternativas. Primero, le preguntó a Jesús: «¿Eres tú rey?» Jesús declaró que su reino era un reino de verdad, y que todos los que eran de la verdad oían su voz. Me imagino que Pilato debe haberse encogido de hombros cuando preguntó de forma fustrada: «¿Qué es la verdad?» Había escuchado a embusteros orientales, abogados romanos y filósofos griegos vociferando sobre la verdad hasta que no estuvo en posición de creer que ante él estaba Uno que no solo conocía la verdad, sino que era la Verdad. Por tanto, ante la mayor alternativa de su vida, hizo lo que millones han hecho desde entonces, coronó al cínico y crucificó al Cristo. Por tanto, la primera alternativa fue:
Cinismo o Cristo
Vivimos en la era del cínico que ve el precio de todo y el valor de nada. Es un día extraño en el que cuanto menos seguro está uno, más se supone que debe saber. Si un ministro dice: «Bien podemos suponer», se le considera brillante. Si declara: “Así ha dicho Jehová”, se le llama fanático e intolerante. …
Nadie necesita preguntar hoy: «¿Qué es la verdad?» porque la verdad ha sido revelada. El Señor Jesucristo dijo: “Yo soy la verdad”, y si alguno quiere hacer Su voluntad, conocerá la doctrina. Coleridge dijo que la prueba del cristianismo es: «Pruébelo». La prueba del budín es comerlo. Cualquiera puede conocer la verdad si acepta a Cristo y Su palabra y verá lo que sucede. Convertiremos los signos de interrogación de incertidumbre en signos de exclamación de convicción si dejamos de preguntar: «¿Qué es la verdad?» y aprendemos que la verdad no es un «qué» sino un «quién», y confiamos nuestras almas en una Persona, no en una filosofía.
Nuestro Señor dijo: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). El secreto de la libertad es conocer la verdad, y el secreto de la verdad es conocer al Hijo. “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). El hombre natural no puede conocer la verdad más de lo que un ciego puede apreciar un paisaje, porque el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios. “El corazón tiene sus razones de las que la razón no sabe nada”. La verdad se aprende creyendo y luego viendo. El escéptico intelectual es en realidad sólo un cobarde moral que no está dispuesto a …
Dar al evangelio un juicio justo
Nadie debería criticar el evangelio hasta que lo haya probado; entonces no lo criticará. No hay motivos para ser cínico. Hay excusas, pero una excusa es solo la piel de una razón rellena de mentira. El Señor Jesucristo hizo una propuesta justa. Dijo que la voluntad de obedecer la voluntad de Dios probaría las afirmaciones de Cristo.
Aquellos que critican el evangelio no son lo suficientemente honestos como para probarlo en sus propios términos. Son demasiado ignorantes para hablar sabiamente al respecto, pero no demasiado sabios para hablar con ignorancia. Dejemos que Cristo se pruebe a sí mismo; Él es su propia defensa. Ven a Él como un pecador bajo sus términos, no en los tuyos. Después de todo, no somos pecadores porque seamos escépticos; somos escépticos porque somos pecadores. El escepticismo es solo una cortina de humo lanzada ante un corazón pecador. En lugar de preguntar cínicamente: «¿Qué es la verdad?» ven a Él tal como estás sin un solo motivo que su sangre fue derramada por ti, y Él demostrará ser el «quién» donde todos tus «qué» encontrarán su respuesta.
La segunda alternativa que enfrentó Pilato fue…
Criminalidad o Cristo
Era costumbre soltar a un prisionero en la Pascua. Eligió soltar a Barrabás y crucificar a Cristo. Si no elegimos a Cristo, elegimos al criminal. La vida es una elección entre lo mejor o la bestia, y cuando crucificamos a Cristo, liberamos a Barrabás. Es muy evidente que Barrabás anda suelto en estos trágicos días. Lideramos el mundo en crimen aquí en Estados Unidos, crimen que ha aumentado 1200 por ciento en los últimos treinta y cinco años. Nuestra tasa anual de homicidios es de once a doce mil, y eso se debe en parte a que los asesinos saben que las probabilidades de que nunca los atrapen son de tres a uno; doce a uno que si los atrapan nunca serán condenados; y cien a uno que si los capturan y los condenan, nunca morirán por el crimen.
Asesinato, robo, secuestro, inmoralidad, suicidio: estos abarrotan los titulares en un día se supone que establecerá la marca del camino para la civilización. Las cárceles y penitenciarías están llenas de delincuentes menores de veinticinco años. … La criminalidad es la consecuencia natural del rechazo del Señor Jesucristo. Cuando es crucificado en las almas y sociedades de los hombres, Barrabás es liberado. Cristo es la única solución para el crimen. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (II Cor. 5:17). La tercera alternativa de Pilato fue…
César o Cristo
Ese fue el golpe final. Pilato trató de soltar a Jesús, pero los judíos clamaron: «Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone» (Juan 19:12). Fue César o Cristo, y Pilato eligió a César. Pero ya Roma ha pasado y César ha pasado, pero Cristo sigue siendo «el mismo ayer, y hoy, y por los siglos».
Si somos estrictamente honestos hoy, debemos confesar que la mayoría de nosotros no tenemos más rey que César. Nos hemos vendido al dios de esta era. La América moderna está repitiendo la historia de la Roma decadente. Nos hemos vuelto locos por las mismas cosas. Vestían túnicas de color púrpura y nosotros usamos trajes de lujo, pero los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida siguen siendo nuestros dioses. Somos una generación aturdida, hartos de las viejas condiciones e incapaces de crear algo mejor; demasiado ignorante para explicar la vida, demasiado superficial para soportarla, demasiado amargo para disfrutarla, demasiado débil para superarla. No somos transformados sino conformados a este mundo, esclavos de sus modas, discípulos de sus filosofías, devotos de sus placeres. Envueltos en nosotros mismos, formamos pequeños paquetes. Nuestros ojos están pegados a acciones y bonos, ropa y autos, y todos los adornos de oropel de la mascarada loca de la vida.
Incluso en los círculos de nuestra iglesia, reclamamos lealtad a Cristo, pero con demasiada frecuencia nuestro tributo es al César. Desde que Constantino aceptó el cristianismo y lo puso de moda, Cristo ha sido traicionado en la casa de sus amigos. Lo llamamos «Señor, Señor», pero no cumplimos sus mandamientos. Cantamos y hablamos de Él, pero bajo los auspicios de su causa vivimos en Roma y hacemos lo que Roma hace. Hoy nos enfrentamos a las mismas alternativas que opuso Poncio Pilato. ¿Coronaremos al cínico y trataremos de encontrar nuestro camino a través del desierto de la vida junto a la débil vela de la razón? ¿Tomaremos el camino del criminal, el camino de la bestia, en lugar del mejor? ¿Coronaremos al César y crucificaremos a Cristo?
¿Coronaremos o crucificaremos a Jesús? Él es la respuesta al cinismo, porque Él es la Verdad. Él es la respuesta a la criminalidad, porque cuando nos vestimos del Señor Jesucristo no satisfacemos los deseos de la carne. Él es la respuesta al César, porque en Él nos convertimos en ciudadanos del cielo. ¡Coronémoslo ahora en nuestros corazones para que un día podamos tener parte en la coronación final, cuando las naciones depositen sus tributos a sus pies y lo coronen Señor de todo!
Moody Monthly, 1938