Algunos cristianos suelen tener una idea equivocada de la tentación y piensan que ésta viene de Dios, pues, ¿no hay una frase en el llamado Padrenuestro que dice, «no nos metas en tentación, mas líbranos del mal»? ¿No quiere decir esto que Dios mete a los hombres en tentación, que Él los tienta? Afortunadamente Dios no nos deja en dudas acerca de esto, pues leemos en la Epístola de Santiago, capítulo 1, versículo 13, «Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de Dios; porque Dios no puede ser tentado de los malos, ni Él tienta a alguno».
Esto está en armonía con lo que sabemos del carácter de Dios, según se revela Él en su Palabra. Dios, que no puede mirar el pecado con complacencia, no puede ser tentado de lo malo. Todavía más, Él no puede tentar a nadie. Entonces, ¿qué fue lo que quiso decir Jesucristo cuando dijo a sus discípulos que orasen «no nos metas en tentación»? Esta dificultad desaparece cuando nos damos cuenta de que hay una diferencia entre tentación y prueba. Dios no tienta a los hombres, pero sí los prueba. Y cuando Él pone al hombre en una prueba, el tentador puede aprovechar la ocasión para engañar al hombre, pero la tentación no viene de Dios.
Es fácil de entender por qué el Señor dijo a sus discípulos que oraran para no ser puestos a prueba. Sólo un impulsivo, como Pedro, podía decir al Señor: «Deja que la prueba venga. Ya verás que cuando seamos puestos en ella, los otros podrán abandonarte, pero Pedro… ¡ah!, tú siempre podrás contar con Pedro».
Hemos visto claramente que la tentación, que es una instigación a pecar, no viene ni puede venir de Dios, por lo tanto, dirigiremos nuestros pensamientos a la revelación de verdades espirituales que Dios nos ha dado, para encontrar la fuente y la naturaleza de la tentación, lo mismo que la manera de escapar para que podamos vencer en la hora de tentación.
Primeramente Dios nos dice que la tentación, la invitación a pecar, tiene su origen en Satanás. Pero no olvidemos que generalmente viene a nosotros por medio de nuestra naturaleza carnal, la cual la Biblia llama «la carne». Hay una historieta muy a propósito y que ilustra muy bien este punto.
Una vez riñó una niña con su hermanito más pequeño. Después de regañarla su madre y de preguntarle por qué permitió a Satanás que pusiera en su cabeza esas ideas malas de atar el pelo y darle patadas a su hermanito, la niña contestó; «Bueno, puede ser que Satanás me tentó a que le atara el pelo a Pepe, pero eso de las patadas fue pura idea mía».
Tenemos que comprender la verdad espiritual que contiene esta simple historia para distinguir las tentaciones que vienen de afuera y aquellas que vienen de dentro. El rey de Inglaterra no se tomaría la molestia de arreglar las querellas de un barrendero. Tampoco lo harían los miembros del Parlamento. De ordinario es un simple personaje el encargado de asuntos como ese. De la misma manera nosotros a menudo nos lisonjeamos con el pensamiento de que Satanás en persona ha sido la causa de nuestra caída, cuando en realidad, en nuestros mismos corazones está el traidor que nos entrega a los ataques del enemigo. Sin ninguna fuerza exterior la carne presenta sus tentaciones que enredan a los hombres y les hacen caer en pecado.
Pero volvamos a la fuente definitiva de la tentación y consideremos la parte que juega Satanás y su jerarquía en ella. Leemos en la Palabra de Dios que: «Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo (Satanás) cegó los entendimientos de los incrédulos, para que no les resplandezca la lumbre del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:3, 4).
Son Satanás y sus emisarios los que ciegan el entendimiento de los hombres. ¿Cómo lo hacen? Pues de dos maneras, según la clase de personas: unos, los tientan a virtud, otros, a vicio. Muchas personas tienen una idea falsa acerca de los propósitos de Satanás, aunque la Palabra de Dios nos revela cuáles son sus propósitos. Satanás está tratando de establecer su poder en esta tierra. Él quisiera tener un reino que reconociera su dominio. Satanás tiene dos grandes enemigos: uno de ellos es la cruz de Jesucristo, y el otro la naturaleza carnal del hombre. La muerte de Cristo fue la base de la última derrota de Satanás y el absoluto triunfo de la justicia. La naturaleza carnal del hombre demuestra que Satanás no puede gobernar el mundo bien, aun cuando éste está en su poder, y con la elevada posición que Dios le ha permitido tener como «príncipe de este mundo» y «Dios de este siglo».
Si Satanás pudiera tener lo que desea, tendría el mundo lleno de cierta clase de justicia, esto lo vemos en la Palabra de Dios, y la experiencia humana también lo prueba. Lo que más le agrada a Satanás es esa clase de hombre o mujer, respetado en la sociedad, que tiene éxito en sus empresas, pero que no tiene a Cristo. Un millonario bueno, que no sea vicioso, que dé su dinero para causas justas, y que no discierna la diferencia entre la justicia que viene por medio de la fe en la sangre de Jesucristo y la justicia que los hombres adquieren aparte de la intervención de Dios, ésta es la clase de millonario que deleita a Satanás. Los doctores, profesores, abogados, considerados en sus diversas profesiones, que viven una vida sana y moral en medio de las tentaciones de la vida, y que no disciernen entre la justicia que viene por medio de la fe en la sangre de Jesucristo y la justicia que los hombres adquieren aparte de la intervención de Dios, éstos son los hombres profesionales que deleitan a Satanás. El obrero, el artesano, el oficinista, el agricultor, el comerciante que vive estimado por su honradez e integridad, pero que no discierne la diferencia entre la justicia que viene por medio de la fe en la sangre de Jesucristo y la justicia que los hombres adquieren aparte de la intervención de Dios, ésta es la clase de hombre que deleita a Satanás.
Pongámoslo claro para que todos lo entiendan. El hombre o la mujer que acepta cualquiera de las falsificaciones y engaños de Satanás, tales como humanismo, modernismo, los cultos que niegan la realidad del pecado y la necesidad de la muerte de Cristo como sacrificio por el pecado, o que son indiferentes a las cosas concernientes a la redención por la sangre, aunque este hombre o mujer sea moral, tenga cultura, sea cortés o religioso, vaya a la Iglesia y ore, con todo esto, este hombre o mujer es amigo de Satanás y enemigo de Dios.
Satanás tiene un odio mortal. Este odio es Cristo y su cruz, junto con todos aquellos que han aceptado a Cristo como Salvador. Satanás sabe que si un hombre acepta a Cristo, ese hombre pasa de las tinieblas a la luz, y de su poder al poder del Salvador. Cuando leemos que «el diablo cual león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar, debemos darnos cuenta de que el significado de esta figura es que Satanás es capaz de hacer cualquier cosa en su poder con tal de alejar a los hombres de la cruz de Cristo. No pensemos del Diablo como león rugiente sin acordarnos de la otra figura que Dios nos da de él. «El mismo Satanás se transfigura en ángel de luz. Así que no es mucho si también sus ministros (ministros de Satanás) se transfiguran como ministros de justicia» (2 Cor. 11:14, 15).
Aquellos que no siguen las falsificaciones de justicia de Satanás, son arrastrados bajo el peso de la naturaleza vieja, que es corrupta, y el resultado es vicio, crimen y toda clase de iniquidades que vemos en el mundo.
He ahí la fuente de la tentación. Pasemos ahora a la naturaleza de ella.
Satanás tiene el control de aquellos que no han nacido de nuevo. Él en persona entró en Judas con el propósito de entregar a Jesús. En muchas otras ocasiones, se nos relata su entrada, por medio de espíritus, en la vida de aquellos a quienes él controla. También leemos de aquellos que están «en el lazo del diablo… cautivos a voluntad de él» (2 Tim. 2:26). Si nos fijamos en todo lo que Dios nos dice acerca de esto, veremos que aquellos que no han nacido de nuevo están bajo el dominio de Satanás. De manera que es muy fácil para Satanás tentar a los hombres y entretenerlos con todos sus inventos, con tal de alejarlos de todo pensamiento concerniente a la eternidad, a Dios y a lo que es justo y santo. Esto es lo que dice el Espíritu de Dios a aquellos que han creído, acerca de lo que era su condición antes de nacer de nuevo: «En otro tiempo anduvisteis conforme a la condición de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia, entre los cuales todos nosotros también vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, también como los demás» (Efe. 2:2-3).
Dios nos dice que aunque los creyentes están en Cristo, el mundo entero está en las garras del maligno, en una posición como aquella de un muerto desenterrado en un campo de batalla, completamente incapaz de hacer algo que pueda cambiar su condición delante de Dios. Lo único que puede cambiar la condición del incrédulo es aceptar a Cristo como Salvador, ser renacido de nuevo, pasar de muerte a vida. Ahora pasemos a otra fase de nuestro estudio y consideremos la tentación que afecta a los cristianos. Tentación no es pecado. Cristo mismo fue tentado, pero no pecó. Así que las tentaciones serán nuestro destino, aunque ellas no nos hagan pecar. Obedecer a la tentación es lo que es pecar. Se nos dice en Efesios 4:27, que no demos lugar al diablo. ¿No fue Lutero el que dijo: «No puedo impedir que las aves vuelen alrededor de mi cabeza, pero por la gracia de Dios puedo impedir que aniden en mi cabello»? Así que Satanás nos atacará, pero Dios ha hecho provisión para nuestra defensa.
Hemos visto la naturaleza de la tentación de los incrédulos, que es cualquier cosa que los aleje de la cruz de Jesucristo. ¿Y cuáles son las tentaciones que vienen a los creyentes? Porque el hecho de que hemos aceptado a Cristo no quiere decir que nuestra vieja naturaleza ha sido quitada. El creyente está tan sujeto a ser tentado como antes de creer. Y es más, encontrará que la tentación es más grande después de haber creído, pero al mismo tiempo la tentación toma un aspecto nuevo y diferente. Un cristiano no es una persona en la cual la posibilidad de pecar ha sido quitada, sino una persona de quien la pena del pecado ha sido removida. Éste es un acto de parte de Dios, del cual el cristiano es objeto. En el mismo momento que la pena del pecado ha sido quitada judicialmente, se le acredita a cuenta del creyente una justicia que es perfecta, la misma justicia de Cristo. Ahora es cuando empieza la batalla en la vida del cristiano, porque dos naturalezas completamente extrañas la una de la otra, viven juntas en el mismo cuerpo, de manera que nuestras vidas se convierten en un campo de batalla.
Ahora Satanás tiene sólo un deseo. De la misma manera que él tiene un deseo para el incrédulo, que es alejarlo de Cristo y de la cruz, así también tiene un deseo para el creyente: anular su vida y su testimonio. Esto puede Satanás hacerlo de dos maneras. Primero, tratará de que el creyente no adelante en la vida cristiana. Muchas cosas podrán impedir esto, el pecado, la indiferencia, el amor al mundo. Porque todas estas cosas alejarán al creyente de la Biblia y es solamente por medio de la Palabra de Dios cómo viene el crecimiento y adelanto en el carácter cristiano. Leemos que somos como niños recién nacidos, y así debemos desear la leche espiritual para que por ella crezcamos. Decidme cuánto tiempo pasáis en la lectura de la Palabra de Dios y yo os podré dar un cálculo del valor de vuestra vida cristiana. El gran evangelista Moody tenía escrito en su Biblia: «Este Libro os guardará del pecado, o el pecado os alejará de este Libro». David escribió: «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti». Cristo probó esto derrotando a Satanás con las palabras: «Escrito está, escrito está».
Lo que pasa con muchos cristianos es que después de creer, permanecen en la misma condición espiritual, de manera que uno no puede saber si en realidad han nacido de nuevo o no. Ellos en verdad se han dado cuenta que son pecadores perdidos y que Cristo tomó su lugar en la cruz llevando sus pecados. Dios los ha visto en Cristo, y así han pasado de muerte a vida. Estos cristianos se han hecho miembros de una Iglesia. Todo va muy bien. Tienen el gozo de saber que sus pecados han sido perdonados. Pero después se descuidan. Tenían debilidades antes de haber creído y ahora el diablo se aprovecha de estas debilidades para tentarlos. O permitieron que la naturaleza carnal dominara en sus vidas. A menos que ellos se fortifiquen caerán en pecado una vez más, después se desalentarán y vivirán en un nivel bajo y su testimonio cristiano será anulado. Sólo hay un remedio para evitar esto. Ese remedio es la Palabra de Dios, Cuando hayáis creído en Cristo, saturaos de su Palabra; aprendedla de memoria, guardadla en vuestros corazones. La Biblia es la armadura y defensa en la vida del cristiano.
Vosotros, los cristianos jóvenes, si no en edad, a lo menos en experiencia, estudiad la Palabra de Dios. Ésta será vuestro escudo contra la tentación. Cuando uno confiesa a Cristo, el programa de su vida debe alterarse para dedicar parte del tiempo al estudio y lectura de la Biblia. Algunos cristianos dicen que ellos quisieran saber más de la Biblia, pero pasan muy poco tiempo en la lectura y meditación de las Escrituras. En un día hay noventa y seis períodos de quince minutos; con seguridad que podíamos dar la centésima parte de nuestro tiempo a este importante trabajo que hará la gran diferencia de este mundo entre la derrota y la victoria. Conozco algunos cristianos que están muy versados en las últimas obras cómicas y en toda clase de novelas, pero que no crecen en la Palabra de Dios. No me entendáis mal. Yo no digo que el cristiano no deba leer cosas que le hagan reír. Lo que digo es que estamos pecando si permitimos cualquier cosa, buena o mala, que usurpe el lugar de la Palabra de Dios en nuestras vidas, ya que su Palabra es la gran arma que Dios nos ha dado para nuestra defensa.
Por último, vemos que si Satanás no puede derrotar al cristiano por medio de sus artificios haciendo que no se desarrolle espiritualmente, entonces Satanás intentará la tentación del fanatismo y de excesos en cuestiones espirituales. Ésta fue una de las tentaciones que él usó en Jesucristo. Cuando terminó la primera tentación, que Cristo usara su divinidad para ayudar a su humanidad haciendo que las piedras se convirtieran en pan, y cuando Cristo le venció citándole el versículo en Deuteronomio, que dice: «No con sólo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que sale de la boca de Dios», entonces Satanás buscó inducir a Jesús a un celo excesivo. Cristo demostró en la primera palabra de la tentación que sería como hombre que iba a vencer a Satanás. Podemos parafrasear la segunda tentación de esta manera: «Muy bien —dijo Satanás—, ¡qué maravilloso ver tanta fe! Lo que el mundo está esperando es ver un ejemplo de fe. Tengo algo que sugerir. Aquí está el pináculo del Templo. Mira la gente abajo. Ahora si llamaras un poco su atención, y después te echaras abajo, tu fe maravillosa te salvaría, y Dios te guardaría de que cayeras».
Cristo sabía el engaño y sencillamente contestó: «Escrito está; no tentarás al Señor, tu Dios». Quédate más bien en el campo de obediencia y haz sólo aquello que Él sugiera que hagas. En otras palabras la tentación de Satanás era ésta; «Sé fanático. Toma tu religión y exagérala». Encontramos en muchos de los cultos en la Iglesia de hoy el resultado del fracaso del hombre ante esta tentación. Dios ha dado la gran verdad del Espíritu Santo; los hombres la han convertido en el fanatismo del Pentecostalismo y las doctrinas falsas acerca de la santidad. Dios ha dado la maravillosa promesa de la venida del Señor Jesús; los hombres la han convertido en el adventismo y todas sus formas excesivas.
El camino de la verdad está en el centro de la voluntad de Dios: «No os ha tomado tentación, sino humana; mas fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar» (1 Cor. 10:13).
Hay una historieta que nos enseña una gran lección espiritual acerca de nuestra victoria sobre la tentación. Le preguntaron a una niñita qué hacía cuando era tentada. Ella contestó: «Cuando oigo a Satanás tocando a la puerta de mi corazón, yo le digo al Señor Jesús, que vive en mi corazón: Señor Jesús, ¿harías el favor de abrir la puerta? Y entonces, cuando el Señor va a la puerta, Satanás se aparta y dice ¡Oh, dispense, me he equivocado!»
Una historia muy sencilla, pero contiene una profunda verdad. Dios se nos ha dado a sí mismo para vivir en nuestros corazones. La Palabra viviente está ahí con un mando completo de la Palabra escrita. Cuando dejamos que Cristo se encargue de la tentación por nosotros, conoceremos el gozo de una positiva victoria. Y aunque una victoria no nos ayuda a ganar la siguiente, por fortuna, nuestros corazones son guardados, no alimentándose de una experiencia, sino contemplando al divino Jesucristo.
España Evangélica, 1934